En busca de la luz que no se repite
Eliseo Miciu construye paisajes épicos de las soledades que habita desde hace años en la Patagonia. Los exhibe en su muestra de fotografía Indómito.
Resulta atrapante la perspectiva con que Eliseo Miciu inscribe al espectador en elterritorio que conoce y habita. Tal vez porque en su trabajo hay una extensión del deseo de captar un paisaje y un modo de vida que no ha cambiado en cientos de años. Tal vez porque hace falta una templanza especial para habitar estas extensiones, donde el viento y los cielos abiertos son marco de las secuelas de una glaciación remota que transformó el hábitat en estepa. Nieto e hijo de artistas, es el primero que se dedica a la fotografía ya que le permite atrapar exactamente lo que busca, esencialmente la luz. De su herencia rescata con orgullo el acompañamiento de su padre cuando decidió abandonar la escuela y dedicarse a la fotografía. Afirma que era un modo de “estar bien atado a la convicción para que no quede otra cosa que hacer sino lo que a mí me apasiona”.
La región que Eliseo conoce y retrata es habitadas por pocos humanos. Los que se quedan aman la soledad y se contentan con una frecuencia de onda corta para conocer lo que se comunica a través de la radio, único medio que se puede usar sin antenas especiales en este territorio patagónico. Ese panorama mágico para Miciu, que conoce, camina y busca para luego trasmitirlo en su trabajo, forma un corpus extenso que conserva bajo nombres que funcionan como sinónimos del carácter profundo que este paisaje infunde en el ser humano: recio, indómito, rústico, salvaje. Si bien se conectó con la fotografía con fines comerciales y editoriales, muy pronto decidió consolidarse plenamente como artista, para ser honesto con sus visiones y así responder a sus propios arámetros en detrimento de los que le imponía la línea editorial de National Geographic, para la que editó un libro de viajes por la Patagonia.
Miciu ha declarado que su formación viene más de sus relaciones familiares donde es posible encontrar esa simbiosis entre hacer y ser creativo. El paisaje tiene grandes nombres en la historia de la fotografía, y uno de sus próceres está claramente en la lista de Miciu. Se trata del fotógrafo estadounidense Ansel Adams (1902-1984), famoso por crear la técnica denominada “sistema zonal” que permite manipular la captura analógica original mediante el uso de tiempos de exposición durante el copiado, usando la simple oclusión de una parte para regular la intensidad y ganar en contraste de luz y sombra.
Esto es visible con claridad en el trabajo de Miciu, ahora ejecutado de manera totalmente digital, donde se percibe que, captando los matices que él mismo conoce perfectamente, pues los transita, las imágenes se enfatizan para hacerse memorables. No hay nada más inspirador que esa naturaleza que, bajo su mirada, se transforma en épica. Allí, el viento y la luz que se filtra entre las nubes son una constante que moldea las formas.
Es interesante su manejo de las texturas, que captan tanto una simple marca en la corteza del árbol inclinado por el viento, como la luz que se posa en algunas partes de esa naturaleza. Una naturaleza árida, áspera, vasta y modelada por pocos elementos tan contundentes como resistentes a la acción del hombre, alejada sideralmente de todo entorno urbano.
Según Eliseo, habitante del sur desde los 15 años, el paisaje permanece, pero “la luz no se repite nunca”. Los rayos del sol cuando se filtran entre las nubes, el viento creando una bruma rara que confiere al paisaje una trama de flujos direccionales, la potencia de las montañas emergiendo con bellas formas recortadas, forman un repertorio recurrente de gran impacto visual.
Cuenta el artista que la fotografía fue una herramienta para corroborar esa convicción en algo firme, en algo que no cambia, como el propio estado natural de la estepa, y remarca: “Eso me parece lo más importante de la vida: mantenerse en una constante mientras algunas cosas cambian inevitablemente”.
Atrapar esas inmensidades que son habitadas por animales salvajes entre los que se incluye una rareza tal vez desconocida por muchos: los llamados ‘ariscos’, caballos salvajes que viven en tropillas en regiones que apenas pisa nadie. Ovejas, guanacos, aves de gran porte, zorros y otras especies conviven con esos personajes solitarios, los puesteros, pobladores de la soledad y el viento, que modulan el paisaje y la vida común a todos quienes se deciden a habitarla. Y a ser parte de un sistema donde deben probar su resistencia, de un habitar austero y despojado en estos tiempos en que la representación del viento mediante sonidos o imágenes son para los habitantes de la gran ciudad el modo de acercarse a un paisaje extraño y fascinante.