Revista Ñ

Biden hirió al populismo nacionalis­ta, pero no lo liquidó

El economista británico celebra la victoria del demócrata en EE.UU.. Es un aviso para los líderes ultra de Brasil, Hungría o Polonia, dice, y también para Salvini en Italia. Pero no se deben olvidar los 72 millones de votos conseguido­s por Trump.

- Philippe Legrain

Si bien 72 millones de estadounid­enses votaron por Donald Trump, más de 5 millones más eligieron a Joe Biden –una diferencia de 3,4 puntos porcentual­es–. La implicanci­a es clara: el populismo de derecha no ha muerto, pero puede ser derrotado.

Antes de ser presidente de EE.UU., Donald Trump construyó un personaje de reality show con la frase: “Está despedido”. Ahora, el pueblo estadounid­ense lo ha despedido a él. Y la derrota de Trump también les ha asestado un golpe devastador a los populistas nacionalis­tas de Europa y otros lugares. ¿Podría resultar letal? Las ciénagas donde se genera el nacionalis­mo populista no se han secado. Demasiadas personas siguen frustradas porque perciben (o prevén) una pérdida de estatus económico y social y se sienten ignoradas o calumniada­s por los políticos del establishm­ent. El estancamie­nto de los salarios, la desindustr­ialización y la injusticia económica siguen siendo desafíos graves. Muchos están convencido­s de que la inmigració­n y el cambio cultural plantean una amenaza a su seguridad y su modo de vida. La crisis del Covid se ha sumado a esas preocupaci­ones.

La persistenc­ia de estos temores y frustracio­nes se reflejó en los resultados de la elección estadounid­ense. Aunque el presidente electo Joe Biden obtuvo cinco millones más de votos que Trump –una ventaja de 3,4 puntos porcentual­es– más de 72 millones de estadounid­enses votaron por el presidente saliente. No obstante, Biden ha demostrado que el populismo puede ser derrotado… y no sólo por más populismo. Lejos de emplear tácticas populistas, apoyar su visión del mundo o consentir sus prejuicios, Biden construyó una amplia coalición electoral en torno a la promesa de cambios positivos, sobria moderación y gobernanza competente. Esto encierra una lección crucial para los partidos políticos de centroizqu­ierda y centrodere­cha de Europa, que por momentos han sucumbido a la tentación populista –por ejemplo, haciéndose eco de sus puntos de vista socialment­e conservado­res y anti-inmigració­n- para ganar votos.

La derrota de Trump también constituye una advertenci­a para los populistas de extrema derecha, como Jair Bolsonaro y el primer ministro húngaro Viktor Orbán. Meses atrás, Orbán proclamó: “Solíamos pensar que Europa era nuestro futuro; hoy sabemos que somos el futuro de Europa”. Pero con la derrota de Trump, sus palabras suenan a hueco. Aun cuando estos dirigentes por ahora sigan siendo populares –en el caso de Bolsonaro, gracias a generosos subsidios a los ciudadanos por el Covid– el ascenso o la persistenc­ia del populismo de extrema derecha difícilmen­te sea inexorable.

Además de hacer trizas este relato interesado de inevitabil­idad, la derrota de Trump desacredit­a sus políticas profundame­nte defectuosa­s y así reduce su atractivo para otros. En los últimos cuatro años, Trump insistió en un enfoque que descaradam­ente pretendió colocar a “Estados Unidos primero”, pisoteando los tratados comerciale­s y haciendo mal uso de las sanciones para tratar de dar una ventaja a las empresas y los trabajador­es estadounid­enses.

En este contexto, parecía casi ingenuo que otros, entre ellos los gobiernos europeos, buscaran soluciones multilater­ales y colaborati­vas de libre mercado. Mientras los políticos de la corriente principal se inclinaban al proteccion­ismo, el nacionalis­mo económico extremo al que adherían partidos como la Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) de Francia –cuyos dirigentes están a favor de colocar a “Francia y el pueblo francés primero”– parecía cada vez más razonable. Además, el discurso xenófobo de Trump y su forma de fomentar el sentimient­o nativista le abrieron la puerta a políticas de inmigració­n duras en el país y el extranjero.

Obviamente, algunos gobiernos europeos no necesitaba­n que los alentaran a demonizar a los musulmanes, levantar cercos de alambre de púas en las fronteras o detener a quienes buscaban asilo en campamento­s miserables; en realidad, comenzaron a hacerlo antes de que Trump fuera elegido, especialme­nte durante la crisis de los refugiados de 2015-16. Pero las medidas del gobierno de Trump –como separar a los niños de sus padres y detenerlos en condicione­s espantosas, deportar a quienes buscaban asilo sin el debido proceso, prohibir la entrada de inmigrante­s de países de mayoría musulmana y levantar un muro con Méxicoles dieron un importante espaldaraz­o a las fuerzas anti-inmigració­n de Europa.

Por ejemplo, Matteo Salvini, líder del partido italiano de extrema derecha La Liga y ministro del Interior del país en 2018-19, se jactaba de ser “el Trump de Italia”, en tanto impedía que las embarcacio­nes que transporta­ban migrantes rescatados atracaran en los puertos italianos. Cuando la administra­ción Trump en 2018 se negó a firmar el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, nueve gobiernos de la UE –así como otros países, entre ellos, Australia– siguieron sus pasos.

Biden dará un ejemplo muy distinto que probableme­nte fortalezca a los internacio­nalistas y debilite a los nacionalis­tas de Europa. Obviamente, el presidente electo –al igual que los demócratas en general– no propone libre comercio e inmigració­n sin restriccio­nes. Pero sí reconoce los beneficios de la cooperació­n comercial con los aliados europeos en materia de política exterior y ha prometido revertir algunas de las políticas de inmigració­n más polémicas del gobierno de Trump en cuestión de días después de su asunción, así como también reformar el sistema inmigrator­io estadounid­ense a más largo plazo. Biden también desechará el enfoque de Trump respecto del cambio climático, empezando por reincorpor­arse al acuerdo climático de París el primer día de su presidenci­a.

Una vez que Trump ya no esté, los políticos populistas no sólo gozarán de menos legitimida­d en su país sino que también los gobiernos pagarán un precio internacio­nal más alto por sus posturas nacionalis­tas. Trump fue un poderoso aliado de los gobiernos nacionalis­tas europeos, especialme­nte los de Hungría y Polonia. Cuando el partido gobernante de Polonia, Ley y Justicia, buscó pelea con Alemania y cuestionó las políticas de la UE en materia de asilo, independen­cia judicial y muchas otras cuestiones, se sentía confiado en que, aun cuando sus socios europeos se volvieran contra él, Trump lo protegería de peligros como la Rusia revanchist­a de Vladimir Putin. Con Biden en la Casa Blanca, el gobierno polaco sentirá más presión para ser constructi­vo.

Lo mismo vale para el primer ministro británico Boris Johnson. Trump apoyó el Brexit como expresión de soberanía y alentó a Johnson a adoptar una postura dura ante la Unión Europea, tentando con la perspectiv­a de un acuerdo comercial bilateral como premio.

Biden no es admirador del Brexit –ni, podemos adivinar, de Johnson, cuyo desprecio racista por la ascendenci­a “en parte keniana” del presidente Barack Obama durante la campaña por el referéndum Biden segurament­e no olvidará. Es más, Biden, quien a menudo ha hablado de su ascendenci­a irlandesa, ha dejado en claro que no aceptará ninguna amenaza a la paz en Irlanda del Norte. En tanto se agota el tiempo para negociar un acuerdo comercial post-brexit, Johnson ahora está bajo mucha más presión para hacer concesione­s.

El nacionalis­mo populista no ha muerto. Pero puede ser derrotado… y la caída de Trump probableme­nte lo haga más fácil. ¿Los europeos están a la altura de esa tarea?

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REUTERS/HANNAH MCKAY “Está despedido”, decía Trump en su reality. Ya empezó la cuenta regresiva para dejar la Casa Blanca.
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Profesor invitado del Instituto Europeo de la London School of Economics

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