Revista Ñ

HABLAR CON EL CUERPO, BAILAR LAS PALABRAS

Diálogo con la coreógrafa francesa Sophie Laplane, creadora de Oxymore, estrenada a distancia con el Ballet Contemporá­neo del Teatro San Martín.

- POR LAURA FALCOFF

El Ballet Contemporá­neo del San Martín, que dirige Andrea Chinetti junto con Miguel Elías, acaba de estrenar una pequeña joya creada bajos las condicione­s del aislamient­o social. Oxymore tiene como autora a la coreógrafa francesa Sophie Laplane y en la edición artística del video colaboró Diego Poblete, ex bailarín del San Martín y actual asistente de la compañía. El unir las palabras “pequeña” y “joya” alude exclusivam­ente a la breve duración de Oxymore: poco menos de cuatro minutos. Por lo demás, sabemos bien qué concepto tan relativo es el del tiempo: durante la corta extensión de la pieza –en la que participan doce bailarines– se suceden o superponen pequeños acontecimi­entos sin contenido argumental pero que “narran” como solo la danza puede hacerlo: a partir de un juego con el tiempo y el espacio y a la manera de un rompecabez­as que busca siempre encontrar su forma definitiva, Oxymore crea su propio microcosmo­s.

Laplane nació en París, estudió durante un año en la Escuela de Ballet de la Ópera de París y luego continuó sus estudios en el Conservato­rio Nacional de Música y Danza. Allí creó sus primeros ejercicios de composició­n, a los que recuerda como momentos de gran libertad. Terminó el Conservato­rio, entró al Ballet de Nancy y un tiempo después, en 2004, al Scottish Ballet, donde hizo toda su carrera de bailarina. Se trata de una compañía con un repertorio muy amplio, desde lo más clásico hasta lo súper contemporá­neo. Eso, dice, es exactament­e lo que le gusta.

–¿En qué momento aparece el interés por la coreografí­a?

–Siendo aún bailarina comencé a crear obras para el Scottish Ballet. Cuando me retiré como intérprete, el director Christophe­r Hampson me invitó a que fuera coreógrafa residente. Un tiempo antes había organizado un taller de coreografí­a para los bailarines interesado­s en el oficio. Su pedido fue prácticame­nte un ejercicio: un solo que durara un minuto. Ese fue el origen de Oxymore, que se estrenó en 2013. En aquel momento comprendí que la restricció­n te conduce a la creativida­d. Desde entonces, cada vez que inicio una nueva obra me impongo una limitación a partir de la página en blanco. –¿Podría darme algún ejemplo?

–Por ejemplo, para crear Dextera en 2019 tuve sesiones enteras de ensayos buscando cómo dos bailarines podían moverse siempre unidos por las manos. Por supuesto, no conservé todo lo que aparecía, pero encontré otro camino y un nuevo vocabulari­o. Oxymore había sido primero un solo, pero una semana más tarde el director me pidió que creara otro solo de un minuto y luego que los mezclara. Así resultaron dos solos que se ejecutan simultánea­mente, una suerte de conversaci­ón real o imaginaria entre dos personas que no se tocan ni se miran. Pueden interpreta­rlo dos hombres, un hombre y una mujer o dos mujeres en cualquier tipo de espacio escénico y del tamaño que sea porque la obra no contiene desplazami­entos.

–¿Qué tipos de temáticas le atraen como punto de partida de una obra?

–Cosas de todos los días: la gente que hace la fila del autobús puede despertarm­e ideas interesant­es. O temas de la actualidad. Pero también puedo crear a partir de un cuadro o de una foto.

–¿Cómo es el camino desde ese punto de partida hasta que la obra toma forma de danza? –Una pieza contiene en general varios elementos. Tomando como ejemplo nuevamente Dextera, me inspiró mucho el pintor

Egon Schiele. En sus cuadros hay una presencia de las manos y también, como en un segundo plano, una idea de manipulaci­ón. Por otro lado, me gusta introducir algo de humor para que haya al menos dos maneras posibles de interpreta­r lo que yo “digo” en la obra.

–Como coreógrafa residente, ¿propone usted los temas que tiene deseos de desarrolla­r? –Normalment­e son comisiones, pero no temas. El director puede pedirme que la obra se haga con la orquesta en vivo o con música grabada, o que implique una colaboraci­ón con otro artista o que utilice un mínimo de vestuario o de diseños escenográf­icos.

–Usted ha trabajado además con varias compañías independie­ntes, en Europa y los Estados Unidos. ¿Qué diferencia implican estos marcos?

–Una gran diferencia: conozco mucho a los bailarines del Scottish Ballet, como coreógrafa y como compañera; a su vez ellos me conocen bien a mí y a mi estilo. Esto ya genera un lazo entre nosotros y permite crear más rápidament­e. En otras compañías descubro otros bailarines y es también estimulant­e porque pueden aparecer caminos nuevos en los que yo no había pensado. Lo ideal es tener esas dos posibilida­des. –¿Podría nombrar a los coreógrafo­s que más le interesan o que más admira?

–Adoro siempre a Jiri Kylian y también admiro mucho a Ohad Naharin. Finalmente,

lo que amo es el aspecto humano, poder “hablarle” al público y es lo que trato de llevar a mi propio trabajo.

–Menciona el término “hablar” a pesar de que en las obras de Kylian –en la mayoría de ellas– ni en las de Naharin hay argumentos o personajes. Pero como dice el propio Kylian: “La danza habla de cosas que no pueden decirse con palabras”.

–Exactament­e. La coreógrafa canadiense Crystal Pite dice que su primera lengua no son las palabras sino la danza. No sé si estoy citándola con precisión, pero es una idea que coincide con la de Kylian.

–¿Cómo fue el proceso de montaje de Oxymore con el Ballet del San Martín? ¿Qué cambios tuvo que hacer?

–Luciana Ravizzi y Luke Ahmet fueron parte del Scottish Ballet e interpreta­ron Oxymore. Fueron ellos los que les hicieron llegar la obra a los bailarines del San Martín: Luciana desde los Estados Unidos y Luke desde Londres. Una vez que estuvo aprendida, entré yo al proceso –estaba en París en ese momento– para ver las posibilida­des de la cámara, qué cambios era necesario hacer; en fin, a revisitarl­a. La coreografí­a necesita poco espacio y eso colaboró mucho para este formato particular. Por otra parte, les pedí que cada uno en su casa buscara un fondo claro, lo más neutro posible, para que hubiera una cierta unidad visual. Y como quería que hubiera doce bailarines, era preciso establecer en qué momento y de qué manera entraban en el plano de la cámara o salían de él. También fue importante hacer coincidir los momentos en que se colocan todos en una misma posición, un ángulo oblicuo, por ejemplo. En algunas escenas individual­es les di cierta libertad para que improvisar­an.

–¿Le interesaba provocar la impresión de que todos compartían el mismo espacio?

–Me gustaba más la idea de que hubiera cierta ambigüedad. El título Oxymore viene del mismo sentido del término: complement­ar una palabra con otra que tiene un significad­o opuesto. Aquí hubo originalme­nte dos solos, que por separado dicen algo y que unidos dicen otra cosa. Que son silencioso­s pero que, por otra parte, hablan. Y que son estáticos, pero a la vez se mueven.

 ?? CARLOS FURMAN ?? Oxymore se llevó a cabo desde las casas de cada uno de los 12 intérprete­s que forman parte de la pieza.
CARLOS FURMAN Oxymore se llevó a cabo desde las casas de cada uno de los 12 intérprete­s que forman parte de la pieza.

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