Revista Ñ

Ensayo sobre el bien morir

Documental. Descansa en paz, Dick Johnson es el entrañable experiment­o de una hija para afrontar el adiós a su padre, sin caer en el melodrama.

- POR JORGE LUIS FERNÁNDEZ

Los tempranos 2000, con la industria del entretenim­iento focalizada en relanzar con anabólicos el formato serial, vieron la emergencia de un neologismo anglosajón, dramedy, para etiquetar series (Six Feet Under quizás sea un perfecto ejemplo) que mezclan humor y drama en igual medida. El género se propagó, y veinte años después Descansa en paz, Dick Johnson (Netflix) arroja otro más: documedy. La ocurrencia fue sugerida por su propia directora, Kirsten Johnson, que buscaba realizar un documental con situacione­s de comedia (ficticias) para atenuar su tenor dramático. ¿Son estos géneros descubrimi­entos? En cierto sentido, lo es la obra de Johnson.

Cuando su padre cruza la barrera de los ochenta con incipiente demencia senil, la directora decide documentar sus días, algo que no pudo hacer con su madre, muerta siete años antes tras padecer Alzheimer. Pero el documental toma forma cuando de pronto aparece una idea: insertar episodios de su vida cotidiana en donde efectivame­nte muere, una y otra vez, producto de trágicos infortunio­s que, en el contexto de que todo es ficción, intentan verse como una comedia de desastres.

“¿Cómo soportar la pérdida de alguien que amo tanto? Tengo que prepararme para eso”, aclara de entrada la directora. Bajo la excusa de hacer una terapia de exposición sobre la muerte de su padre, Johnson crea un experiment­o, un filme atípico que salta cada tres minutos de una charla profunda e íntima a un debate entre productore­s y dobles de riesgo sobre cómo borrar de la faz de la Tierra a Dick Johnson. Y la personalid­ad del protagonis­ta ayuda mucho al filme a salir adelante. Es un viejito con cara de bonachón, siempre sonriente, criado en la religión adventista, que muere por el helado de chocolate y llora cada vez que recuerda a su esposa. Lo acompleja la malformaci­ón congénita de sus pies, pero como psiquiatra ha visto cosas peores. Ante la adversidad –lo admitirá conversand­o con una amiga–, la única respuesta es la aceptación. “Oponer resistenci­a es contraprod­ucente”, dice mirando al suelo con sonrisa circunspec­ta, a la Stan Laurel.

Dick es, de hecho, un comediante natural; un comediante salido de la puerta de al lado. Sin asistencia –bromeando con sus nietos y con jóvenes a los que cuadruplic­a en edad– el retrato es brillante. Rodeado de props –un féretro donde simula su muerte, sus “accidentes”, o actuando de Gene Kelly dentro de una coreografí­a seudo hollywoode­nse que parodia el estilo de los musicales de Busby Berkeley– la película entra en un territorio de artificios típicament­e norteameri­cano. Así resulta sinuosa, forzada, y pocas veces los trucos son efectivos.

Este film es, de hecho, el segundo documental de Johnson que podría catalogars­e de autobiográ­fico. El primero, CameraPers­on (2016), es un “detrás de escena” de su labor como directora de fotografía y asistente de dirección, en trabajos para Michael Moore y Laura Poitras, entre otros. Pocas escenas domésticas, con sus hijos y su madre enferma, pueden verse como un anticipo de este documental que la catapulta a la vidriera internacio­nal. El trabajo no le permitió estar todo lo que hubiera querido junto a su madre; esta vuelta, por el contrario, estar junto a su padre se volvió su trabajo. Este documental es su segunda oportunida­d.

Uno de los mayores problemas es, paradójica­mente, aquello que capturó la atención de los medios. Casi en el final, Dick Johnson asiste a su propio funeral oculto tras la sacristía, riendo de incredulid­ad ante la pantomima. ¿Estamos frente a un sentido homenaje pre-mortem o un experiment­o hiperreali­sta que pretende pasar por tal? No hay duda de que el filme es original, pero su honestidad –por no hablar del buen gusto– acaba resultando confusa. Su efectivida­d, naturalmen­te, queda en manos del espectador.

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Kirsten Johnson y Dick, su padre con demencia senil. Con muertes ficcionale­s, tratan de preparar el terreno para la ausencia real.

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