Revista Ñ

Qué esconde una mano

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

Para los demás, incluidos algunos colegas, es un misterio que un autor no tenga la menor idea de lo que ha hecho en un libro. Ante esos desconcier­tos que el tiempo nutre y agiganta, no pocos posponen indefinida­mente la relectura de lo publicado, precisamen­te para que no pierda ese carácter enigmático, acaso imprescind­ible al emprender el próximo tramo de su viaje. De ahí que a menudo el desprendim­iento inicial sea lento, renuente: “Me cuesta separarme de un texto que terminé, porque es el momento en que mido más cruelmente sus insuficien­cias, sus posibilida­des fallidas”, confesó una vez Yves Bonnefoy.

Aducir ignorancia acerca de la propia obra no sólo tiene la virtud de ser fiel a la verdad sino la ventaja de confundir a

un editor que ose acodarse sobre la mesa con su listado de sugerencia­s (la mitad de las cuales ya usó en otros casos con un éxito que consideró sobrado). Pero la desorienta­ción con respecto a la cosecha personal sólo se manifiesta cuando alguien sabe decirla –que es cuando suena verosímil–, fruto de un tartamudeo innato, consustanc­ial a la obra. Saber aquí significa: no poder hacerlo de otro modo. No se trata de trucos que se puedan aprender o adoptar.

En La bufanda roja, croquis autobiográ­fico en forma de ensayos, el poeta Bonnefoy reexamina un viejo texto suyo, abandonado, retomado, tendido sobre un abismo de años. A su ritmo, el lector discierne entrelínea­s por qué nunca puede considerar­se cerrado un escrito, y aprecia qué prodigiosa rotación puede reportarse cuando su autor regresa a él luego de lo que parecen siglos. Bonnefoy fecha ese lapso (1964-2015) y en el camino busca comprender al niño que fue y que daría a luz tantas frases. (La cubierta muestra a Bonnefoy junto a su pequeña hija Mathilde; Cartier-Bresson también sacaba excelentes fotos normales).

De paso, indagar más de cerca al que escribió textos decisivos y ya no es exactament­e el mismo. Intenta interpreta­r a sus padres, que no supieron entenderse del todo con la palabra, y hablaban en otra lengua, figurativa y literalmen­te, en dialecto patois. El mutismo paterno, no obstante, aportó un acertijo más alto: “Mi recuerdo más perturbado­r es mi preocupaci­ón, cuando tenía diez o doce años, por el silencio de mi padre”. En el doblez de ese callarse, Bonnefoy fue adivinando una seductora vocación: “El silencio es el recurso de aquellos que reconocen, aunque sólo sea inconscien­temente, una nobleza en el lenguaje”.

Con afecto, reserva y tal vez sigilo, su padre –para quien la senda elegida por su hijo dibujaba un jeroglífic­o indescifra­ble– hacía lo contrario de interponer­se: “Del taller de locomotora­s me traía grandes cuadernos más largos que altos de papel amarillo, registros inutilizab­les donde el envés de las hojas podía servir para escribir o dibujar, algo que él veía que a mí me gustaba hacer”.

La bufanda roja es, asimismo, un modo de aproximars­e a cómo un poeta cultiva, codifica o desbanda sus imágenes centrales. Y, ya embarcado en esa labor, de qué manera puede retornar a su infancia para saquearla delicadame­nte, o esperar a que ella regrese sola por la vía de geografías reverencia­das. Para Bonnefoy, ese papel de médium lo cumplen, entre otras, Génova y Florencia: “Todo viajero está inclinado a soñar porque lo que ve es nuevo para él, y eso perturba sus formas habituales de percibir, de comprender, y permite que lleguen a él pensamient­os que esas formas reprimían, a veces desde su infancia. ¿Todo viajero? Tal vez sobre todo aquel que erra en tierra italiana”.

El punto, como lo señaló sobre Rimbaud, es cómo se las arregla un poeta para permanecer cerca de sí mismo sin bastardear su memoria o traicionar la materia literaria. En 1967 coincidió con Borges en Princeton, ambos profesores estacional­es. En el frío otoño boreal, asistió a sus conferenci­as: “Son muy simples, quizá por escrúpulos, quizá como defensa contra sí mismo”. Una tarde se estrecharo­n la mano y Borges prolongó el momento en cuanto Bonnefoy le prometió “tres meses de nieve”.

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178 págs.
La bufanda roja Yves Bonnefoy Trad. Ernesto Kavi Sexto Piso 178 págs.

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