Gabriela Mistral, una estética mística a base de depuración y vigor
Poesía. Una nueva y poderosa antología de la escritora chilena, Premio Nobel en 1945, en su vertiente más espiritual y religiosa.
La antología mística y religiosa de Gabriela Mistral, Toda culpa es un misterio, despliega textos diversos que representan justamente el eclecticismo, la seriedad y la amplitud de alcance de su vida espiritual.
En las anotaciones personales, se lee el sincretismo propio de una estudiosa de las culturas y las religiones que se asumió, con alternancias, como católica, budista o judía, y que se formó en la Sociedad Teosófica; hay en ellas el registro lúcido, sobre todo, de una experiencia introspectiva estrechamente asociada a la lectura: “Eso era para mí el budismo, un aire de filo helado que a la vez me excitaba y me enfriaba la vida interna; pero al regresar, después de semanas de dieta budista, a mi vieja Biblia de tapas resobadas, yo tenía que reconocer que en ella estaba, no más que en ella, el suelo seguro de mis pies de mujer”.
Pero la mayoría de los textos compilados son de carácter público, y en ellos prima la misión política de Mistral entre los años 30 y 50, que ante la expansión del ateísmo a nivel mundial intenta, por un lado, “hacer un análisis agudo, como el que se hace después de una derrota, para ver en qué ha consistido la fragilidad de un sentimiento que creíamos eterno” y, por otro, en caracterizar al enemigo “jacobino”, que ella identifica, por supuesto, con la “dictadura rusa aterrorizante”.
Hay un discurso en la Unión Panamericana por la amistad entre el cristianismo protestante y el católico (clara alianza geopolítica con los primos del Norte), pero también una defensa del judaísmo en épocas de antisemitismo álgido, así como críticas a la Iglesia, reclamos por un catolicismo con sentido de justicia social, y una proclama en favor de dar voz y opción a las mujeres en relación al divorcio en América Latina.
Quizás la veta más rica de la antología aparece cuando, al tocar el tema de la creación estética, la prosa poética de Mistral se pone en acción; una escritura epigramática que, cuando piensa en la fe, se transforma en poema y que hoy se vuelve permeable tanto a la lectura devota como a interpretaciones profanas: “La línea torcida del dibujo tal vez proteste mirando hacia la recta e ignora que contribuye a la armonía así, siendo diferente y tortuosa. Somos un arabesco de Dios.”
La lectura de la Biblia para Mistral significa una formación a la vez religiosa y estética, una experiencia de purga cuya descripción no por mucho proclamar la austeridad franciscana resigna su riqueza en imágenes: “la Biblia me prestigió su condición de dardo verbal, su urgido canal de vena caliente. Ella me asqueó para toda la vida de la elegancia vana y viciosa en la escritura y me puso de bruces a beber sobre el manadero de la palabra viva, yo diría que me echó sobre un tema a aspirarle pecho a pecho el resuello vivo”.
Depuración y vigor son las dos caras de la verdad del verbo, incluso cuando se trata de recordar el rostro del comtista Don Juan Enrique Lagarrigue, “mitad de bonzo, mitad de letrado medioeval… conteniendo toda ella un mínimum de carne y ninguna ensambladura brutal de huesos”; perfil, este, que constituye uno de los textos más preciosos de la antología.
Toda culpa es un misterio es ecléctica como su autora, y habilita una gran variedad de entradas a la Mistral mística, filosófica y militante. Para bien o para mal, el futuro materialista que ella quería conjurar es nuestro presente (aunque ni ruso ni jacobino como temía) y en gran medida algunos de los debates que plantea el libro resultan anacrónicos. Pero es también el anacronismo de la entrega a todo oficio que sea “campo propicio al espíritu” lo que les garantiza potencia verbal a estas páginas y las vuelve contemporáneas.