UN POETA QUE ENSAYA
Fabián Casas x 2. Una recopilación de artículos y textos críticos y un nuevo libro de cuentos del autor de Los Lemmings, La supremacía Tolstoi y El salmón.
Ochocientas noventa y seis son las páginas que conforman el total de la producción ensayística de Fabián Casas. El escritor oriundo de Boedo, que supo forjar esa suerte de amalgama entre el flâneur y el monje tibetano bautizada como “boedismo zen”, se abrió camino en la escena literaria como parte de los poetas de la Generación del 90. Sus versos breves, algunos casi haikus, se compilaron en Horla City y otros (2010).
Aquella brevedad quizás, a priori, no encaje ante lo voluminoso de su producción de no ficción, escrita al calor de su columna semanal en Perfil. Sin embargo, ese es su secreto. Lo escribió en un ensayo llamado “La supremacía Tolstoi”: “La literatura es el lugar donde se derriban todos los dogmas”. Los géneros implosionan, se tocan y, a la vez, se repelen en su obra. Es por eso que en esta nueva compilación de ensayos se encuentran nuevas vueltas de tuerca de este autor que trabajó durante años como periodista en el diario Olé y, a la vez, estudió filosofía y se maravilló con las clases de Adolfo Carpio sobre Heidegger.
¿Cómo podría definirse el universo peculiar de este poeta que ensaya? En una entrevista a Mercedes Halfon destaca su lectura de Ricardo Zelarayán (“un escritor clave para las culturas laterales” que “hacía constantemente implosionar a los géneros”) y afirma, como esbozando un manifiesto en voz alta: “Una novela puede ser un haiku y un poema puede ser un ensayo. Uno termina trabajando como un soldador. Mezclando todo, me gusta entender la literatura como un soldador y no como un soldado”. Sus textos para la prensa semanal contienen referencias de la cultura pop entremezcladas con citas que podrían ser consideradas eruditas. No evidencia pruritos ni piensa la cultura en términos de “lo alto y lo bajo”.
Sus ensayos son material de divulgación y, a la vez, son evanescentes.
Carlos Castaneda, Witold Gombrowicz, Joaquín Gianuzzi y el filósofo coreano Domin Choi se mezclan con ejemplos del karate, anécdotas personales y crónicas urbanas. La amistad, otro pilar en su obra, continúa ocupando un lugar clave. “Tranquilo, debajo tuyo están las manos de tus amigos”, escribe. Hay lugar para su educación sentimental (“Una forma que me encanta de ser argentino: ser spinettiano”) y para la crítica social sin medias tintas: “El capitalismo ordenado es eso: unos tienen culo y otros son los que se lo limpian”.
Al posar la lupa sobre los ensayos más recientes se comprueba otra de las fórmulas que suele repetir en entrevistas: “Escribo contra mi propia facilidad”. El yeite, para Casas, es un enemigo. Intenta salir de su zona de confort y se nota. Sus ensayos previos, recopilados en Trayendo a casa todo de nuevo, perfeccionaron un estilo que podría describirse como una suerte de rockola de citas interrelacionadas y recomendaciones enfáticas.
En este caso, quizás podría arriesgarse la hipótesis de que la paternidad y el paso del tiempo influenciaron su escritura. En otro ensayo se lee: “La vejez es el último verso del poema”. Se perciben más referencias a la vida privada, cuestiones familiares, los hijos. Por supuesto que la literatura, el cine, la música y las series permanecen. Pero la estructura, la forma, es lo que evidencia modificaciones. Como si hubiera recurrido al método de la reflexión filosófica para pensarse a sí mismo por medio de sus consumos culturales y su propia historia. Donde, tal vez, a sus 55 años, la dimensión mística de la existencia y sus dilemas van mucho más allá de los goles de San Lorenzo gritados en la infancia o aquellos primeros whiskies y viajes. El poeta continúa ensayando y el lector espera, agazapado, su próximo movimiento.