EL ARTE RESISTIÓ EN MIAMI BEACH
Art Basel online. En su plataforma digital, la vidriera latinoamericana de la gran feria suiza reunió 255 galerías del mundo –entre ellas, cuatro argentinas– que mostraron más de 2.000 obras. Hubo muestras en espacios públicos.
Desiertas pero despiertas? Esa podría ser una ecuación posible a la hora de evaluar cómo estuvieron las calles de Miami después de esta Semana del Arte atravesada por la pandemia y la hibridez. A fines de septiembre Art Basel anunciaba que, a causa del Covid, también cancelaría su edición en esa ciudad este año. (Lo mismo había sucedido antes con Hong Kong y Basilea). En un primer momento, el desamparo de su ausencia debe haber sido grande: la esperaban docenas de ferias más pequeñas que funcionan a su alrededor como satélites; museos, galerías y artistas, pero también hoteles, restoranes, clubes, y la economía de una ciudad entera que, estimulada por la presencia de la feria más grande del mundo, cada diciembre recibe alrededor de 70 mil visitantes, y una inyección de más de 15 millones de dólares. Pero Miami no arredró, ni con el pico de contagios en ciernes, ni con las ferias discurriendo en espacios virtuales, ni con el gran espacio del Miami Beach Convention Center –donde usualmente Basel se instala– destinado a ser, ahora, centro sanitario. Con un vasto programa de arte público, el arte tuvo su semana.
Algunos proyectos articularon lo virtual con lo real, y lo privado y lo público. No vacancy se llamó la muestra colectiva que tuvo lugar en los espacios comunes de diez hoteles, y en la que diversos artistas locales montaron obras pop-up en patios, galerías y vidrieras. Y fueron varias las instituciones que, como el Bass Museum, prestaron sus obras para que se instalaran en el espacio público. Así surgió Art Outside, un paseo de obras (algunas cedidas por el museo, otras encargadas especialmente) instalado en los alrededores del Collins Park. Las galerías se las ingeniaron con muestras fuera de sus espacios. Así fue que el artista Emmet Moore abrió –siempre con cita previa– las puertas de su casa bote, como parte de la muestra organizada por su galería, Nina Johnson, y con la atención puesta en uno de los problemas ambientales más acuciantes de la bahía: el constante crecimiento del nivel del mar.
Entre todos los proyectos, el más grande fue el enorme foro a cielo abierto que el artista cubano Alexandre Arrechea montó frente al Faena Art Center (y que fue comisionado por esa misma institución). “Soñando con leones” recortó un espacio ante el paisaje costero, que buscaba invitar al repliegue y la introspección. La lectura de pasajes de la novela de Hemingway El viejo y el mar, inscriptos en su arquitectura, era una parte fundamental del proyecto. Frases como: “Ahora no es tiempo de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que hay”, se reactualizan en ese espacio y en este contexto (de la ciudad y del mundo), y parecían estar hablándole directamente al presente.
Las obras destinadas a un público local, y casual, la ciudad cerrada sobre sí, pero proyectada al mundo a través de las redes, estimulada por la virtualidad de las ferias, quizá sea uno de los modelos de los próximos años. El modo en que, el tan mentado por estos días “pensar global y actuar local”, vaya cobrando cuerpo finalmente.
Pero mientras por la ciudad los vecinos eran los únicos destinatarios reales de una diversidad de proyectos artísticos, Art Basel Miami desplegaba su versión OVR (online viewing room, o sala de exhibición en línea) como ya había hecho, este año, en otras ocasiones. En sus espacios virtuales, 255 galerías del mundo –entre ellas, cuatro argentinas– mostraron más de dos mil obras. Las ferias en red han llegado para quedarse, con selección de obras presentadas con fotos en alta definición, precios y modos de contacto directo con las galerías, y la posibilidad de compartir cada obra en las redes. Lo que es seguro en todos los casos, es que los tiempos que los compradores manejan en las ferias virtuales son muy diferentes. A mayor soledad, parece, menor efervescencia: en las ediciones online, las ventas no parecen concretarse al calor de las inauguraciones, como sí suele suceder en las presenciales. Puede que el interés por una obra comience a gestarse durante la feria, pero la compra se concrete mucho después.
Por eso las galerías argentinas (cuatro en total) que se presentaron en la feria lo hicieron apostando a platos fuertes. La pequeña muestra virtual que organizó Ruth Benzacar le valió el reconocimiento de la plataforma Artsy al mejor stand de Basel Miami. Catástrofe en cámara lenta reunió obras de Florencia Rodríguez Giles, Flavia Da Rin, Chiachio y Giannone, Jorge Macchi y Adrián Villar Rojas, todas realizadas por los artistas durante los meses de pandemia y confinamiento. Entre los minuciosos dibujos a lápiz de Rodríguez Giles y el “Diario de la peste” que Jorge Macchi realizó con palabras recortadas de los diarios, el abanico
de materiales y tonos para hablar de la pandemia fue amplio… También el de precios: “El teatro de la desaparición”, la instalación que Villar Rojas realizó disponiendo restos de comida y otras materias orgánicas adentro de un freezer, se ofrecía por 150 mil dólares. Al cierre de esta nota la galería había concretado una sola venta. Y esperaba cerrar otras próximamente.
Walden Gallery, en cambio, apostó a la obra de un solo artista, y se presentó en la feria con A shot of Oscar Bony, ofreciendo unas cuantas piezas de su serie de disparos, además de la fotografía de la performance “Familia Obrera”, que Bony realizó en el Di Tella en el 68 (y que ya figura en la colección
del Malba y el MoMa). Jorge Mara, en cambio se presentó con una selección de clásicos, obras realizadas entre los 50 y los 70: León Ferrari, Ana Sacerdote, Sarah Grillo, Kasuya Sakai, Rogelio Polleselo, Alfredo Hlito, César Paternosto y Rómulo Macció. “Un grupo de artistas –presentaba la galería– fuertemente influenciado por las dos tendencias dominantes en el arte argentino en el siglo XX: Abstracción Geométrica e Informalismo”. Las obras alcanzaban los 70 mil dólares. Isla Flotante, por su parte, apostó por el contemporáneo Valentín Demarco, y ofrecía por 4.500 los dijes de bronce que el joven orfebre realiza, a modo de personales exvotos.