LA MAQUINARIA Y SUS CÓMPLICES
Luis Gusmán. La reedición de su novela Villa, a 25 años de su primera publicación, vuelve a poner en debate el colaboracionismo con un Estado militar. Fragmentos del prólogo del crítico Jorge Panesi.
No hay, no hubo “literatura del proceso”. Hubo, sí, literatura en ese totalitarismo que denominaron “proceso”. No hay tampoco, y por las mismas razones, personajes novelísticos del “proceso”. De existir, esos personajes deberían pensarse como engendrados por el único universo narrativo que podría albergarlos: la máquina kafkiana o El proceso kafkiano. En la franja histórica que va desde 1976 a 1983. Más que héroes, hombres, o relaciones subjetivas, lo que hay que narrar son dispositivos, sistemas, jerarquías infinitas, máquinas.
Me gusta pensar que, con su encierro carcelario, El beso de la mujer araña se acerca bastante a sintetizar la inscripción humana de ese mundo (y quizás demasiado humana, si fuese cierto que lo imposible de representar, y a la vez lo esencial, consiste en una máquna). Aunque la exclusión, la anulación, y el encierro presuponen la inscripción corporal de las máquinas represivas, carcelarias, policiales, judiciales, El beso de la mujer araña se conecta con una fase temprana y hasta cierto punto legal de la represión militar argentina (recordemos que la cárcel de esta novela no es un campo clandestino de prisioneros).
Digo esto porque Villa, la novela de Luis Gusmán, también va hacia el huevo de la serpiente, hacia los contornos o principios de ese mundo represivo, pero la ley en Villa ya está tempranamente mezclada, cobija los pliegues de ilegalidad que ella misma traza y que simultáneamente la afirman y la burlan en secreto. La ilegalidad interior de la ley.
En cambio, la representación de la ley en Puig (la ley masculina, paterna y represora) no tiene huecos ni mixturas, sólo transgresores que pueden pactar con sus agentes sin conmoverla porque es demasiado gruesa en aquello que delimita; en la cárcel todo es ley, y por eso Valentín y Molina (el guerrillero y el homosexual) alcanzan un status de héroes.
Habría otro modo de concebir el aparato jurídico y su mixtura con la política, con el aparato militar o con la burocracia. Consistiría en decir: la ley constitutivamente vive de sus propias contaminaciones, vive y muere contaminándose. Como en Villa, de Luis Gusmán.
No es excesivo leer en Villa los engranajes de una máquina anónima, jerárquica, autosuficiente, que atraviesa otras maquinarias institucionales (el ejército, la policía, la justicia, la política). La llamamos “máquina burocrática” para acercarnos y acercar la novela de Gusmán a un modo de
inteligibilidad maquínica que insiste o se impone en los vocabularios y en las narraciones que hoy tratan de interpretar intrincados complejos culturales e históricos. Porque aquello que se debe narrar, aquello que cierta narrativa y también cierta crítica quieren hacer inteligible a través del relato, son procesos cuya comprensión exige volver a pensar el estatuto de la subjetividad, la formación, su juego, y también o correlativamente, volver a narrar el juego histórico de las instituciones en relación con los sujetos.
Más que la coherencia teórica de un concepto, se debe ver en este vocabulario maquínico un deseo o una voluntad por dar cuenta de todos los hilos insospechados y anónimos que tejen la historia. Y si tuviéramos que justificar la etiqueta “máquina burocrática” –por demás, casi del sentido común o del habla corriente– a través del mundo literario que Gusmán nos propone, podríamos citar su reciente corpus crítico, el de La ficción calculada, donde el interés
por Kafka insiste junto a una interpretación jurídica de La carta al padre, lo que convierte el análisis en una verdadera máquina jurídica y retórica a instancias del propio Kafka, que ha sugerido esta perspectiva de la lectura. (...)
Villa absorbe los gruesos y menudos trazos de la historia política; no sólo los exhibe, sino que se hace cargo de ellos. En ese encuentro, el mundo novelístico de Gusmán no abandona sus obsesiones, sus tópicos (los gemelos, el cadáver, ciertas geografías o topografías suburbanas), pero los abre a lo que siempre estuvo allí y que exige ahora un modo narrativo particular, una síntesis del encuentro. Me parece que ha sido capital para el mundo (o los mundos) de Villa la construcción de una perspectiva. Porque los mundos producen perspectivas, los mundos se combaten entre sí a través de perspectivas.