Un hombre bala que no le teme al remate chistoso
Cuentos. El narrador y guionista israelí Etgar Keret publica su sexta colección de relatos cotidianos e hilarantes.
Etgar Keret es ese ser tan poco visto hoy en día: una estrella literaria que solo escribe cuentos cortos. Sin embargo, dado que también es un guionista aclamado de cine y televisión que se especializa en comedias, no tenemos por qué preocuparnos por su situación económica. La penúltima vez que fui hombre bala, su sexta colección, ofrece 22 breves relatos con una extensión media de cinco páginas. En este sentido, es un discípulo de O. Henry: prioriza el golpe de sorpresa y el giro súbito más que la evolución gradual. Como declara su sitio web: “No le tiene miedo a un remate chistoso”.
El territorio en que operan los cuentos de Keret se puede comparar con el de sus coetáneos George Saunders o Haruki Murakami: una sensibilidad pop. Es mucho más probable que sus personajes se entusiasmen con un videojuego que leyendo un tomo de filosofía. Todo esto combinado con elementos del surrealismo, la fantasía o la ciencia ficción, aplicados a problemas y dilemas comunes, riñas familiares, frustraciones laborales, la búsqueda de amor y la exploración aguda de la sociedad contemporánea.
En la estructura de sus cuentos la influencia de su otra carrera, la de guionista cómico, se vuelve palpable: suelen estar basados alrededor de una ocurrencia o concepto: qué pasa, por ejemplo, si hay que encontrar un reemplazo de último momento para el hombre bala en el circo, o si las hijas de un matrimonio recién separado se convencen de que su padre no se ha ido, solo se ha convertido en un conejo.
El relato se elabora desde esa premisa según su lógica interna, de manera más o menos orgánica. Keret dice que sus ideas aparecen espontáneamente y que trabajar con ellas es una forma de terapia, hasta que llegamos a dicho remate o epifanía, según el caso. Es claro que esa manera, que volvería locos a los talleristas de escritura creativa, en un espacio tan restringido, produce altibajos y algunos de los cuentos de la colección son poco más que relleno, en especial cuando la figura del autor está demasiada presente, resultando en un posmodernismo barato. Pero cuando acierta, como lo hace en la mayoría de los casos, Keret alcanza esa mezcla de humor, melancolía y sorpresa que es propia de la gran literatura. Puntos altos en este libro incluyen el relato epónimo, “¡No lo haga!” y “Mañana, la caja”.
Observando su carrera, es interesante ver de qué modos la escritura del autor israelí ha evolucionado y en de qué modos no lo hizo: sus protagonistas todavía suelen ser hombres (es un universo bastante masculino) emocionalmente inmaduros, perdedores en la vida y en el amor, aunque ahora tienden a ser bastante grandes para estar tan perdidos, lo que los hace más patéticos todavía.
La gran novedad es la mayor presencia de niños. Keret tiene una apreciación rica tanto para la imaginación hilarante y solipsista de una mente joven como para las frustraciones desesperadas de los padres que tienen que lidiar con ella. Otro elemento importante es la cultura israelí. Parece ser una sociedad tan marcada por los horrores del pasado y los peligros, fisuras y prejuicios del presente, en que los adolescentes están obligados a hacer servicio militar en zonas de conflicto, que la ansiedad y anticipación de la violencia son factores ineludibles de la vida cotidiana, emociones interiorizados que se expresan de maneras sorprendentes.
Miedo de la amenaza existencial subyace en estos cuentos sutil pero poderosamente, exacerbando las pérdidas menores y mayores (abundan los esposos e hijos muertos) de los personajes. Como contrapeso, Keret presenta humor y empatía, ingrediente esencial en toda buena escritura cómica que, para fortuna del lector, tiene una presencia muy fuerte en estas páginas.