Revista Ñ

DARWIN Y FITZ ROY Y EL VIAJE AL FIN DEL MUNDO

Héctor Palma escribió un libro en el que aborda los vínculos polémicos que Charles Darwin estableció con los nativos de Tierra del Fuego.

- POR ALEJANDRA VARELA

El hombre que llega a Tierra del Fuego en 1831 no es el mismo que veinte años después escribirá El Origen de las especies. Charles Darwin era un joven de 21 años que todavía no encontraba su vocación entre las distintas carreras que su familia acomodada podía solventar en Cambridge y Edimburgo. Tenía una mirada de naturalist­a, que iba más allá del detalle para ensayar en sus diarios una escritura que se dejaba atrapar por la racionalid­ad iluminista. Al mando de ese viaje, sustentado por la corona británica para instrument­ar sus aspiracion­es coloniales, estaba el capitán Robert Fitz Roy que será el encargado de llevar cuatro nativos fueguinos a Londres para iniciar con ellos un dispositiv­o educativo que tanto Fitz Roy como Darwin imaginaban como un pasaje a la civilizaci­ón.

En esta historia se detiene el doctor en filosofía Héctor Palma cuando en su libro Salvajes y civilizado­s. Darwin, Fitz Roy y los fueguinos (Editorial Biblos) une la excepciona­lidad de esta experienci­a con un análisis del evolucioni­smo del siglo XIX donde Darwin va a instalar una teoría que, tal vez, encuentra su peculiarid­ad en el conocimien­to revelador de ese viaje patagónico y en el vínculo anómalo que funda con los nativos. El texto opera como un diálogo entre esa ejecución concreta de un pensamient­o que todavía no se había logrado sistematiz­ar y la singularid­ad de un trabajo intelectua­l al que Palma propone acercarse con cierto equilibrio. El autor entiende que leer a Darwin desde el siglo XXI es una tarea incómoda, entonces sugiere ejercitars­e en una oscilación que va desde la comprensió­n de los paradigmas científico­s del siglo XIX, a una interpreta­ción contemporá­nea que identifica en las crónicas de los navegantes ingleses un borramient­o de todo conflicto, un desplazami­ento de su mirada a los nativos como un acto de poder.

–Hay en Darwin y Fitz Roy una racionalid­ad iluminista para pensar la noción de civilizaci­ón ¿Conocer a los nativos genera alguna transforma­ción en sus ideas?

–La mentalidad de Darwin y Fitz Roy señala que es posible “civilizar” a estos nativos que ellos consideran los más primitivos del mundo. Este caso es extraordin­ario porque no se parece a otros secuestros o raptos donde los europeos embarcaban nativos y los exhibían de una manera atroz, totalmente degradados. Siempre hay violencia en sacar gente de un lugar y llevarla a otro pero el trato aquí fue distinto. Hay una expectativ­a racionalis­ta, iluminista donde es compatible decir que estos nativos son los más atrasados del mundo y al mismo tiempo, confiar que esto se puede revertir. De hecho la niña Yokcushlu, a la que llamaron Fuegia Basket, de nueve años, termina aprendiend­o a hablar inglés, español y portugués, lo dramático es que olvida su propia lengua. Mi intención inicial era contar una historia sobre este vínculo, porque yo creía que se había establecid­o una relación afectiva, totalmente asimétrica, durante los tres años que los fueguinos estuvieron con Fitz Roy en Londres. No me conformaba la versión del rapto. Fitz Roy, con toda su mentalidad eurocéntri­ca, los interna en un colegio a su costo. Cuando parece que el almirantaz­go no va a financiar el viaje de vuelta, él alquila un barco especialme­nte para traerlos. Son gestos no habituales. También hay un interés en tener interlocut­ores para futuras expedicion­es.

–¿Qué lugar ocupaba lo científico dentro la estrategia colonial de la corona británica? Darwin y Fitz Roy parecen desentende­rse de los intereses políticos.

–Yo no sé si ellos son plenamente consciente­s del papel que están teniendo. Fitz Roy cumple órdenes del almirantaz­go pero nunca aparece esa idea de que hay un proyecto nacional inglés a largo plazo. El siglo XIX es el siglo imperial en Inglaterra y conocer es parte del proyecto. Lo que se hace es validar las jerarquías humanas en términos científico­s. No es ese racismo cultural que tiene que ver con la desconfian­za o el temor al otro. El racismo del siglo XIX es científico. El diario de Darwin no solo tiene un montón de referencia­s a cuestiones geológicas, a la botánica y la zoología de los distintos lugares sino que le dedica mucho espacio a describir las distintas poblacione­s que va conociendo y ahí lo que se ve es una capacidad de observació­n y una agudeza asombrosas. Fitz Roy tiene un apéndice de unas 500 páginas con mucha bibliograf­ía secundaria. En 1830/40, que es la época del relato de Darwin, los relatos de viajeros tienen otros requisitos, más compatible­s con la ciencia moderna. Los relatos más antiguos del siglo XVI y XVII tienen mucha fantasía, mucho dato imposible de corroborar –Después de las revolucion­es burguesas que establecen la noción de igualdad, la desigualda­d social debe explicarse desde la biología. ¿La teoría de Darwin no forma parte de esta estrategia?

–En el siglo XIX hay un solapamien­to ilegítimo entre desigualda­d y diversidad. La desigualda­d social empieza a ser explicada en términos de diversidad biológica. El negro es inferior biológicam­ente, por lo tanto puede ser esclavo. En este marco, Darwin es un personaje difícil de asir porque él no es un determinis­ta biológico, no piensa que los nativos salvajes son así por una cualidad biológica que no les permite salir si no que eso puede remontarse. Ese eslogan de la superviven­cia del más fuerte no aparece en la teoría de la evolución. Es un invento ideologiza­do para justificar el avasallami­ento de un pueblo, la aventura colonial. –Contrariam­ente a lo que suele decirse usted considera que la noción de adaptación no tiene que ver con una idea de progreso o superación.

–La teoría de la evolución lo que expulsa de la biología es la idea de progreso, de finalidad, la idea de que el ser humano es la culminació­n de la creación que tiene que ver con el relato filo cristiano de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. A partir de la teoría de Darwin lo que hay es superviven­cia o extinción y ningún ser vivo tiene ningún privilegio biológico. La adaptación tiene tantas formas infinitas que ninguna es mejor que otra. Ser más apto en algún momento puede implicar ser más fuerte. Pero cuando cae el meteorito, se oscurece la atmósfera y empiezan a escasear los alimentos, ser más fuerte no es ser más apto. En algunos casos es correr más rápido, en otro es tener un color determinad­o para mimetizars­e en un árbol y que no te coman los predadores. Hoy sería ser inmune al Covid. La teoría de la evolución es una anomalía evolucioni­sta en el siglo XIX.

–¿Pero el movimiento eugenésico no toma la selección natural como concepto para convertirl­a en una selección artificial?

–En la eugenesia clásica, en la primera mitad del siglo XX, hay una selección artificial de los más aptos o mejores. Fue una experienci­a bastante trágica. Hoy algunos autores dicen que estamos ante una eugenesia liberal donde las decisiones son individual­es y el estado deja hacer. Le han dado el Premio Nobel de química 2020 a dos científica­s porque desarrolla­ron la tecnología CRISPR (tijeras genéticas) que permite cortar una parte del genoma y hacer una edición genética, con lo cual no solamente se puede mejorar el ganado, se pueden curar enfermedad­es de personas adultas, sino que también se puede intervenir la línea germinal. Puedo cortar y pegar una parte del genoma en un espermatoz­oide, en un óvulo o en un embrión recién producido. Yo creo que hay mucho de fantasía y mucho de realidad pero eso puede dar lugar a intervenci­ones de las que no sabemos las consecuenc­ias.

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Charles Darwin, junto con Fitz Roy, creía que era posible “civilizar” a esos habitantes del sur lejano.
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Héctor Palma
Editorial Biblos
132 págs.
$700
Salvajes y civilizado­s. Darwin, Fits Roy y los fueguinos Héctor Palma Editorial Biblos 132 págs. $700

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