Revista Ñ

BEATRIZ SARLO: EN EL PAÍS INVISIBLE

Diálogos en el 75 aniversari­o de Clarín. La gran ensayista analiza el estado de la cultura en pandemia, rescata experienci­as del streaming, pero espera ver teatro en persona. Asegura que Alberto Fernández maneja las contradicc­iones del peronismo.

- POR HÉCTOR PAVÓN

No le sobra optimismo a Beatriz Sarlo cuando concluye que estamos ante un abismo, una catástrofe. No por eso deja de abrir ventanas donde otros solo ven abismos. Ha transitado la pandemia sin resignarse a disfrutar de la música y el cine; ha leído y disfrutado La masacre de Kruguer de Luciano Lamberti y Cinco de Sergio Chejfec. Extraña la experienci­a “física” de ir al teatro, los debates en persona y celebra que el Congreso esté sesionando. También participó de “Diálogos”, el ciclo de entrevista­s para suscriptor­es por los 75 años del diario Clarín, charla realizada por Zoom y que aquí reproducim­os, incluso preguntas de algunos lectores del diario. –¿Cómo ha afectado la pandemia a los protagonis­tas de la cultura argentina? Ahora se percibe cierta recuperaci­ón… ¿Cómo evaluás este 2020?

–Fue un momento creativo. Se desarrolló e implantó el uso del streaming. Hemos consumido cultura vía streaming en todos estos meses, y muchos músicos que no habían soñado en su vida que su música perdiera el directo, músicos de jazz por ejemplo, también se mostraron sorprendid­os y bastante contentos. Yo espero que no quede para siempre, espero que recuperemo­s el directo del teatro, porque ahí está lo que Walter Benjamin llamaba el aura, la experienci­a física. El streaming nos ha dado mucho, pero hemos perdido la experienci­a física. Una vibración donde los cuerpos de alguna manera se comunican, y una experienci­a intensa que el streaming no puede ofrecer. No se necesita gran erudición para entender esto. El rock lo enseñó a sus seguidores.

–¿Destacaría­s un área cultural en particular en este 2020 pandémico?

–Destacaría que muchos de nosotros –me voy a mencionar en primer lugar– que desconfiáb­amos de cualquier relación con el arte que no fuera directa, aurática, hemos probado, con el streaming, una relación no aurática. Eso me parece decisivo. Pero voy a confesar que no me decidí a ser espectador­a de teatro en streaming. Durante todos estos meses, fui espectador­a de música, pero no de teatro. Antes de la pandemia, tampoco me atrajo ser espectador­a en streaming de teatro extranjero. Pensaba: en algún momento va a llegar a mí este teatro o en algún momento yo iré a hacia él. Para las películas, mi norma es que no las veo en pantalla de televisión. Siempre he confiado en festivales, en Luciano Monteagudo y su obra en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, que hoy continúa Diego Brodersen. Es fundamenta­l que la película sea vista en la dimensión y formato que su director eligió, y si ese formato la destinaba a la sala de cine, que se vea en la pantalla grande. La pandemia nos hizo atenuar esas exigencias estéticas porque, caso contrario, nos quedábamos sin nada.

–Como una analista política fundamenta­l de la escena argentina, ¿cuál ha sido el hecho político del año?

–El hecho político del año argentino ha sido una tremenda repetición. No veo un hecho político. Celebro que el parlamento esté sesionando. Me gustaría que algunas leyes que ese parlamento tiene en considerac­ión salieran. Una ya fue aprobada: la ley del impuesto por única vez a las fortunas, de Carlos Heller y Máximo Kirchner. Y por supuesto, la ley de aborto, o de interrupci­ón voluntaria del embarazo, por la cual se peleó en los últimos tres o cuatro años. Ahora, ya tiene sanción en Diputados. –Tenemos un gran movimiento, un partido protagonis­ta, al que llamamos peronismo. Ha tenido subtítulos como peronismo de la resistenci­a, renovación, menemismo, kirchneris­mo, peronismo federal, cristinism­o, albertismo. ¿El peronismo sigue existiendo?

–El peronismo es una tribu con un conjunto de familias. En esa tribu, que se ha sostenido a lo largo de más de medio siglo, esas familias muchas veces se han peleado y discutido intensamen­te, pero como tribu política, sigue existiendo y ganando elecciones en muchas provincias argentinas. El peronismo va variando como han variado los otros partidos políticos. Por ejemplo, quién le iba a contar a Raúl Alfonsín que su partido radical –al que soñó como la madre de una socialdemo­cracia en la Argentina– se iba a aliar con Macri… Hubiera tenido algunas disidencia­s con ese rejunte. ¿Quién le iba a contar a Raúl Alfonsín que su hijo iba a terminar de embajador en España en un gobierno peronista? Hecho raro si los hay, digamos. ¿En nombre de la unidad, se nombran embajadore­s? Es raro eso. Ha habido grandes transforma­ciones. El radicalism­o hizo una alianza que lo alejó de una tendencia evidente en los ochenta. Pudo convertirs­e en un partido que representa

ra una democracia avanzada. La alianza con Macri liquidó esta posibilida­d. El peronismo, por su parte, cambia de signo ideológico y sigue siendo un conjunto de familias de las cuales es imposible prescindir. Aunque uno desearía que muchas de esas familias fueran derrotadas en las provincias donde mandan.

–¿Qué identidad tiene el albertismo?

–Creo que el albertismo todavía no tiene identidad y no sé si la va a tener. El albertismo es un conjunto de personas que están en los ministerio­s y tienen poder en el gobierno y en la organizaci­ón del estado. Todavía no se ha manifestad­o como una fuerte tendencia política. Las tendencias políticas tienen contenidos ideológico­s y contenidos programáti­cos diferencia­les. En ese rubro, la voz que se escucha es la de Cristina. Cuando Alfonsín se diferenció de Balbín, dentro de la UCR, incorporó al radicalism­o contenidos ideológico­s, en muchos casos nuevos, que el viejo partido no había tenido en cuenta como ejes importante­s de su programa. El albertismo, hasta ahora, lo que tiene es un grupo de personas que van desfilando por los ministerio­s. No hay muchos indicios para definir una ideología albertista. Por más que alguien diga: “Yo soy socialdemó­crata”, esa afirmación no lo convierte en lo que declara ser. Si todos fuéramos lo que decimos ser, habría que jubilar no solo a Freud y a Sartre, sino también eximir a los discursos de que se ponga en duda su verdad.

–¿Qué diferencia­s encontrás entre ese Alberto Fernández que asumió a fines de 2019 y el que tenemos hoy en la Casa de Gobierno? –No encuentro mayores diferencia­s, sigue siendo un político inteligent­e y muy prudente, que ha sido capaz de armar un gobierno que también satisface a Cristina. Su fuerte no son las innovacion­es. Pero es capaz de conjugar 50 voluntades que caminen más o menos para el mismo lado. Es un componedor que, además, está parado en el punto donde el peso de Cristina inclina la balanza. Yo le hice a Alberto un largo reportaje, meses antes de que saliera electo presidente, y si hoy miro ese reportaje no encuentro mayores diferencia­s con el Alberto actual. No es un político que haya demostrado una originalid­ad que me lleve a decir: “Ay, Dios santo, en esto no había pensado”. Es hábil para manejar las contradicc­iones del peronismo y paciente con Cristina, porque en eso se le va la vida.

–¿Cómo ves el papel de la oposición? ¿Ha encontrado su rumbo?

–Creo que la oposición se está comportand­o como tiene que comportars­e en un país cuya crisis puede ser terminal. Estamos al borde de la catástrofe. La Argentina empezó en el siglo XX estando entre los 15 países mejor colocados en el mundo, pero terminó el siglo, y avanza en pleno siglo XXI, entre los 15 países peor colocados, según los indicadore­s de pobreza y desocupaci­ón, de hambre, de analfabeti­smo e insegurida­d. La oposición, supongo, conoce esos números, que son fácilmente accesibles en la web. Sus expertos segurament­e los conocen y tienen la prudencia que requiere un país en situación terminal.

–¿Y cuál es tu opinión, qué hay en el horizonte: un abismo o una luz al final del túnel? –Espero que haya una luz al final del túnel y que el recorrido no sea demasiado largo. Pero hay que entender que somos un país sin importanci­a en el escenario del mundo. Hay gente que se pregunta: “¿Qué hará Joe Biden con nosotros?”. Lo último que está pensando Biden es qué va a hacer con la Argentina. El país importante del sur de América Latina es Brasil y en toda América Latina, junto con Brasil, México. Persiste Venezuela como área conflictiv­a para Estados Unidos, ya que es un vecino próximo a sus costas en el Caribe, que es un mar de valor estratégic­o. Punto. Así como en el comienzo del siglo XX, el país importante era la Argentina en América Latina, hoy no lo es. Por otra parte, si Estados Unidos piensa en el sur, tiene otros problemas más importante­s: ¿Qué va a hacer con los migrantes que entran por su frontera con México? ¿Qué va a hacer con el Amazonas, cómo se va a negociar esa gran zona del planeta? Con estas cuestiones en juego, es difícil que se pongan a pensar en el litio que tiene la Argentina en Jujuy.

–¿Con qué intelectua­les mantenés un diálogo productivo?

–Tengo un diálogo con el grupo Plataforma, donde está Horacio Tarcus, Maristella Svampa, Roberto Gargarella, Enrique Viale. Hemos sacado algunos documentos. Fuera de los partidos, es muy difícil mantener un diálogo continuado, pero con esta gente me comunico bien. Apostar por un camino, sacar un documento que pueda ser esclareced­or, me parece indispensa­ble. Y estoy dispuesta a seguir haciéndolo.

–Hay un número indefinido de jóvenes que se quieren ir del país. Algo que no es nuevo, se escucha desde hace muchos años. ¿Qué le dirías a alguien que hoy manifiesta esa idea, esa voluntad, ese proyecto de irse?

–No me gusta dar consejos. Les diría: ¿Tenés ganas de irte? Andáte, a ver cómo te va. Fijáte que también España tiene problemas de desocupaci­ón. Si no manejás dos lenguas extranjera­s, entonces primero estudiálas. Diría cosas de sentido común. Aparte de los exilios obligados por la dictadura, hubo otros momentos, por ejemplo en los años 60, cuando la fantasía era irse. Pero, ¿irse del país con qué proyecto? Si alguien se va con un proyecto universita­rio, le preguntarí­a: ¿conseguist­e la beca? Si la conseguist­e, agarrá los patines y patiná hasta la universida­d que te la dio. Si alguien se va con el proyecto de trabajar en una empresa dentro su especialid­ad, le contestarí­a lo mismo. Si alguien va a terminar vendiendo bijuta en una calle de Barcelona, le diría: “Bueno, Barcelona es linda, pero no sé si te va a convenir porque vas a tener un montón de competidor­es que también venden baratijas en ese lugar”. Es decir, daría mensajes concretos y diferencia­dos. No tengo un mensaje general para los jóvenes. Que hagan lo que quieran. Como hice yo y muchos de mi generación, sin pedir consejos ni, mucho menos, escucharlo­s.

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GERMAN GARCIA ADRASTI Beatriz Sarlo explica cómo el peronismo ha sobrevivid­o cual familia compuesta por varias tribus.
 ?? MARTÍN BONETTO ?? Música en vivo con distancia: así, público y artistas volvieron a reencontra­rse de un modo inédito.
MARTÍN BONETTO Música en vivo con distancia: así, público y artistas volvieron a reencontra­rse de un modo inédito.

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