Destierro, fetiche memorioso
Arte en sincronía con el momento político. Manifiesto y reflexión de aliento teórico, ésta es la reciente intervención de la artista en el portal Hypermedia.
En el tercer capítulo de su ciclo online “La historia como rumor/ Performances de movimiento múltiple”, que ya desplegó registros de piezas de Jorge Eielson y Coco Fusco, el Malba ofrece desde el 23 de noviembre Destierro, sobre la performance de Tania Bruguera, con curaduría de Gabriela Rangel. Se iniciará este lunes con una conversación por streaming de la artista cubana junto a la crítica inglesa Claire Bishop, Diego Sileo, curador del Padiglione d’Arte Contemporanea de Milán, que prepara una retrospectiva de Bruguera, y la directora artística del Malba.
En el ombligo turístico de La Habana Vieja, y en lo profundo del período especial, Bruguera se enfundó en un Nkisi Nkondi, figura mágica de la religión bantú que llegó al Caribe con los esclavos. El fetiche tiene el poder hace cumplir los deseos pero, ante las promesas olvidadas, se activa y sale a cobrar su deuda.
Destierro se representó en Caracas, en la Bienal del Barro, y poco después en la Plaza de la Catedral de La Habana el 13 de agosto, cumpleaños de Fidel Castro.
Destierro ha sido interpretada como un simbólico ajuste de cuentas con las promesas de la Revolución Cubana, cuando apenas faltaban pocos meses para que se cumplieran cuatro décadas del triunfo revolucionario. 1998 fue un año bisagra para Cuba, con la visita del papa Juan Pablo II y la esperanza de sus oficios discretos como mediador ante Europa, a favor de la apertura democrática.
Una de las astucias de la artista fue servirse de un culto minoritario del sincretismo afrocaribeño, un exiliado tanto respecto del catolicismo, combatido por el gobierno de orientación marxista atea, como de la Santería, un culto tolerado desde el inicio de la Revolución Cubana. En este sentido, la figura del Nkisi Nkondi se convierte en cuerpo extraño absoluto, en una cultura política que históricamente apeló a epítetos degradantes para los opositores, pero a la vez conserva cierta familiaridad interpretativa.
Junto al registro de la performance, se ofrecerán vodcasts críticos de las curadoras Licía Sanromán, Cristina Vives y Dulce Gómez,, entre otros.
Hacer arte político no es armar escándalo, es entender el concepto de timing.
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Timing es una de las primeras palabras que aprenden los políticos de cualquier país. Se traducie como sincronización o sincronía y es, sencillamente, entender cuál es el momento perfecto para posicionarse, decir o hacer algo. El momento perfecto no tiene que ser el momento adecuado.
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Actuar a destiempo es algo que a los políticos generalmente les cuesta caro. Actuar a destiempo es equivalente a la mediocridad en un político.
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El arte también tiene un sentido del timing pero, al contrario de la política, busca acercarse a un estado de la verdad, y se debe a ella. Decir la verdad no siempre coincide con el momento político adecuado. Los políticos nunca ven adecuado que los demás digan la verdad en público.
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El compromiso del arte con la verdad confunde mucho. Suele pensarse que el arte es un instrumento para ilustrar la verdad de otros: la de “los sin voz”, se dice en ocasiones (expresión que me irrita y ofende). La mayoría de las veces, el arte que se presenta como “verdad” no es sino inversión económica, reflejo y entretenimiento para los poderosos (les encanta el arte puesto en función de ellos). En el primer caso, es arte como melodrama. En el segundo, propaganda.
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La verdad en el arte viene de un lugar solitario, hostil, doloroso, confundido. No tiene nada que ver con la inmediatez, feliz en sí misma. No puede ser un momento genérico, porque el arte toca lo que has protegido. Ni ser efusividad programada, porque siempre trae consigo una duda que amenaza con desbaratar aquello que lo sostenía.
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El arte político no puede hacerse con miedo. Puedes sentir miedo, puedes hablar sobre el miedo y temblar irracionalmente, pero el miedo no es la materia con la que se hace arte político.
El arte político es un proceso que transforma el miedo en otra cosa. Es ponerte, conscientemente vulnerable, ante el miedo.
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El mayor miedo que provoca el arte político no tiene que ver con los problemas que pueda ocasionarle al artista. El mayor miedo es que la obra sea tan circunstancial que no logre sobrevivir a su nacimiento, que no sea imprescindible después, que se vuelva prematuramente vieja. A eso es a lo que más le temen los artistas: a caducar. Pero todo arte nace decrépito si no es honesto, no importa si es o no político.
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Se habla siempre de la pertinencia del arte político, de si es o no el momento adecuado para hacerlo o exponerlo. Desde el tiempo de los sóviets, esta es la frase socorrida para articular alguna purga colectiva que justifique la censura: no somos nosotros, nosotros pensamos igual pero no es el momento adecuado.
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Se habla mucho del oportunismo del arte político, pero no se habla del oportunismo del arte no-político. Pactar con el silencio es un acto político.
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Oportunismo y oportuno se parecen, pero no son lo mismo. El arte político es oportuno, aunque sea incómodo no poder llamarlo oportunista.
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La estética, maltratada por los políticos y por los comisarios de la censura, se convierte en elemento del diagnóstico de la peligrosidad política de una obra de arte: mientras más eficaz sea políticamente, más se le acusa de ser “mal arte”. Como si una serie de convenciones del siglo XIX pudieran quitar el impacto de aquí y de ahora.
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Hay dos categorías: los que hacen arte y los que son artistas. Los que hacen arte saben sobre la maldad del hacer. Los artistas a veces ni saben por qué están haciendo lo que están haciendo, pero les va en ello algo irrecuperable.
Lo cierto es que el arte, también el político, es energía. ***
El arte político conlleva una angustia que no se pueden permitir los guerrilleros, los activistas, los burócratas o los entrepreneurs.
El arte político no es una competencia para ver quién tiene la razón, sino un proceso donde uno saca lo que todos se encargan de esconder, por dolor o por conveniencia. El arte político siempre hace, al menos, una pregunta incómoda.
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El arte político es entender la política como una tensión emocional con el poder, es la exigencia de existir en ese entorno.
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El arte político usa el capital emocional generado por la política y compromete al arte como un actor en la escena política.
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El timing político es una ventana que se abre y se cierra rápidamente: es un espacio al que se debe ingresar rápido, durante ese breve lapso en el que las decisiones políticas todavía no han sido concretadas, implementadas o aceptadas culturalmente.
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El arte en sincronía con el momento político (Political Timing Specific Art) ocurre entre el imaginario de una nueva realidad política que ofrece el artista al público, y la versión que ofrece el político de esa misma realidad. El arte político transforma al público en ciudadano activo.
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El concepto Site Specific Art habla del lugar, con un poco de condimento de la historia local, de la composición social del entorno y, algún elemento antropológico, pero obvia las condiciones políticas que hacen necesario que la obra exista.
En los políticos años 60, sorprende que el arte se enfocara más en la localización que en la combustión.
El hedonismo supera cualquier intento de Revolución.
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Por favor: no confundamos más arte político y propaganda.