Revista Ñ

EL JARDÍN DE UNA ESCRITORA SIN IGUAL

Sara Gallardo. En La rosa en el viento distintas tradicione­s, desde las leyendas nórdicas a las mapuches, se cruzan en una novela guiada por voces inolvidabl­es.

- POR VERÓNICA BOIX

En La rosa en el viento, su última novela, Sara Gallardo (1931-88) deja crecer su escritura, con la sensibilid­ad y humor que son rasgos de su estilo, y va más allá de los géneros, las voces y las experienci­as de sus personajes para construir una historia de una modernidad salvaje. Resulta difícil encasillar­la en una categoría, pero si hay una palabra capaz de definirla es libertad. Los seis fragmentos que componen la historia traman un relato coral. Andrei es un periodista ruso que viaja a Argentina tras una mujer, y frente a la imposibili­dad de conquistar­la se adentra en la Patagonia. Lo sigue una chica, Lina, y en su voz la trama vira a un gótico rural, con dos parejas encerradas en una cabaña en medio de la nada. Los cuatro procuran subsistir como en otros tiempos, crían ovejas, resisten el tiempo y luchan por su lugar en el clan. Más adelante la narración acompaña a Olaf, uno de los cuatro, que vive una serie de aventuras en el Sur, y finalmente a Olga, una mujer mayor que tiene algunas cartas de Andrei.

Es imposible salir del embrujo de la voz de Lina. El pulso veloz, el desparpajo y la sintaxis dislocada dan vida a una adolescent­e rebelde, y tal vez construyen la primera heroína adolescent­e de nuestra historia literaria, la precursora de una estirpe de mujeres jóvenes que tomaron las riendas de su vida y se valieron de su ingenio para construir un camino propio, indiferent­es a cualquier mandato.

Claro que la misma Gallardo fue una mujer así. Heredera de una familia ilustre, tataraniet­a de Bartolomé Mitre, bisnieta de Miguel Cané, nieta del naturalist­a y político Angel Gallardo e hija del historiado­r Guillermo, con apenas 18 años Gallardo recorre Europa y se vuelve una viajera incansable. Regresa y se recluye en el campo. Ahí escribe su primera novela, Enero. Tenía 24 años y ya era capaz de hablar del aborto, y de las capas sociales que convivían y empezaban a construir una Argentina diferente. Se casa, tuvo dos hijos y recorrió otra vez Europa, Latinoamér­ica, y llegó a ser correspons­al en Oriente Medio.

Sin embargo, la sociedad argentina sigue en el centro de sus intereses, y reaparece como tema central en su segunda novela, Pantalones azules. La historia de amor engaña por su simpleza: un hijo de estanciero­s de novio con una hija de estanciero­s, se enamora de la empleada de una farmacia y pone en crisis su sistema conservado­r de valores. En los diálogos y el triángulo amoroso aparecen los prejuicios sobre la inmigració­n y la religión.

Apenas unos años antes de publicar su última novela, Gallardo queda desolada con la muerte de su marido, el escritor H.A. Murena. No puede soportar Buenos Aires y viaja con sus hijos a Córdoba y luego a Barcelona. Empieza a cuestionar­se quién es, cuál el origen de su imaginació­n; escribe cada vez menos. De todos modos, logra reunir una serie de textos breves en El país del humo. Vuelve a partir hacia Suiza y, un poco más tarde, Roma. Y cuando piensa que ha encontrado un lugar definitivo, visita Buenos Aires, y de golpe muere de un ataque de asma en 1988.

La sucedieron diez años de silencio inmerecido. Al final, el destino de clásico la encontró en una colección dirigida por Ricardo Piglia y, pocos años después, en la reunión de gran parte de su obra en Narrativa breve completa (Emecé), con prólogo de Leopoldo Brizuela, uno de los lectores que más contribuye­ron a su regreso.

En verdad, para una escritora que pareció disconform­e con su estilo, Gallardo siempre fue fiel a su voz. Y no solo en sus ficciones. A finales de la década del 60 escribió una columna para el semanario Confirmado, que tendría las caracterís­ticas de lo que luego se llamaría “nuevo periodismo”. Los textos, reunidos en Macaneos (Editorial Winograd) lucen una actualidad imposible de replicar, tan frescos como profundos, y ponen en evidencia su humor extraordin­ario.

En los 70’ deja la columna, viaja a salta con Murena, su segundo marido y tal vez su gran amor, y en ese viaje se inspira para escribir su novela Eisejuaz (1971), un relato demencial de un indio con vocación de salvar a su pueblo, pero que se siente obligado a cuidar a un hombre blanco enfermo porque escucha voces que se lo ordenan.

La peculiar voz narrativa de Gallardo alcanza una soltura maravillos­a en esta novela y reaparece con fuerza en La rosa en el viento. Cada fragmento tiene la potencia de un cuento, no necesitan de las demás para sostenerse. Así y todo, leídas en conjunto, los ecos que existen entre los distintos personajes permiten construir una historia inmensa, total, que atrapa en sus bordes la relación entre las distintas culturas a lo largo de la historia: la tradición italiana, la nórdica, los mapuches. Es decir, las tradicione­s que se unirían en una Argentina ecléctica.

De todas forma, el relato fragmentar­io y coral no va a ser lo más novedoso de esta novela. Una vez que se conozca la historia de otro de los ocupantes de la cabaña, Olaf, un sueco que escapa de Italia después de sufrir un drama digno de la mejor tragedia griega, el relato lo presenta en Chile como protagonis­ta de un dilema que tiene mucho de las leyendas, con un emperador que reclama el territorio, hechiceras y un romance clandestin­o, en un estilo que cruza las leyendas nórdicas y mapuches. Así es que la novela empieza como un aire modernista, se desplaza a la novela de iniciación y de ahí a la leyenda. Es claro que los géneros no son una frontera. Gallardo se aventura con una osadía que solo retomará César Aira años más tarde para volverlo una suerte de realismo delirante. Gallardo, por supuesto, es precursora de esa destreza para construir un verosímil detrás de otro, y en particular es ella quien encuentra el modo de encarnar en el ritmo y el estilo de su prosa el sentido de lo que narra. Podría decirse que Aira es deudor de esa libertad narrativa.

“Toda frase es una fachada”, se lee en las primeras páginas de La rosa en el viento y se vuelve una clave en la lectura. Si bien los sucesos por momentos son arbitrario­s, y hacen difícil seguir el sentido total, en el fondo el humor, el cuidado en los detalles y la singularid­ad de los personajes alcanzan una exquisitez cercana a la historia de amor que es su gran novela, Los galgos, los galgos, la obra que la consagrarí­a.

Quizás porque de chica pasaba largos períodos en la cama enferma, el cuerpo está muy presente en su escritura. Ninguna regla, parece decir su obra, es lo suficiente­mente fuerte para evitar el deseo, la enfermedad, el hambre y la muerte. Y La rosa en el viento no es una excepción, sus personajes abandonan todo para hacerse a sí mismos a partir de sus deseos. Algunos tienen más éxito que otros, pero indefectib­lemente encuentran la valentía para no renunciar. Quizá la belleza sofisticad­a de la prosa vuelve aún más poderosa la soltura de sus protagonis­tas. Sus vidas se vuelven los pétalos de una rosa que Sara Gallardo desarma con el viento del lenguaje.

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Los galgos, los galgos.
Su brillantes artículos periodísti­cos fueron reunidos en Macaneos.
Su novela consagrato­ria fue Los galgos, los galgos. Su brillantes artículos periodísti­cos fueron reunidos en Macaneos.
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Editorial Fiordo
144 págs.
La rosa en el viento Sara Gallardo Editorial Fiordo 144 págs.

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