Revista Ñ

LA FEROZ FARSA DE COCO FUSCO

En el segundo capítulo de su ciclo “La historia como rumor”, el Malba recupera la memorable performanc­e de la artista cubana, que satiriza el “descubrimi­ento” de América y la colonia.

- POR MARCH MAZZEI

De tan llamativo, el espectácul­o detenía a los transeúnte­s frente a la vidriera, donde, encerrados en una jaula dorada, se exhibían dos especímene­s humanos vivos, presuntame­nte originario­s de una isla desconocid­a del Golfo de México. Tenían algunas sillas, libros, hilos para coser muñecos vudú, alimentos y bebidas, una computador­a portátil. Así se veía desde la calle Dos amerindios no descubiert­os en Buenos Aires (1994), la performanc­e de la artista cubanoesta­dounidense Coco Fusco junto al artista y activista mexicano-chicano Guillermo Gómez-Peña, en su única presentaci­ón en Latinoamér­ica, en la Fundación Banco Patricios.

Tanto en la sala como desde la vereda, muchos visitantes interactua­ron con los performers, ataviados con ropa seudo folklórica como miembros de pueblos nativos. Les pedían que cantaran, que danzaran unos segundos para ellos o se hicieran una polaroid, a cambio de dinero, como en los circos, donde todavía en 1900 podía llegar a verse a personas “no civilizada­s” como fenómenos, en una de las manifestac­iones más crueles del colonialis­mo. La exposición de fenómenos humanos fue furor en la Europa del siglo XVI en adelante, con los viajes de circunvala­ción. Vista nuevamente hoy, tras meses de protestas revisionis­tas de la colonia y derribo de estatuas de Colón, la performanc­e cobra aún más audacia.

En el marco de los fastos españoles por el quinto Centenario del llamado “Descubrimi­ento de América”, este discurso de los “artistas-salvajes” resultaba disonante y adquiría toda su potencia crítica. A tal punto que pasó de costado y sin mucho ruido, y apenas tuvo eco en la prensa porteña. En el presente, 26 años después, la performanc­e cobra nueva vida como el segundo capítulo de “La historia como rumor”, un proyecto del Malba que se propone documentar y contextual­izar un conjunto de performanc­es ocurridas en América y el Caribe, entre el fin de la Guerra Fría y el inicio de internet, una original periodizac­ión de la historia.

La acción original fue reconstrui­da a través del registro de la performanc­e, pero además, con testimonio­s de testigos (por eso el rumor es clave), materiales de archivo de la Fundación Espigas y el MUAC de México, y otros aportes en video, que conforman una nueva exposición virtual en la web del museo.

Una de las testigos es Nora Hochbaum, directora entre 1994 y 1997 de la Fundación Banco Patricios, uno de los espacios de experiment­ación que tenía aquella Buenos Aires, junto al Centro Cultural Rojas y el Parakultur­al. Había visto con sus propios ojos el debate público que la performanc­e –que llevaba por título Dos amerindios no descubiert­os en Occidente (Two Undiscover­ed Amerindian­s Visit the West)– había suscitado en la Bienal Whitney un año antes, y los invitó a Buenos Aires. Desde 1992, el proyecto venía itinerando por institucio­nes de Europa, Estados Unidos y Australia porque había nacido para contrarres­tar y desmentir la celebració­n oficial de Madrid.

Desde la ficticia isla de Guatisnau (What is now) en el Caribe, región del primer desembarco de las famosas carabelas de Cristóbal Colón, la dupla de artistas ideó un contrarrel­ato, y fue dándole forma de performanc­e a un conjunto de ideas: un poema de Gómez-Peña que imaginaba que un miembro de un pueblo originario había descubiert­o Europa y por eso llevaba su nombre; la historia de un indígena mexicano que había sido llevado a España en el siglo XVI; una exhibición en un parque de Viena de mujeres que debían defecar en público para mostrar que no eran civilizada­s... “Nos quedábamos estancados en los detalles mientras ensayábamo­s para la primera puesta en Madrid porque queríamos aglutinar las referencia­s de las exhibicion­es humanas en distintos momentos de la historia”, relató Coco Fusco, durante la presentaci­ón virtual que compartió con el artista argentino Leandro Katz, moderados por Gabriela Rangel, directora de Malba y curadora del proyecto.

Katz y Fusco se conocieron cuando eran profesor y alumna en una cátedra de semilogía en la Universida­d de Brown, en EE.UU. Katz es otro de los testigos que desarrolla el contexto que adquiere en Buenos Aires, y recuerda con claridad la performanc­e en la galería de la avenida Callao y Sarmiento junto a David Lamelas y Elena Olivares, y la describe como “una obra con un paralelo de farsa, sátira y sarcasmo sutil y muy obvio a la vez, con referencia­s tan camp y ridículas”.

En cada caso –contó Fusco– buscaron lugares vinculados con la historia, como la Plaza de Colón de Madrid, la primera parada. “Siempre enfrentamo­s desafíos y necesitamo­s muchas reuniones con burócratas”, relató. “Pero en el Museo de Historia Natural de Washington fue intenso el enfrentami­ento, al punto de que tuvimos que buscar el apoyo del Congreso, porque estábamos señalando que ellos tenían restos humanos y habían exhibido a humanos”, detalló. “Hasta que no llegaron los parlamenta­rios demócratas latinos no tuvimos la autorizaci­ón”. Varios agentes culturales con cargos institucio­nales esgrimían un supuesto interés por esta “performanc­e intercultu­ral”, que Rangel describió como “una crítica al multicultu­ralismo, moda intelectua­l de la época, esa actitud Benetton de que con una foto resolvemos el problema”, expresó durante el encuentro. La pregunta por la actualidad que adquiere la obra en relación a los monumentos, según Katz, “es un apaciguami­ento conservado­r de instintos que deberían ser menos simbólicos”. Se trata, asegura, de cosas más profundas.

El arte pop ha puesto en el mundo una gran cantidad de obras magníficas, planteó todo un estilo de relacionam­iento experienci­al entre el hecho artístico y las formas de mirar la vida y, casi sin proponérse­lo, ha legado muchísimas páginas memorables de crítica y considerac­iones conceptual­es. Nada mal para un movimiento que nunca se percibió a sí mismo desde la relevancia histórica o desde la petulancia pretencios­a de la vanguardia. La versión argentina del pop art, arropada entre el Instituto Di Tella, el genio hacedor de Romero Brest y las páginas de Primera Plana, estuvo a la altura de las circunstan­cias y lo sigue estando. Aquellos jóvenes irreverent­es de los 60 continúan siendo hoy una referencia, tienen un nivel de actividad artística muy productivo y la vigencia de su obra es, por muchas razones, indiscutib­le. El tiempo les ha dado la razón demostrand­o que el juego es, finalmente, algo muy serio.

Un ejemplo de esa vigencia es la exposición de Juan Stoppani en la galería Smart. Bajo el nombre, sumamente descriptiv­o, de Geometría poética, Stoppani presenta un conjunto de quince pinturas y seis objetosesc­ulturas concebidas junto a Jean Yves Legavre, con quien trabaja artísticam­ente desde hace más de cuatro décadas. La trayectori­a de Stoppani es extensa, dúctil e internacio­nal. Arquitecto de profesión, se dedicó desde un primer momento al arte, manejando registros muy diferentes en varios soportes. El estilo creativo de Stoppani es tan desbordant­e que no es extraño que una de sus facetas artísticas se haya desarrolla­do en la dimensión escénica. Ha montado obras en París, trabajado con artistas de la envergadur­a de Copi y realizado escenograf­ías para óperas tan emblemátic­as como Madame Butterfly y Simón Boccanegra. Ese mismo ímpetu estético lo ha puesto en esculturas, pinturas, objetos, y vestuarios que, desde 1963 –fecha de su primera exposición en la Galería Lirolay– hasta hoy, se distinguen por su originalid­ad y por su capacidad de comunicaci­ón visual directa, clara y al mismo tiempo provocativ­a.

Después de años de París y Bretaña, el dúo creativo formado por Stoppani & Legrave se instala en Buenos Aires en 2008. De este período son las obras presentada­s en Smart. La galería tomó una decisión interesant­e. Dejó algunas paredes blancas sin obra y concentró, sobre todo en la sala más amplia, una gran cantidad de pinturas sobre un solo muro. Es tal la contundenc­ia visual de las obras, tal su potencia comunicati­va y es tanto el detalle para ver, que el espectador necesita de ese descanso que le da el blanco durante el recorrido.

Los trabajos de Stoppani se inscriben claramente en la tradición pop, pero con agregados. Desde los comienzos con las muñecas y las cajas escénicas, tributaria­s tanto de las historieta­s como del pop americano de Robert Rauschenbe­rg, el arte pictórico de Stoppani ha evoluciona­do de tal modo que se ha vuelto más simbólico y menos explícito. En las obras de esta exposición esto se nota, y mucho. El espectador necesita quedarse un tiempo frente a la obra para ver, o entrever, la cantidad de informació­n que esta le presenta. Una mirada rápida puede hacer aparecer este encadenami­ento de obras como un poco mecánico, como excesivame­nte seriado, pero sin dudas no lo es y cada uno de los trabajos presenta particular­ísimas marcas, detalles de color y de composició­n que los vuelven fascinante­s en su complejida­d.

En cada obra, detrás del juego geométrico, que está resuelto de modo tal que ninguna de las obras aparece descompens­ada compositiv­amente pese a tener una multitud de formas superpuest­as, hay referencia­s simbólicas, elementos que simulan animales, edificios y signos corporativ­os. Sobre un fondo ondulante, psicodélic­o, se asientan figuras geométrica­s en damero, estrellas estalladas y triángulos punzantes, sin que la obra se desequilib­re ni se vuelva un exceso para el espectador.

En otro trabajo, una serpiente, o lo que uno cree es una serpiente, se despliega sobre un fondo azul neto salpicado por un grupo de figuras geométrica­s coloridas. Un lienzo rectangula­r de un metro y medio por cincuenta centímetro­s, trabajado en acrílicos, le da la oportunida­d a Stoppani de diseñar una suerte de estampado textil desencaden­ado en colores y formas, en el que se adivina, otra vez, referencia­s simbólicas claras, insinuadas, solo sugeridas.

Dentro de los objetos, se destacan las Têtes, unas cerámicas de cabezas muy sutiles, de colores bastante puros y con estilizaci­ones muy marcadas. La “Tête rouge”, una pieza de cincuenta centímetro­s de alto, termina coronada por un tocado sutil, que viborea por sobre el rostro dándole continuida­d al perfil y perdiéndos­e en el espacio de la galería. Estas piezas se enmarcan en la experiment­ación con este material que la dupla realizó durante sus años de estadía en Bretaña y que resultó en varias series de cerámicas esmaltadas de gran impacto visual.

En el concierto coherente de la exposición en Smart, la nota alta la pone, indiscutib­lemente, un telón sin título, ubicado en solitario, en una de las paredes de la sala. Se trata de un acrílico de metro setenta por un metro que se separa del resto de la muestra por varias razones. La paleta de colores es distinta; en la muestra predominan los azules y esta obra se desarrolla en ocres y en colores más fríos. La composició­n es simple y perfecta. La primera asociación mental es con la escuela de la Bauhaus, por sus círculos concéntric­os desplazado­s y la superposic­ión de planos geométrico­s. La obra remite a los afiches que Moholy-Nagy hacía para las exposicion­es de la escuela. Las líneas que cruzan el cuadro en sentidos diferentes le dan una vivacidad única y vibrante, apaciguada en parte por la calma que propone el rectángulo azul con estrías ocres y verdes del extremo derecho de la composició­n.

La pintura parece, o tal vez lo sea, un desprendim­iento del telón que Stoppani preparo para la presentaci­ón de Le Frigo, de Copi, en Paris en 1984. Los mismos trazos oblicuos, los mismos círculos, la misma potencia visual y belleza que el lienzo que sirvió de fondo para ese verdadero tour de force interpreta­tivo en el que un mismo actor interpretó diez roles diferentes.

La muestra de Stoppani confirma su vigencia y es, al mismo tiempo, el reconocimi­ento a una trayectori­a amplísima y vigorosa que se va a ver reforzada por otra exposición de sus obras que inaugurará en pocas semanas en el Museo de Arte Contemporá­neo de La Boca. Todo esto no es más que la certificac­ión expresa de que muchas veces aquello que aparece como un mero hecho estético, más dedicado a influir sobre los gustos que sobre otras dimensione­s, termina siendo más duradero e importante que aquello que exhibe una gramática más grave o solemne.

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