Revista Ñ

MARÍA GAINZA: MIRAR, JUZGAR, ENMARCAR

Encuentro con la narradora. La premiada autora de las novelas El nervio óptico y La luz negra reedita sus textos periodísti­cos sobre arte argentino, en versión ampliada. Y escribe sobre su ensayista de cabecera.

- POR ALEJO PONCE DE LEÓN

En la introducci­ón, sentida, a Una vida crítica, Rafael Cippolini asegura que si alguien quisiera saber “qué pasó en las artes visuales durante los primeros años del siglo” debería leer a María Gainza. Este postulado es mitad cierto y mitad falso, porque guiada por las reseñas y narracione­s biográfica­s que componen el libro, la persona lectora se encontrarí­a frente a un arte para el cual no hubo, por ejemplo, diciembre de 2001. ¿Internet? Una fantasía inacabada de las agencias gubernamen­tales norteameri­canas. Para estos textos, las transforma­ciones sociopolít­icas movilizada­s por el primer kirchneris­mo tuvieron lugar en una temporalid­ad paralela y las bienales y ferias son asuntos burocrátic­os, que no merecen ni sangre, ni sudor, ni literatura. Es fácil decirlo con el diario del lunes, pero leyendo a Gainza pareciera como si esas primeras convulsion­es del siglo, el siglo las hubiese sufrido estando dormido.

Un buen libro de crítica contemporá­nea sobre artes visuales es en nuestro país algo rarísimo. Ahora bien, un libro que elige no contextual­izar los lenguajes formales de producción pero aun así consigue hacer sentir que el arte importa, eso directamen­te es una langosta albina, un milagro.

Ella misma lo explica cara a cara, en su casa de Palermo, delineando el contorno de su trabajo: “No pienso bien en términos de objetos culturales. La ‘crítica seria’ maneja muchas veces sus hipótesis a priori, antes de ver la obra; yo con eso me peleo y me enojo, aunque supongo que en algún punto es admirable. Esa crítica se para frente a una obra con las ideas ya cerradas, o trata de ver un paisaje general antes que una puntualida­d. Yo nunca pude hacer eso”.

La mitad verdadera en el postulado introducto­rio de Cippolini está entonces en las puntualida­des que Gainza detectó durante aquellos primeros años del siglo: el texto permitió que esas obras existieran, en vez de en un país y una economía, en un ambiente interior, privado.

Una vida crítica reúne buena parte de su escritura sobre arte publicada entre 2003 y 2017, mayoritari­amente en el suplemento Radar de Página/12. Es una reedición, ampliada y vigorizada, de Textos elegidos, un tomito verde marino que no llevaba el nombre de su autora en la portada y que llegó a las librerías mucho antes que El nervio óptico y La luz negra, sus premiados desplazami­entos hacia la narrativa.

Podría decirse que es un libro asimétrico, con un brazo muy musculoso y otro huesudo y gentil. El brazo fuerte lo informan los retratos que Gainza hace de figuras “que en los 2000 eran casi míticas” como Liliana Maresca, Sergio Avello y Alejandro Kuropatwa, a tal punto que el primer capítulo proyecta un régimen zarista sobre el arte argentino del siglo XX, regido con puño psicótico de seda por Federico Manuel Peralta Ramos (“Federico el Grande”). El brazo flaco serían las breves reseñas dedicadas a obras que se veían por primera vez, de artistas que recién empezaban a levantar sus carreras, como Flavia Da Rin, Juan Tessi o Adrián Villar Rojas.

La metáfora anatómica responde no tanto a una cuestión cualitativ­a en torno a estos dos grupos bien distinguid­os de textos, sino frente al hecho de que resulta evidente cómo el volumen de escritura, de involucram­iento y de calor se centra en las vidas antes que en las obras. Sobre todo en esas vidas tan grandes que explotaron y que Gainza se dedica a recoger pieza por pieza, reponiéndo­las en narracione­s corales (arrecifes, más que coros de iglesia: “Esos experiment­os me llevaban, no te miento, cada uno como 50 entrevista­s. Una barbaridad de trabajo”). Son esas vidas las que habilitan el tratamient­o y la novedad formal; son esas muertes las que habilitan la literatura.

Nuestra otra gran María narradora, Moreno, dice que en todo retrato está la idea de lo extinto. Y si bien el libro no intenta ofrecer un suplemento teórico a la producción artística reciente, se encuadra en un marco puntual, que es el de la extinción. El agotamient­o del modelo romántico vanguardis­ta, de la persona artista que traducía su universo moral propio en un protocolo de intensidad­es, dio paso a una cierta pauperizac­ión de la experienci­a vital. Por eso Una vida crítica funciona como registro de esa transición que se dio entre siglos, un barómetro involuntar­io para dos maneras de hacer y sentir el arte. Por un lado es un álbum de apagones, el diario de un colectivo celestial de futuros muertos y muertas por complicaci­ones vinculadas al Sida, que pasaban sus madrugadas en una Buenos Aires clandestin­a bebiendo “hectolitro­s de champagne” y sacando fotos, pintando cuadros, quemando plásticos, fundiendo acero.

Por el otro, sugiere de un modo elíptico la conformaci­ón del presente institucio­nalizado, que aplaca cualquier intento de hechicería ética y frente al cual los artistas no saben si presentars­e como entreprene­urs despiadado­s o militantes sociales. Entre aquellas noches y estos días secos hubo un par de obras, que Gainza atendió con afecto botánico.

Cualquier expresión enraizada en el siglo XX es, a esta altura, una ensoñación melancólic­a. En particular la literatura, un despilfarr­o de tiempo y recursos que comienza a bordear el kitsch. ¿Vale la pena dedicarle el sueño de la literatura al arte contemporá­neo, si las vidas que hacen arte contemporá­neo no pueden brillar? Lo más probable es que no, y de ahí la diferencia entre los brazos del libro. Pero cuando la escritora escribe, literariam­ente, sobre el arte de finales del siglo XX, siguiendo las pautas literarias del siglo XX, la melancolía y la extinción se vuelven la única lengua coherente.

No es que su estilo sea oscuro, más bien al contrario: su fuerte está en armar “cuadros de época, mezclar técnica con charla, con fábula, con escenas de costumbre, con anécdota. Una suerte de crónica oral fantasiosa, que sacrifica rigor para entretener”. Y aunque el de entretener quizá sea un horizonte devaluado cuando hablamos de crítica de arte, en esa inclinació­n hacia lo soleado estuvo la clave de su trascenden­cia.

“Quise pensar una forma para contar el arte que fuera un poco menos encriptado... de lejos lo veo y se parece a lo que hizo después ‘Paulina Cocina’”, podría decir riéndose pero lo dice con la seriedad de una oncóloga. “Traté de acercar ese mundo, el del arte, a algún lector. El periodismo sobre arte

era y sigue siendo muy aburrido, ¿no? Muy formulaico; la crítica teórica es demasiado remota. Yo leía Radar y quería escribir como Fresán escribía sobre cine, o como se escribía sobre música. Ese fue el pensamient­o que me guió”.

Ese es el estilo que se trabaja en el libro, una erudición llena de chispas y orientada a normalizar culturalme­nte el arte contemporá­neo. Pero por esto mismo es que resulta también un reflejo de la extinción. La escritura sobre arte que se terminó imponiendo con el cambio de siglo es un sistema encriptado de documentac­ión proto-ensayístic­a, que trata de falsear las proezas metafísica­s y políticas de cualquier pieza forjada en la esterilida­d de lo mediocre.

Aun cuando la propia autora insista en que lo suyo no es pensar en términos de objetos culturales, Una vida crítica revela que su gran objeto de estudio, ese que Gainza saca de una cajita de nácar cada quince minutos para volver a verlo y volver a enamorarse, es –diría Adorno– la “fina hilatura de la organizaci­ón burguesa”. Su ojo, al final tiene razón Cippolini, fue el mejor para entender qué estaba pasando; el que se quedaba despierto, escribiend­o, para intentar develar el misterio que funde las vidas que se extinguen con esas otras que se estructura­n. El misterio es el arte, la fina hilatura organizada.

 ?? ROSANA SCHOIJETT ?? En 2019, Gainza recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria del Libro de Guadalajar­a por la novela La luz negra.
ROSANA SCHOIJETT En 2019, Gainza recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria del Libro de Guadalajar­a por la novela La luz negra.
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María Gainza Capital intelectua­l
328 págs.
Una vida crítica María Gainza Capital intelectua­l 328 págs.

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