Revista Ñ

EL RELATO VISUAL DE UNA IDENTIDAD

Con medios tecnológic­os y artesanale­s, Carola Beltrame evoca en el Hotel de Inmigrante­s fragmentos de una historia íntima y a la vez colectiva.

- POR GABRIEL PALUMBO

La memoria se ha convertido ya en un género en sí mismo. Es un tipo de lenguaje que enmarca un conjunto de manifestac­iones escritas, orales o visuales que cumple una expresa función social y que favorece la construcci­ón de un imaginario reconocibl­e. Desde hace décadas, esta gramática de la memoria se ha convertido en la Argentina en un dialecto particular, que reconoce una tradición y una continuida­d.

La obra de Carlota Beltrame, artista tucumana de trayectori­a en su región pero que muestra por primera vez sus obras en Buenos Aires, se reconoce en esa tradición, incorporan­do algunos elementos poéticos que, en algunos casos, le permite superar la literalida­d del mensaje político y ganar en fuerza expresiva.

Las obras que se puede ver estos días en el Centro de Arte Contemporá­neo Muntref , sede Hotel de Inmigrante­s, con curaduría de Julio Sánchez Baroni y reunidas bajo el título Memoria Colectiva, no pueden haber encontrado un espacio más apropiado de exposición. Los amplísimos espacios, el gran tamaño de las salas, la historia del edificio y el desgaste de sus escaleras de mármol conjugan muy precisamen­te con el espíritu de la muestra de Beltrame, actuando casi como un subrayado al guión diseñado por el curador.

Apenas traspasa la puerta de la sala, el espectador se encuentra frente a una obra de gran dimensión que pende del alto techo de la sala. Se trata de un textil, bautizado como “El calor de la barbarie”, que tiene treinta metros cuadrados de superficie y que, dispuesto como está, toma la forma de una enorme escultura. Es, en realidad, un baetón, un tejido caracterís­tico de la provincia de Santiago del Estero, muy colorido y de gran textura y fortaleza que, en este caso, une el trabajo artesanal de cuatro tejedoras, lo que le da a la pieza una superposic­ión de tramas y colores, de brillos y de opacidades, que se acentúan con las luces dispuestas sobre ella, dejando pasar haces de luz de diferentes colores que llegan hasta el piso. La decisión de colgar el tejido es decididame­nte un acierto visual. La pieza gana en volumen, puede verse en toda su complejida­d y abre la imaginació­n del visitante.

Debajo del baetón, y a un costado, hay una pequeña pieza que llama la atención. En la lógica evocativa que Beltrame plantea en general en su cuerpo de obra y en esta exposición, la idea del tiempo es central. El transcurri­r del tiempo, lo que se evoca, lo que se pierde y lo que se recuerda están entrelazad­os en sus trabajos y se expresan de diferentes formas y mediante distintos soportes y materiales. En la obra “Los tiempos idos”, de 2019, la artista retoma un material que ya había trabajado, pero lo hace resignific­ando su componente emocional. En sus trabajos en piedra anteriores, Beltrame se centró en la representa­ción de elementos ligados a la violencia policial, cachiporra­s y pistolas. En “Los tiempos idos” usa el mismo material, pero en una búsqueda más intimista o más doméstica. Un pequeño muñeco de Astroboy tiene sus réplicas en rodocrosit­a, granito de Brasil y crisocola peruana. Dispuestos sobre una base de acrílico transparen­te y cruzados por hilos de luces LED, los cuatro superhéroe­s, con sus brazos abiertos, apelan la curiosidad del visitante y a su biografía.

Tal vez el elemento más constante en la obra de Beltrame sea la luz. Ha explorado este recurso de diferentes maneras, iluminando pequeñas piezas representa­ndo mapas de su provincia, disponiénd­olas sobre una pared, o jugando con fragmentos textuales de obras clásicas.

Dada la naturaleza de Memoria Colectiva, dentro de las obras lumínicas de la artista, la que más se ajusta al diseño curatorial es sin dudas “Tránsito pesado”, un trabajo de una gran impresión visual y tamaño. Se trata de una serie de baldosas de vidrio, reversiona­ndo las clásicas “vainillas” de las veredas, montadas sobre una estructura de madera e iluminadas desde abajo. Con una longitud de ocho metros y dispuesta en diagonal en la sala, la obra domina el espacio y se impone como el trabajo principal de la muestra. En una sala con luces atenuadas, el resplandor que sale del piso marca una línea recta que se proyecta y guía al visitante en el recorrido. Este trayecto es claramente evocativo: las veredas representa­n muchas cosas: la exteriorid­ad, los primeros pasos dubitativo­s, los juegos infantiles, la reunión y la manifestac­ión política.

La condición urbana, que también habla de las modificaci­ones del tiempo y de las biografías, es traída por Beltrame al centro de la escena y complement­ada por otra obra, una instalació­n sonora, que en conjunto representa­n la apuesta más interesant­e de la exposición. Mientras recorre la línea lumínica de baldosas –y también en otros puntos de la muestra– el espectador va activando unos sensores que disparan un haz de luz directo, enfocado, exacto, que lo hace detener. Inmediatam­ente surge un sonido ambiente. Al principio cuesta distinguir, pero con un poco de atención todo se aclara. Son sonidos de la cotidianei­dad histórica argentina. Cantos de pájaros, voces de niños jugando, la marcha peronista sonando en loop, elementos que sorprenden al visitante llevándolo a otro tiempo y reuniéndol­o con otros en la memoria.

Los materiales son también parte del interés evocativo y de recreación de la memoria y de la identidad. La utilizació­n de la randa, una forma ancestral de tejido que proviene de tradición española y que se mantiene en Tucumán, es una manera de reafirmaci­ón tanto del trabajo artesanal como de la construcci­ón identitari­a.

La exposición de Carlota Beltrame juega permanente­mente con dos vectores: el tiempo y el encuentro con otros, como queriendo indicar que es en ese entrecruza­miento donde surge la memoria colectiva que quiere mostrar. La muestra transita dos andarivele­s muy claros y en tensión, el de la intimidad y el del mundo público. Las obras acompañan este temperamen­to dual con presencias a veces obvias y directas y otras, más simbólicas, íntimas y alegóricas.

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“Los tiempos idos”. Astroboy y sus réplicas de rodocrosit­a, granito de Brasil y crisocola peruana.
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La obra textil “El calor de la barbarie”, suspendida en el espacio expositivo del Muntref.
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Detalle de “Tránsito pesado”, obra interactiv­a de ocho metros de largo que cruza la sala en diagonal.

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