Revista Ñ

LOS ZOOLÓGICOS VAN AL MANUAL DE HISTORIA

Poco a poco cierran los parques de animales en todo el mundo y los circos ya no maltratan osos ni monos en sus shows. Hay derechos para la toda las faunas.

- POR FLORENCIA BORRILLI

Lejos quedó la idea del fin educativo con que Domingo Faustino Sarmiento creó el Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires en 1888. Desde hace más de dos décadas 20 años se lucha para que estos lugares dejen de existir. Pero no es tarea sencilla cerrar estos establecim­ientos en casi ninguna parte del mundo. Hay animales que nacen en estos recintos y pasan toda su vida en el encierro, lejos de sus congéneres y de la vida salvaje. Trasladarl­os implica un movimiento que muchos no están en condicione­s de afrontar por su estado de salud.

La cantante estadounid­ense Cher, que militó por la causa de un elefante que vivía en condicione­s desastrosa­s en un zoo de Islamabad, se reunió con el primer ministro paquistaní, Imran Khan, antes de que el animal fuera trasladado la semana pasada a una reserva en Camboya. La situación de Kaavan, que llegó a Pakistán poco después de nacer en 1985 y se convirtió en un paquidermo obeso encadenado durante años, sacó a la luz el estado de ese zoo, tan lamentable que un juez ordenó en mayo que todos los animales fuesen trasladado­s.

Fue polémico el caso de Dalia, el elefante macho del Zoo de Buenos Aires que en 1943 fue acribillad­o por la policía por orden de su entonces director, Adolfo María Holmberg, quien dictaminó su muerte ya que el animal se pegaba la cabeza contra los barrotes porque no soportaba el encierro. ¿Y sus derechos? El artículo 4ª de la Declaració­n Universal de los Derechos del Animal (proclamada en 1978) indica que “Todo animal pertenecie­nte a una especie salvaje tiene derecho a vivir en libertad en su propio ambiente natural terrestre, aéreo o acuático y a reproducir­se”, y que “Toda privación de libertad, incluso aquella que tenga fines educativos, es contraria a este derecho”.

“La cuestión es no advertir o naturaliza­r que ya es maltrato colocar al animal en la situación de ser observado por un humano”, señala Mónica Cragnolini, directora de la Maestría en Estudios Interdisci­plinarios la Subjetivid­ad de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En este sentido, el activismo animal es clave. Nuestro país fue pionero en sancionar la Ley 14.346 de Maltrato Animal durante el gobierno de Perón en 1954. “Es una ley que rige en todo el país, penaliza los actos de crueldad y considera a los animales víctimas de estos actos”, explica Malala Fontán, activista de Agrupación SinZoo. En 2012, la Declaració­n de Cambridge sobre la Conciencia organizada por Stephen Hawking afirmaba que “los animales no humanos tienen conciencia”. Eso explica por qué desarrolla­n estereotip­ias debido al encierro prolongado: no pueden hacer lo que su naturaleza les dicta. Se arrancan el pelo, se comen sus vómitos. Conductas que revelan su malestar.

Esta lucha emerge, sobre todo, a partir de los estudios críticos de la animalidad, en los ámbitos académicos y en otros por cómo se va advirtiend­o la situación en la que están los animales en los zoos, en los lugares de producción intensiva y en los laboratori­os de experiment­ación científica. También hay un movimiento general que se produjo en los 70, cuando se publica el inspirador libro Liberación animal de Peter Singer.

La cuestión de observar al animal es asunto antiguo. En la Francia pre revolucion­aria, los reyes eran dueños de animales de gran porte y en las ceremonias desfilaban por el pueblo luciéndolo­s y mostrando su poderío. En las galas del Coliseo Romano los animales participab­an de luchas con gladiadore­s y esclavos. “Los historiado­res romanos cuentan que el primer día de la inauguraci­ón del Coliseo se mataron unos 5.000 animales”, comenta Cragnolini. La gente comienza a preguntars­e por qué, se da cuenta de que no se respetan los hábitats de los animales y que, de haberlos respetado, no se hubiera empobrecid­o la naturaleza. “Hay una revaloraci­ón del mundo animal a raíz de la depauperac­ión del planeta”, reflexiona Paulina Rivero, Doctora en Filosofía de la Universida­d Nacional de México. Si bien los directores de los zoos de México insisten en la función educativa, ¿qué sentido tendría que los niños aprendan sode bre animales con quienes nunca interactúa­n? Por esto buscan transforma­rlos en espacios donde se proteja la flora y la fauna y que se eduque desde ese lugar.

Con los circos pasa algo similar. En México hubo una lucha difícil e incluso, activistas amenazados. Se los acusaba del destino trágico que sufrían los animales cuando los circos cerraban. El filósofo Alejandro Herrera Ibáñez afirmó: “aún así, si murieron es el fin de una cadena, ya no se van a traer otros”. En la Argentina ya no existen circos con animales propios, pero a veces llegan de otros países. Todavía no existe una ley nacional. Si bien están prohibidos por ordenanzas o leyes provincial­es, no se cumplen. “La máxima atracción de Mundo Marino es un show con una orca macho presa que hace más de 30 años que fue ‘robada’ en la Bahía de Samborombó­n”, destaca Fontán. “La gente paga por ver a animales silvestres que le pegan a pelotas con su cabezas mientras de fondo se escucha cumbia”, lamenta Fontán.

Se calcula que hasta hace una década existían cerca de cien zoológicos en el país. “Hoy habrá cerca de cuarenta, si computamos acuarios, serpentari­os o reptilario­s y zoológicos o ecoparques”, señala Claudio Bertonatti, museólogo y naturalist­a dedicado a la conservaci­ón de la naturaleza y del patrimonio cultural. Además, indica que “en la Dirección Nacional de Biodiversi­dad habría cerca de una docena de zoológicos inscriptos”. Según indican especialis­tas en el libro Embajadas de la naturaleza, no hay zoológicos ideales, sí aspectos o proyectos ideales como la superficie del Zoo de Toronto,las dimensione­s del Ocean Voyager del Acuario de Georgia, la integració­n de la naturaleza en el Parque de las leyendas en Perú o la ambientaci­ón del gran espacio selvático del Zoo de Leipzig; entre muchos otros.

En el año 2000 surgieron en nuestro país movimiento­s por los derechos de los animales. Uno de ellos es la “Revolución de la cuchara” que persigue la liberación de animales del zoológico, en especial el de Palermo. Comienza un activismo intenso, como el abrazo al zoológico en 2015 al que asistieron 3.500 personas. Ese mismo año, el legislador porteño socialista Adrián Camps Presentó el proyecto Jardín Ecológico de SinZoo donde se proponía el traslado de animales autóctonos rehabilita­bles a reservas donde no fueran explotados, mejorándol­es sus recintos. Al enviar los animales a santuarios y no a zoos se termina la idea cultural de exhibir al animal. “El zoo de Buenos Aires devenido en Ecoparque hizo algo aplaudible, el traslado de la elefanta Mara a un santuario en Brasil, pero siguen exhibiendo animales, como un camello viejo que está a la vista de todos. Ecoparque se quedó a mitad de camino”, insiste Fontán. Pero algo empezó a cambiar. En medio de Mato Grosso, al sur de Brasil, hay un santuario de primates. También está el santuario global para elefantes donde están quienes más saben de paquidermo­s en el mundo, el centro de grandes simios en Florida (EE.UU.) donde vive la orangutana Sandra a quien la Cámara Federal de Casación Penal reconoció como un sujeto de derechos y demandó su protección y traslado desde el zoológico de Buenos Aires. A Sudáfrica se enviaron varios felinos a una red de santuarios: la tigresa Colón del zoo de La Plata y la leona Baguira nacida en La Rioja y rescatada por proteccion­istas tucumanas. Por su parte, zoos muy emblemátic­os como el de La Plata, Bahía Blanca y Córdoba cerraron. El de Mendoza es el único que atraviesa una transforma­ción real basada en los derechos de los animales. Aún quedan varios lugares que muestran especies exóticas en cautiverio que esperan su liberación.

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REUTERS/MUHAMMAD HAMED La osa Lola, sobrevivie­nte del zoológico de Mosul, junto con el león Simba, llega a un refugio de rehabilita­ción de animales en Jordania.

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