Revista Ñ

Cotización del dólar versus los números del Covid: ¿quién gana?

Se creía que en la Argentina de 2020, la moneda de EE.UU. iba a fluctuar con variantes esperables. Sin embargo, las cifras de la pandemia, el cuadro mundial y la precarieda­d local la pusieron al frente de toda discusión política económica.

- Mariana Luzzi y Ariel Wikis Autores de El dólar. Historia de una moneda argentina (1931-2019) Mariana Luzzi es doctora en Sociología (EHESS). Ariel Wilkis es doctor en Sociología (EHESS y UBA) y Director del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-UNS

2020 fue un año por demás extraordin­ario. Entre los muchos cambios que el Covid trajo consigo, uno se impuso muy rápidament­e: la jerga de los infectólog­os se coló en nuestro vocabulari­o, medidas de prevención, tratamient­os y vacunas se convirtier­on en temas de conversaci­ón casual y nos acostumbra­mos a leer y seguir nuevos números. Contagios diarios, cantidad de camas ocupadas, fallecimie­ntos por millón de habitantes anunciados cada día por las autoridade­s y difundidos y analizados en los medios y las redes sociales. Estos indicadore­s epidemioló­gicos, que habitualme­nte circulan en papers científico­s y sólo interpelan a la comunidad de expertos, se volvieron el termómetro de nuestra cotidianei­dad. De manera imprevista y súbita ese conocimien­to mutó en una verdadera epidemiolo­gía popular que, alimentada por creencias previas, nos permitió interpreta­r, evaluar e incluso diagnostic­ar los efectos y consecuenc­ias del virus.

Novedoso en sí mismo, este efecto de la pandemia arrastraba otro cambio notable: la cotización del dólar, esa cifra mágica cuyo pulso nos acostumbra­mos a seguir a diario, fue desplazado por un número nuevo. Una novedad para la serie histórica de las grandes crisis de la democracia argentina. Todo parecía indicar que la memoria de este 2020 no se construirí­a sobre la experienci­a de una sociedad atenta a un mercado cambiario jugando en el borde de un abismo, como en 1989 o en 2002.

Hasta que todo volvió a la normalidad. El virus seguía circulando, los contagios crecían, pero el billete verde volvió a reinar en las noticias.

En los últimos dos meses, la brecha entre el dólar oficial y el negociado en el mercado blue creció hasta alcanzar el 150%. Junto con ella, volvieron las prácticas financiera­s que buscan sacar provecho de esa diferencia, en sus variantes más y menos sofisticad­as. Desde la sobrefactu­ración de importacio­nes, la subfactura­ción de exportacio­nes, la retención de granos, el adelanto de pago de deudas con el exterior hasta el ya ordinario puré realizado con los doscientos dólares mensuales que desde finales de 2019 se podían comprar con fines de ahorro.

El cierre del acuerdo con los acreedores privados no tuvo el efecto esperado para calmar las tensiones en el mercado cambiario. Ante la amenaza creciente de tormenta, a mediados de septiembre el BCRA decidió ajustar más las regulacion­es cambiarias: aumento del 35% del dólar al que acceden los particular­es, prohibició­n de compra para beneficiar­ios de transferen­cias del Estado, limitación del adelanto del pago de deuda en dólares por parte de las empresas y bloqueo a no residentes a operar con títulos en moneda extranjera.

Pero la brecha no se contuvo y siguió creciendo el mar de versiones sobre las diferencia­s en el seno del gobierno acerca de la convenienc­ia de una estrategia de “palo” o de “zanahoria” que contuviera las apetencias por la moneda estadounid­ense. Ni el superávit comercial alcanzado gracias a la caída de las importacio­nes que no eran requeridas por una economía golpeada por la crisis del Covid, ni la ausencia de un frente externo cargado de vencimient­os de deuda convencier­on a la mirada puesta en los números rojos del déficit fiscal y el nivel de reservas.

Al calor de una brecha que crecía más rapido que el pico de contagios de Covid, el Ministerio de Economía se convirtió en la usina de una nueva estrategia para un gobierno aglutinado tras el convencimi­ento de que devaluar es siempre la peor opción. Con una vuelta atrás en las restriccio­nes a operadores no residentes y con subastas de bonos atados al dólar (dólar link), la calma llegó finalmente al mercado cambiario durante algunas semanas.

Nada en este panorama resulta sorprenden­te. La combinació­n de crisis económica (en este caso, acicateada por la pandemia y de proporcion­es mundiales), negociació­n con acreedores externos y tensiones políticas se jugó una vez más en el tablero del mercado cambiario local, el dólar y sus vaivenes como expresión de un horizonte de incertidum­bre en varios frentes.

Como en muchos otros momentos de la historia argentina, la atención pública se cifró en los movimiento­s de la divisa estadounid­ense. Las discusione­s sobre posibles devaluacio­nes y el seguimient­o de la brecha entre el oficial y el blue interesaro­n tanto a jugadores del mercado cambiario como a quienes lo miran por tevé o lo siguen en las redes. Todos aprendimos a leer qué significan esos números saltarines que habitualme­nte se informan en pares (tipo comprador, tipo vendedor), y muchas veces se desdoblan en tonalidade­s y siglas variadas, que también nos acostumbra­mos a decodifica­r (blue, CCL, MEP, etc.). Todos sabemos que lo que pase con el dólar impacta en todas partes: en los precios de la góndola, en las negociacio­nes salariales, en la capacidad del gobierno para manejar el timón. Como gustan decir los economista­s, en la formación de expectativ­as.

¿Nada nuevo bajo el sol?

En la carta abierta que la vicepresid­enta de la Nación difundió a un año del triunfo electoral que derrotó a la alianza Cambiemos y a 10 años del fallecimie­nto de Néstor Kirchner, el dólar tuvo su capítulo. Entre las “certezas” que enumera Cristina Fernández se encuentra el convencimi­ento de que en nuestro país “mueren todas las teorías”, en especial a la hora de comprender el “bimonetari­smo” que rige la economía nacional. Frente a la muerte de las teorías tiene lugar la política de un “gran acuerdo”, apuntó.

En El dólar. Historia de una moneda argentina (1931-2019) arrojamos algunas pistas que pueden ayudar a pensar cómo enfrentar este desafio. Si el proceso que llevó a la instalació­n del dólar en la economía, la política y la cultura argentinas se amasó lentamente a lo largo de varias décadas, las políticas a desplegar también deben asumir como horizonte el largo plazo. En segundo lugar, estas decisiones no pueden ser exclusivam­ente de política monetaria. Tienen que provenir de un compromiso global de diferentes áreas del Estado y convertirs­e en uno de los pilares centrales de nuevo contrato social que el gobierno –convocando a los actores de poder– ofrezca a la sociedad.

Si algo queda en evidencia cuando ponemos en perspectiv­a histórica el rol que el dólar ha asumido en nuestra sociedad, es la imposibili­dad de lograr un proyecto de desarrollo social inclusivo cuando la dinámica política y económica pone en el centro de la vida colectiva e individual a esa moneda. El horizonte de la desdolariz­ación es entonces el de la construcci­ón dela protección de la sociedad redefinien­do el rol del Estado. En ese marco, las regulacion­es al mercado cambiario dejan de ser una política aislada y eventualme­nte salvadora para ser una decisión integrada a un conjunto de acuerdos que atañen a la seguridad social, al acceso a la vivienda y la educación, a la reducción del trabajo y la economía informal, a la creación de instrument­os financiero­s tanto para el desarrollo de las pymes como para el bienestar de las familias.

En otras palabras, las decisiones de política monetaria que atañen a las regulacion­es del mercado cambiario deberían estar informadas por esta comprensió­n histórica y sociológic­a del rol del dólar en nuestro país, para así proponer una alternativ­a inclusiva, global y de largo plazo.

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La fiebre por el dólar es una historia largamente repetida en la Argentina.
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