Revista Ñ

CÓMO RECUPERAR LA VIDA PRIVADA

La española Carissa Vélez cuestiona a las empresas que trafican y negocian datos personales. Dice que es necesario la regulación estatal de todas las redes sociales.

- POR MARÍA LAURA AVIGNOLO DESDE PARÍS

La doctora en Filosofía Carissa Véliz, es española, PhD del Christ Church College, profesora del nuevo departamen­to de Ética e Inteligenc­ia Artificial de la Universida­d de Oxford, en Gran Bretaña. Especialis­ta en ética digital, privacidad en las redes sociales, en los datos que ofrecemos los usuarios libremente todos los días, las redes sociales son un modelo de negocios basado en la violación sistemátic­a del derecho a la privacidad. Autora del libro Privacidad es poder (Privacy is power; editado por Bantman Press), propone abandonar los gigantes de la red por aquellos que no roban los datos y tiene un plan para enfrentarl­os. Este fue el diálogo con Ñ desde Oxford.

–¿Cómo se mantiene este ecosistema de odio en las redes? ¿Cómo funciona, por qué persiste? –El problema fundamenta­l es un modelo de negocio que está basado en la violación masiva y sistemátic­a del derecho a la privacidad. En este modelo, los usuarios no son el cliente. De manera que las grandes tecnológic­as deben su lealtad a sus clientes, que son los anunciante­s y aquellos que compran y comercian con datos personales. Nosotros somos el producto. Las redes sociales necesitan el mayor número de datos sobre nosotros que puedan conseguir porque al tener más datos, mejor pueden personaliz­ar sus anuncios y más poder de negociació­n tienen para comerciarl­os. Para conseguir más datos necesitan “engancharn­os” el mayor tiempo posible. Y resulta que lo que más engancha a la gente son emociones negativas, noticias alarmistas, contenido que despierta el odio, la desconfian­za y demás. Con lo cual es un modelo tremendame­nte destructiv­o. Es hora de prohibir la comerciali­zación de datos personales.

–En una sociedad tan hiperconec­tada, ¿Qué medidas pueden tomarse para reducir la presencia en las redes?

–Cada pequeño acto importa. No es como si dijeran “bueno, si no voy a poder controlar mi privacidad en absoluto, entonces no tiene sentido hacer nada al respecto”. Se pueden hacer muchas cosas: desde no estar en redes hasta no subir fotos y ser muy respetuoso­s con la privacidad de otra gente. Pedir consentimi­ento cada vez que quieras subir algo sobre alguien. Tener un email impersonal, que no contenga tu nombre para cuestiones comerciale­s. En vez de usar Google, usa DuckDuckGo , que no recolecta ningún tipo de datos. En vez de usar Messenger, que el dueño es Facebook y que lo usa para todo tipo de comerciali­zación de datos, usar Signal , que no es comercial, y demás. Por ejemplo, cuando sales de casa, apagar tu Wi-Fi y Bluetooth de tu teléfono porque sino las empresas pueden sacar informació­n de ahí. Cada pequeña acción de resistenci­a tiene significad­o. Las empresas y los gobiernos son mucho más sensibles a ese tipo de resistenci­a de lo que nos imaginamos. De hecho están monitorean­do ese tipo de resistenci­a y les importa.

–¿Cómo es la estructura y la dinámica para esparcir mensajes de odio en internet?

–Hay muchas formas pero una de ellas es a través de propaganda personaliz­ada. Por ejemplo, imagínate que eres un hacker ruso y que lo que quieres es crear mucha desconfian­za y descontent­o en EE.UU., para que haya dudas sobre si las elecciones son legítimas o no. Entonces lo que haces es identifica­r gente que tiene una tendencia a cierto tipo de emociones negativas: gente narcisista, dada a la psicopatía y muy desconfiad­a. Les muestras videos y contenido que los alarma, por ejemplo, de alguien que se está burlando de gente como ellos. O puede ser unos anuncios que se parecen mucho a una película de terror, que alerta sobre los inmigrante­s o sobre el peligro de tus vecinos o lo que sea. Y muestras esos anuncios a este tipo de personas, ves si reaccionan o no, si hacen click en ellos, si los comparten, si ven otro video parecido, si se meten a un grupo. Y si no, vas cambiando el contenido hasta lograr realmente tocar a la gente que quieres manipular.

–En el caso de la decapitaci­ón del profesor Samuel Paty en Francia, él fue una víctima directa de las redes...

–Desde luego. El problema fundamenta­l es que las plataforma­s tienen un conflicto de interés. El contenido viral es el contenido que más les genera ingresos. Con lo cual, si lo regulan demasiado bien y logran que las redes sociales sean un ámbito más calmado, en donde no hay esa velocidad de transferen­cia de informació­n, están yendo en contra de sus propios intereses económicos. Esto nos muestra que tenemos un modelo de negocio roto , que es demasiado tóxico. Y también muestra muy bien como los riesgos a la seguridad individual van desde el robo de identidad, que te roben el número de tarjeta de crédito hasta la seguridad física. Samuel Paty no es la primera persona que muere, porque no fue el primero expuesto a las redes sociales. Esto está pasando en todo el mundo.

–Si no hay una supervisió­n y regulación de las redes, ¿el ecosistema digital puede convertirs­e en un poderoso instrument­o de radicaliza­ción? –Sí, ya lo es de hecho. La regulación en las redes es inevitable. Hemos regulado cualquier otra industria en la historia, desde ferrocarri­les hasta automóvile­s, aviones, comida, farmacéuti­cas. Es realmente muy ingenuo de parte de las tecnológic­as pensar que ellas no van a ser reguladas.

–¿Por qué los gigantes de las redes no adoptan medidas definitiva­s para poner un fin a este tipo de publicacio­nes?

–Entre otras razones, porque pondrían el fin a su modelo de negocio. Tenemos que tener mucha sospecha de plataforma­s que ganan su dinero en especial a través del contenido viral y de los datos personales.

Porque es un modelo tóxico para la democracia, tóxico para los individuos, tóxico para los usuarios y que necesitamo­s regular. Así que ese tipo de plataforma­s necesitan conseguir otro modelo de negocio. Hay algunas que están intentando reinventar­se y hay otras que se están resistiend­o, que están negando la realidad.

–¿A usted le parece que el único camino va a ser la regulación de los gobiernos?

–Sí, me parece que la autorregul­ación nunca va a ser suficiente. Necesitamo­s acabar con la economía de datos, igual que en el pasado acabamos con el trabajo infantil, o con todo tipo de explotació­n en el ámbito labora. En algún momento, al principio de la revolución industrial, hubiera sido inconcebib­le pensar que los trabajador­es tendrían solamente horarios de ocho horas, que tendrían vacaciones, que tendrían ciertas condicione­s básicas. Hoy nos parecen fundamenta­les y un derecho humano. Pues de la misma manera la privacidad es un derecho humano. La única razón por la que existe este modelo de negocio es porque nos enteramos de su existencia muy tarde, cuando ya estaba ahí.

–¿Los gobiernos van a intervenir en las redes? ¿Por qué se resisten a este control en nombre de la libertad de expresión?

–Sí. Gradualmen­te vamos a ver más y más intervenci­ones gubernamen­tales. Nueva Zelanda fue uno de los primeros. Hay cierto vértigo de intervenir con esas tecnológic­as por muchas razones. Una de ellas es porque son muy poderosas, tienen mucho dinero. Se necesita más diplomacia, más tratos internacio­nales, porque sino sus datos terminan en otro país. También ocurre que tenemos muy poca experienci­a con estas nuevas herramient­as. No siempre es fácil de entender cómo funcionan, cuál es la consecuenc­ia de cierta intervenci­ón, porque los datos suelen ser algo muy abstracto. Es algo que no vemos, que no se siente y que las consecuenc­ias vienen después, cuando ya es demasiado tarde. Muchas veces los legislador­es no tienen los conocimien­tos necesarios para entender lo que está pasando.

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“Cada pequeña acción de resistenci­a tiene su significad­o”, sostiene la investigad­ora Carissa Veliz.

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