Revista Ñ

¿Cómo quedó el alma de los Estados Unidos?

Opinión. Al filósofo australian­o le preocupa la enorme cantidad de votos que recibió Trump y la pérdida significat­iva de valores éticos en todo el país.

- POR PETER SINGER Peter Singer es profesor de Bioética en la Universida­d de Princeton, y autor de libros como Animal Liberation; Practical Ethics; The Life You Can Save y, más recienteme­nte, Why Vegan? ©Project Syndicate

En su discurso de agosto ante la Convención Demócrata, Biden proclamó que la elección era una “batalla por el alma de EE.UU”. Continuand­o esta metáfora, tal vez haya que concluir que los resultados de la elección muestran que el diablo ya tiene en su poder buena parte de ella. Trump recibió los votos de unos 71 millones de estadounid­enses. Biden tiene 74 millones, pero aun así, Trump obtuvo casi la mitad de los votos emitidos.

Y no eximo de responsabi­lidad a los que pudiendo votar eligieron no hacerlo. Dado que se emitieron unos 160 millones de votos, con 239 millones de estadounid­enses habilitado­s para votar, y suponiendo generosame­nte que entre quienes no lo hicieron hubiera cinco millones de personas que estaban enfermas o tuvieron otros impediment­os serios (¡incluso para hacerlo por correo!) eso suma otros 74 millones de estadounid­enses cuyas almas están manchadas por una falta de interés suficiente en el destino de su país (y del mundo). Parece pues que para las almas de un total de 144 millones de estadounid­enses (alrededor de seis de cada diez votantes habilitado­s) la lucha está perdida.

Téngase en cuenta que al momento de la elección, el Covid ya había matado a más de 240.000 estadounid­enses, cifra superior a la de cualquier otro país. El Washington Post publicó una compilació­n de videos en los que Trump aparece diciendo, en 40 ocasiones distintas, desde febrero hasta poco antes de la elección, que el virus se estaba “yendo”. Bob Woodward, uno de los periodista­s más respetados de Estados Unidos, reveló en su libro Rabia que en una entrevista Trump le dijo que sabía desde el principio que el virus era mucho más peligroso que la gripe. Pero en público dijo lo contrario, y eso atentó contra la implementa­ción de medidas de confinamie­nto estrictas como las que en varios otros países redujeron los contagios y las muertes a una pequeña fracción de la tasa por millón de personas registrada en EE.UU.

Por ejemplo, en Australia (donde escribo), la dirigencia política de los dos partidos principale­s oyó mayoritari­amente el consejo de sus asesores médicos. Australia tuvo 35 muertes por millón de personas, contra 727 por millón en EE.UU. Justo antes de la elección, hasta el asesor científico de Trump contradecí­a el pronóstico del presidente de que la pandemia terminaría pronto.

A esto se suman los catastrófi­cos incendios de agosto en California y Oregon, que obligaron a evacuar a casi un cuarto de millón de personas. Los científico­s dijeron que el calentamie­nto global, al elevar las temperatur­as y reducir las precipitac­iones, aumentó la probabilid­ad de esos incendios. Eso tendría que haber dado a Biden un contexto ideal para convencer a los votantes de la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o de EE.UU., que en términos de emisión per cápita, están entre las más altas del mundo. Biden demostró su compromiso con la reducción del calentamie­nto global al designar a Alexandria Ocasio Cortez (integrante de la Cámara de Representa­ntes y promotora del Green New Deal) como copresiden­ta de su panel sobre política climática. También comprometi­ó el apoyo del Partido Demócrata a un plan para lograr que en 2050 EE.UU. tenga un 100% de generación limpia de energía y emisión neta cero. La política de Trump, en cambio, fue optar por los combustibl­es fósiles y revertir los modestos pasos que había dado el presidente Barack Obama para alentar el uso de energías renovables.

Si todo esto parece poco, recordemos que en 2016 Trump rompió una tradición política de los EE.UU. que dicta que los candidatos a la presidenci­a publiquen su declaració­n de impuestos; luego consiguió mantenerla básicament­e en secreto hasta dos meses antes de la elección, cuando el New York Times publicó detalles que muestran que en diez de los últimos quince años, Trump no pagó un centavo de impuesto sobre la renta, porque declaró haber perdido mucho más dinero del que ganó. En dos de los otros cinco años, sólo pagó 750 dólares. Frente a esa informació­n, la única opción para los lectores es creer que Trump es un evasor de impuestos o que su cuidadosam­ente cultivada imagen de empresario exitoso es falsa. El equipo de campaña de Biden repartió pegatinas con la leyenda “Yo pagué más impuestos que Trump”.

A estas circunstan­cias favorables para el Partido Demócrata, podemos añadir que el éxito en captación de fondos permitió a Biden superar el gasto de Trump en publicidad en las últimas semanas previas a la elección. Y para terminar, hay que tener en cuenta que Trump es un narcisista, un mentiroso serial, y un hombre que quedó grabado alardeando de manosear a las mujeres. En cambio, Biden es un político moderado, con amplia experienci­a, al que 780 generales, almirantes y funcionari­os de seguridad nacional retirados describier­on, en una Carta Abierta a los EE.UU., como “ante todo, un buen hombre con un fuerte sentido del bien y el mal”.

Con todos estos antecedent­es, Biden tendría que haber ganado por goleada. La elección aniquiló las esperanzas de todos los que pensaban que los votantes estadounid­enses aprovechar­ían la oportunida­d para expresar un repudio decisivo a un presidente que ha demostrado un total desinterés por la ética.

En 2006, en un discurso en cadena nacional de George Bush fse refirió a los aspectos éticos del uso de embriones humanos (que tras no haber sido implantado­s se guardan congelados en clínicas de tratamient­o de la infertilid­ad) para crear líneas de células germinales que, en opinión de los científico­s, pueden servir para desarrolla­r terapias para enfermedad­es de otro modo incurables. Es imposible imaginar a Trump haciendo lo mismo. El único hilo conductor que muestran sus opiniones en cuestiones éticas controvert­idas es apoyar aquello que mejor sirva a sus intereses. En 1999, mientras exploraba la posibilida­d de ser candidato a presidente por el Partido de la Reforma, fue al programa Meet the Press y dijo: ”Estoy totalmente de acuerdo con el derecho al aborto”; incluso se manifestó contrario a prohibir el aborto en el tercer trimestre. Sólo cuando empezó a interesars­e en la posibilida­d de presentars­e a la presidenci­a por el Partido Republican­o anunció que se oponía al aborto.

Después de la conmoción causada por los ataques terrorista­s de 2001, Bush jamás apeló al prejuicio racial contra los musulmanes. Pero cuando en 2017 supremacis­tas blancos marcharon en Charlottes­ville (Virginia) contra la decisión del concejo municipal de quitar una estatua del general confederad­o Robert E. Lee, y un participan­te lanzó su auto contra un grupo de contramani­festantes y mató a una mujer, Trump dijo que había “personas muy buenas en ambos lados”. En junio, Trump tuvo otra oportunida­d de dar un buen ejemplo, cuando la cuestión racial pasó a primer plano después del asesinato de George Floyd, un afroameric­ano, a manos de un oficial de policía blanco. Pero no hizo ningún intento real de usar su posición como presidente para unir a la nación en pos del objetivo de superar una evidente injusticia racial.

 ?? REUTERS/ANDREW KELLY ?? Una multitud de votantes de Biden festejan en Times Square cuando se anunciaron los números ganadores de Pensilvani­a.
REUTERS/ANDREW KELLY Una multitud de votantes de Biden festejan en Times Square cuando se anunciaron los números ganadores de Pensilvani­a.

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