ERLICH: MECÁNICA PARA REFLEXIONAR
Leandro Erlich. Con la instalación “Escalera horizontal”, para la Fundación Santander, el artista argentino suma movimiento al recurrente motivo de las escaleras en su obra: esta vez nos impulsa a contemplar.
El tono mesurado con que Leandro Erlich habla y se mueve termina de completar su imagen de gran ilusionista, de mago del arte argentino. Sus obras son siempre instalaciones ambiciosas, que suscitan en los espectadores reacciones sencillas, pero eficaces. Nos señalan la paradoja, nos devuelven al asombro. El año pasado su muestra Liminal rompió todos los récords de público de Malba. “Escalera Horizontal” se llama su proyecto más reciente: una escalera metálica de casi 20 metros de largo yace sobre el suelo del pequeño patio de la Fundación Santander. El objeto gira sobre su eje en un movimiento hipnótico; la luz se refleja en su superficie generando destellos. La idea de la escalera acostada es una paradoja atractiva: en un mundo que nos tiene permanentemente ascendiendo y descendiendo para poder seguir en carrera, aquí no hay ningún lugar al que subir. Se trata de estar quieto. Y entregarse, entonces, a la contemplación.
–Las escaleras se reiteran en varias de tus obras y son uno de tus fetiches, pero esta está acostada…
–Las escaleras tienen dentro de la arquitectura una presencia muy escultórica, aún las que no están acostadas, aún con su funcionalidad, siempre me parecieron estructuras desde lo formal muy atractivas. Desde lo simbólico también, son un espacio de tránsito dinámico y de acceso, uno no se para en una escalera. Acá todo ese dinamismo está invertido, no es uno el que se mueve, no hay ascenso ni descenso, sino un permanente movimiento helicoidal. La escalera pasa a cumplir un rol de objeto de contemplación. En otra de mis obras, “The staircase”, que también es una escalera acostada, hay un vértigo asociado a la imagen icónica de lo que es mirar hacia abajo en una escalera. Acá personalmente yo no lo encuentro. No siento la profundidad de un vértigo, sino que prevalece la continuidad y la lentitud.
–¿Es una pieza más contemplativa que la mayoría de tus obras?
–Que la mayor parte de mis obras más conocidas, que son aquellas en las que se ve al público interactuando físicamente, sí. Pero hay otro 50 por ciento de mis trabajos que no involucran al espectador. Lo que pasa es que hay algo en la fotogenia de esas obras que son como escenarios en los que el público actúa, que hace que se las difunda más. Pero para mí siempre fue más difícil pensar en este otro tipo de trabajos para ser observados. Además el espacio de este proyecto en particular es como una vitrina, tiene algo de pecera. Creo que ubicar una obra terminó convirtiéndolo en una suerte de gabinete o campana de exposición.
–El año pasado, a raíz de tu muestra de pinturas en galería Ruth Benzacar, hablabas de la importancia que para vos siempre tiene el relato en una obra. ¿Hay relato aquí también? –Hay una gracia y un humor al acostar una escalera, porque con lo primero que uno se encuentra es con una disfuncionalidad. Si hay un elemento arquitectónico cien por cien funcional es la escalera, despojarla de esa utilidad trae aparejada una pérdida de sentido. Esta estructura ya dejó de ser lo que era, y a partir de ahí uno puede darle una carga simbólica. Entonces es una obra que tiene la capacidad de construir un sentido narrativo, pero también tiene una construcción formal, asociada a la escultura, que le va a permitir una vida larga. Para mí su movimiento tiene una sensualidad, un timing ni muy rápido ni muy lento y un silencio que, quizás por el eclipse de hace unos días, me hace pensar mucho en cuestiones espaciales, en órbitas y esas cosas. -En eso recuerda a las obras cinéticas de Gyula Kósice y Julio Le Parc…
-Totalmente. Sí. Hay una larga tradición en el arte en cuanto a la representación del movimiento. No solo ellos, sino también
Jean Tinguely, Niki de Saint Phalle…La cuestión de lo espacial pero también de las máquinas. Hay muchas cosas que uno va pensando y después encuentra “hermanos en el bosque”, gente que también ha explorado esos caminos…
–¿Creés que esa idea de continuidad lenta refleja de algún modo la experiencia del año en que vivimos encerrados, y en el que el tiempo, de algún modo, se volvió más lento?
–El arte tiene eso: hoy vos pensás en la pandemia y en cómo quizás este movimiento lento, circular y constante podría ser la imagen de un año espiralado y que no termina, y bueno, sí. Siempre hay un espectador que va a recibir el mensaje a partir de lo emocional, intelectual y sensorial de ese momento, esa es la gracia del arte en general, que tiene un carácter constructivo, creativo. Esa es la distancia con la ciencia. Dependiendo de lo que nos haya pasado en ese tiempo, cada obra suscitará emociones y pensamientos distintos. Por otra parte, esta obra, aunque fue pensada previamente a la pandemia reúne unas cualidades que hoy nos permiten inaugurarla. No es un aula o un cuarto… Si tuviéramos que inaugurar, entre protocolos, regulaciones, miedo y distancia, algo como la muestra del Malba, donde todo era para tocar y se amontonaba tanta gente, hubiera sido imposible.
–Tus trabajos parecen estar siempre enfocados en señalar la paradoja y en suscitar el asombro para despertar de las rutinas alienantes, pero ¿cómo nos asombramos ahora, en un mundo en estado de shock permanente? –Percibo que hay una fuerza, casi equivalente e inversamente proporcional a toda esta opresión a la pandemia, que está esperando salir. Todo esto es de una opresión muy grande, aunque más allá del sufrimiento hayamos encontrado cosas positivas. Creo que hay mucho anhelo por volver a apreciar, y a tener una conexión distinta con las cosas, tengo un cierto optimismo, aunque esté fuera de nuestro control. Si algo nos ha generado este año el freno tan abrupto, es que nos obligó a transitar la reflexión, individual y colectiva, porque la permanente acción contradice el tiempo para la reflexión. Creo que esta situación extraordinaria de la pandemia sin dudas va a tener un fin, en un momento determinado las cosas van a volver a la normalidad, pero van a surgir nuevas formas…
–Quizás no necesitemos entonces recetas muy complejas para recuperar el asombro…
–La capacidad del asombro no está en aquello que lo genera, sino en la receptividad de cada uno, así que sí. Quizás mañana caen las hojas amarillas en el otoño y eso te genera un enorme asombro. Creo que en ese aspecto la pandemia nos puede haber sensibilizado… ojalá.