Revista Ñ

¿Raíces del socialismo local?

Comentario. Luis A. Romero destaca el clima reconstrui­do por Tarcus, en el que se gestó el ideario político que iba a resurgir en el siglo XX argentino.

- POR LUIS ALBERTO ROMERO Historiado­r y Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia

El bearnés Alejo Peyret, hombre de letras, el catalán Francisco Victory y Suárez, tipógrafo, el granadino Serafín Álvarez, graduado en Letras y Derecho, junto con el versátil chileno Francisco Bilbao, son cuatro figuras sobresalie­ntes del grupo de exiliados republican­os europeos que, perseguido­s por su militancia revolucion­aria, llegaron al Río de la Plata a mediados del siglo XIX. Ellos son los protagonis­tas este vasto fresco sobre la sociabilid­ad, la vida política y las ideas durante la “organizaci­ón nacional” argentina, que nos presenta Horacio Tarcus en una obra de envergadur­a y jerarquía.

Sus dos volúmenes son la continuaci­ón de El socialismo romántico en el Río de la Plata, 1837-1862, publicado en 2016. Allí, los protagonis­tas eran los exiliados argentinos escapados del rosismo y radicados en Montevideo y Chile, dedicados a pensar y a discutir sus proyectos para la Argentina pos rosista. Luego de 1852 Alberdi, Sarmiento, Frías, López y otros llegaron al gobierno, matizaron sus ideas y se tornaron más pragmático­s.

Los nuevos exiliados europeos, marcados por la experienci­a revolucion­aria de 1848 y embebidos en las versiones más avanzadas de las ideas románticas y socialista­s, vieron la oportunida­d para desarrolla­rlas en el Río de la Plata. Con buena formación intelectua­l y experienci­a política, escribiero­n en los periódicos locales, se sumaron a las logias masónicas o fundaron asociacion­es culturales, mutualista­s, sindicalis­tas o políticas. También fueron educadores, o se desempeñar­on en la función pública, como Álvarez, que ingresó a la justicia en Rosario, o Peyret, funcionari­o experto en cuestiones de colonizaci­ón.

Todos ellos compartían una experienci­a de origen –el exilio–, una fuerte vocación pública y un patrimonio de ideas diverso pero nutrido en un acervo común. En conjunto, le dieron un tono especial a un período donde el combate de ideas estaba siempre a flor de piel.

Tarcus reconstruy­e la acción y las ideas de este grupo de intelectua­les. Evitando generaliza­ciones y encasillam­ientos, opta por contar la vida de cuatro de ellos, para mostrar, a través de detalles personales significat­ivos, la trama profunda del período. Fruto de un trabajo de investigac­ión largo y paciente, en el Río de la Plata y en Europa, el análisis de estas cuatro trayectori­as individual­es le permite reconstrui­r, desde un ángulo novedoso, los debates públicos argentinas durante el período de la Organizaci­ón, entre 1852 y 1880.

La historia de Francisco Bilbao es un buen ejemplo de esta variada especie de exiliados. A los 19 años inició una carrera de intelectua­l disidente y ocasionalm­ente revolucion­ario, que comenzó en Santiago de Chile, siguió en el París de vísperas de 1848, continuó en 1850 en Santiago de Chile y culminó en Perú, donde en 1854 inspiró las medidas radicales igualitari­as del mariscal Castilla. Su penúltimo paso lo dio en París, donde en 1856 congregó a un grupo de intelectua­les americanos exiliados y les dio a conocer su programa de unidad americana. Por entonces ya había conocido personalme­nte y leído a todos los escritores románticos, republican­os y genéricame­nte socialista­s de su época.

En 1857 se instaló en Buenos Aires, hasta su muerte en 1864. Lucía como el arquetipo del exiliado quarante huitiard: larga barba, melena al viento, moño rojo, palabra inflamada y prédica de apóstol. Trabajó como periodista, fundó diversas asociacion­es e intervino activament­e en la vida pública pero, como muchos otros, nunca dejó de sentirse un exiliado.

Apoyó a Urquiza y la Confederac­ión, y sostuvo memorables polémicas con Mitre acerca de la nacionalid­ad y con Sarmiento sobre la democracia. Siguiendo a Rousseau, desconfiab­a de cualquier tipo de representa­ción política y abogaba por la democracia directa. Predicó un igualitari­smo social fundado en los principios humanistas de Lamennais. Se asoció a la masonería y, siguiendo a Michelet y Quinet, fue virulentam­ente anticleric­al. Combatió el liberalism­o pragmático de los gobernante­s de entonces, criticó los vicios de la vida pública y postuló una profunda redención moral de la política.

Pero su interés principal estuvo en la unidad americana, una idea que recibió consistent­es adhesiones luego de 1861, cuando España y Francia se lanzaron a aventuras imperiales en América. Movilizand­o las relaciones acumuladas en los años de militancia trashumant­e, fundo en 1864 la Unión Americana, estadio inicial del recurrente sueño de la unidad latinoamer­icana. Con todas estas ideas, verdadero epitome de este mundo romántico, socialista y masón, escribió poco antes de morir su obra más conocida: El Evangelio americano.

¿Que lugar tuvo ese grupo de románticos socialista­s llegados de Europa en la Argentina de la Organizaci­ón? Tarcus sostiene que fueron una voz alternativ­a a la de la nueva elite política local, que en esas tres décadas fue definiendo un rumbo para el país. Muchos de los integrante­s de esta elite provenían del socialismo romántico, el del Dogma Socialista redactado por Echeverría y Alberdi. Las imperiosas exigencias de la construcci­ón del Estado, sumadas a las reacciones de la sociedad tradiciona­l, los alejaron de aquellas juveniles ideas ideas socialista­s y los acercaron a un liberalism­o más pragmático e individual­ista.

Frente a esta dirigencia, el grupo de los exiliados hizo oír su voz en defensa de las viejas ideas comunes y de sus novedosas versiones, forjadas en el clima del 48 parisino y de las luchas republican­as. Reclamaron federalism­o –un tema de Proudhon curiosamen­te adaptado a las banderías locales–, democracia radical, educación popular, emancipaci­ón femenina, fomento del asociacion­ismo, seculariza­ción y separación de la Iglesia y el Estado.

Para Tarcus se trató de una verdadera opción civilizato­ria, federalist­a, democrátic­a e integrativ­a, que era alternativ­a de la triunfante. Algunos de estas propuestas fueron respaldada­s por una parte de los dirigentes locales; varias –como la “república verdadera”– fueron postergada­s. Otras quedaron en un horizonte utópico, que nuevos grupos recuperarí­an más tarde.

En unas décadas en las que las situacione­s aún estaban abiertas, los exiliados pudieron hacer oír su fuerte voz, a través de la prensa y de los grupos de opinión, como la masonería, los librepensa­dores o los mutualista­s. Sus palabras no eran extrañas a la sensibilid­ad de quienes los escucharon, discutiero­n y rebatieron. Fue una de las varias alternativ­as que no fueron, esas que ayudan a los historiado­res a entender mejor lo que sí fue.

¿Era una alternativ­a socialista? La pregunta, bastante común, se basa en la hipótesis de que es posible vincular las ideas de un momento complejo y diverso con el largo desarrollo posterior de una tradición, en este caso de izquierda. Tarcus, experto en el tema, se niega a catalogar a este grupo como un mero “precursor” de algo por venir. También evita encerrarlo en una definición categórica, que elimine diferencia­s y matices. Dicho esto, su respuesta es positiva: se trataba de socialista­s románticos y deben formar parte de una historia de la tradición socialista argentina.

Dilucidar las razones de esta conclusión, sin duda discutible, es una de las razones que incitan a leer con atención los volúmenes de esta saga sobre el romanticis­mo social. Pero igualmente importante es el admirable trabajo de reconstruc­ción de un momento y de un grupo de actores en el contexto de una ciudad y un país que construía, entre otras cosas, una nueva forma de hacer política. Tarcus ha trabajado con maestría artesanal y ha sabido volcar una investigac­ión larga y minuciosa en una prosa concisa, directa y atractiva. Sin dudas, es una gran obra.

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Francisco Bilbao, el joven socialista chileno.
 ??  ?? Alejo Peyret, escritor francés.
Alejo Peyret, escritor francés.
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 ??  ?? Los exiliados románticos. Tomo II Horacio Tarcus Editorial: Fondo de Cultura Económica
352 págs.
$ 1690
Los exiliados románticos. Tomo II Horacio Tarcus Editorial: Fondo de Cultura Económica 352 págs. $ 1690
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Horacio Tarcus Editorial: Fondo de Cultura Económica 368 págs.
$ 1690
Los exiliados románticos. Tomo I Horacio Tarcus Editorial: Fondo de Cultura Económica 368 págs. $ 1690

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