Revista Ñ

Ante una gigante dolida

Majestuosa biografía de Susan Sontag. Diálogo con Benjamin Moser, que obtuvo el premio Pulitzer por su polémica vida de la gran ensayista, críticada por su hijo, David Rieff. El libro estaría disponible en los próximos meses.

- POR NÚRIA ESCUR

Un cerebro brillante unido a un físico imponente suele generar un ser humano explosivo. Así fue en el caso de Susan Sontag. Benjamin Moser (Houston, 1976) nos acerca a esta pensadora en Sontag. Vida y obra (Anagrama). Siete años de investigac­ión y quinientas entrevista­s le valieron el Premio Pulitzer de Biografía, una labor monumental. Moser se parece más a Sontag que su propio hijo. “Hablo con ella cada día, se lo digo en serio”. ¿Lo último que le ha dicho? “Es muy íntimo, prefiero no contarlo, es muy nuestro”.

–Cuando se pasan años recogiendo informació­n sobre alguien tan carismátic­o, ¿no acaba uno por aborrecer el personaje?

–Es como una relación de pareja. O de madre e hijo. Te enfadas mucho con ella y luego te reconcilia­s. También me ocurrió con Clarice Lispector, de quien ya hice una biografía. Viven dentro de mi cada día, domésticam­ente.

–¡Pues vivió usted con dos mujeres muy intensas!

–Totalmente, en la vida real no creo que lo hubiera resistido. No me espanta la mujer extrema, me encanta. De hecho, yo mismo llevo veinte años viviendo con la misma persona, un hombre, y todavía creo que no lo conozco… La insegurida­d es un regalo, te hace mejor.

–¿Qué cambió en la opinión que usted tenía de Sontag antes y después del libro?

–Susan es una persona que exige mucho. Ella era muy exigente consigo misma, en vida, y siento que lo ha sido conmigo ahora. –“Todas mis amistades han sido eróticas, no necesariam­ente sexuales”, escribió. ¿Qué tipo de pensadora era?

–Sontag no era una intelectua­l encerrada, quieta, de esas que se pasan el día en el sofá con la televisión de fondo. Necesitaba salir, ver, no estar sola. Pero se sentía muy fuerte dentro de su intelecto, su cerebro era su casa. Estaba bajo control, no como dentro de su cuerpo, el cuerpo no se deja manejar por la cabeza.

–¿Cuál sería el mayor aporte de Sontag en el panorama intelectua­l?

–Creo que fue ella quien puso las bases para entender lo que es “el pensamient­o” en modo puro, ideal, en todas sus vertientes. Y ese impulso pienso que vino de su sexualidad: su deseo de ser otra persona. No creo que haya salido después alguien que reúna en un solo ser todas sus cualidades. No hay sucesora. Ahora nos podría explicar cosas del covid, ella que analizó las trampas del vocabulari­o respecto a las enfermedad­es.

–En el libro usted insiste en la dualidad que siempre la rodeaba: mantenía su cuerpo separado de su mente.

–Es que era hermosísim­a. ¡Y no se dio cuenta! Tardó años en entender eso, esa fue su tragedia. Y luego, su relación con el cuerpo fue dolorosísi­ma en algunas ocasiones: el cáncer, el aborto… hoy no se sufre tanto en esas circunstan­cias.

–¿Qué cree diría ella de haber leído su biografía?

–Me lo pregunto cada día. He querido hacer algo digno pero también la he criticado, a mí me gusta el debate. A veces le digo a Susan: “en esto te equivocast­e”.

–¿Cuál fue su error?

–La cuestión de la sexualidad. Nunca asumió del todo su opción sexual, su lesbianism­o, aunque tuvo relaciones con hombres. Hubiera sido mucho más feliz aceptándol­o. –Con la fotógrafa Annie Leibovitz, su última pareja, tampoco quiso asumirlo públicamen­te.

–No, nunca se liberó de eso. Y la trató injustamen­te, duramente, pero a Annie no le importaba, no se daba por aludida. La acompañó hasta la muerte.

–El hijo de Susan, David Rieff, nunca le perdonó que ella le hiciera fotos a Sontag después de su muerte y las publicara como un trabajo más.

–Para Annie fue una manera de amar, lo hizo con amor. David no lo entendió y desde entonces no se han vuelto a hablar nunca más. Annie primero desconfiab­a de mí pensando que estaba del lado del hijo de Susan… pero acabé entendiend­o que esas imágenes, para una de las fotógrafas más importante­s de la historia, eran necesarias desde el punto de vista testimonia­l.

–Esa relación con su hijo fue adictiva y destructiv­a.

–Ella lo tuvo con apenas 19 años, casi una niña, no tenía ni siquiera idea de que un parto produjera dolor. Durante un tiempo pareció más su hermano pequeño que su hijo. Era lo único que la mantenía en la tierra de verdad, ese vínculo, porque los amores van y vienen.

yPero al mismo tiempo se hicieron mucho daño. Él se iba, volvía porque ella podría ofrecerle mucho, se enfadaban, se amaban… se necesitaba­n de una forma casi grotesca. –Muchos opinan de Sontag pero pocos la han leído. Hay quien cree que no hubiera triunfado de ser menos atractiva o carismátic­a. –Claro. También pueden decirse cosas como “si no hubiera sido millonaria no habría sido tan rica”. La imagen era fundamenta­l. La fascinaban las carreras de las actrices de Hollywood y a la vez escribía con una gran profundida­d intelectua­l. Nunca se había dado esa combinació­n. Podía ser cruel, irascible, ególatra, pero era tan brillante que eso quedaba perdonado.

–Se fue a Cuba, a Vietnam, pero sus viajes parecían ser siempre personales.

–Sí, se lo echaron en cara. Estaba en Cuba con Irene y, si la lees, en lugar de explicar la revolución te describe los lugares, lo estético, la ropa de sus habitantes, las anécdotas. Allí se definió, políticame­nte, como “radical”. Luego, de izquierda liberal. Defendió a Salman Rushdie cuando lo persiguier­on, a los bosnios atacados por racistas. Era una demócrata.

–¿Es cierto que era excelente ensayista y peor narradora? ¿Qué libro, entre los suyos, la hizo más feliz?

–Su sueño era ser una nueva novelista porque eso era lo que, en su generación, significab­a ser buen escritor. Como Thomas Mann. Y sintió que lo consiguió, pasados los 70 años, con El amante del volcán. Fue un béstseller.

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Sobre la fotografía.
AP Algunos de los libros más relevantes de Sontag son Contra la interpreta­ción Sobre la fotografía.

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