Revista Ñ

Palabras que no sabemos quién oye

Inédita. Los poemas de Liliana Ponce son de una delicadísi­ma precisión, que acentúa su encantador­a cualidad etérea.

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Para un viaje quieto, tácito el nombrar lo que ya no puede verse –voces para paisajes ya perdidos. Aunque nada importe, aunque se multipliqu­en los mares y los pasos, arrancar los sí y los no a las sombras. Bajo un musgo suave, nubes que pasan veloces, materia que parece sostener sustancia, tiempo como lugar.

Este día, aquel día, mutan como si fueran eternidad

–y al soñar, creer que yo estaba.

Árboles como monjes sobre el jardín del monasterio.

Sus siluetas silenciosa­s son formas del orgullo, la paciencia o la aceptación.

Y el verde que la luz cambia muestra matices de sombras en sus hojas convertida­s en escamas, estrellas, óvalos, plumas. La tarde cae hasta que el cielo se cierra y un velo invisible se lleva sus fant asmas.

En la película, Agnès Varda coloca una pequeña piedra en la tumba de Cartier Bresson.

Piedra, no flores

–la piedra resiste a la lluvia, al viento, para una larga quietud de las horas.

Bellas, delicadas rosas, dejaste en el sepulcro de tus padres

–pétalos que caerán agitados y sedientos bajo el sol.

Para ese silencio que son los ausentes también está el ritual del sueño

–entraste ahí mientras yo dormía, tan cerca estabas que vi el color de tu camisa y pude oler tu sudor, como aquella tarde de visita insperada.

Cada ceremonia dice lo que no puede decirse –palabras que no sabemos quién oye.

Ejercicios para el oído

Lo más lejos: el canto repetido de un pájaro que parece decir la serenidad de su espera en la rama bajo el follaje dorado y tembloroso –el canto repetido, agudo, escalonado en pliegues sucesivos.

Lo más lejos en el cielo: el punto que atravesó un avión

–apenas unos segundos–, y escondió su presencia mecánica: contraste efímero de hilachas, zumbido que asocia el gris del metal al brillo oculto en nubes borrosas.

Alrededor del oído la adaptación al cuarto, la habitación, la cocina –apagado y mullido el rumor de quien se desplaza, camina, busca objetos arrinconad­os.

Alrededor del oído se mueve el presente, abre su mano y aprieta luces en flores simuladas en terciopelo inmóvil.

Estoy aquí y ahora.

Lo más cerca está dentro de los ojos cerrados y se desliza sin rumbo.

En la proa parece ver pero sólo es intento.

Dicen que se oye la sangre, que se oye la respiració­n como ondas de ritmos luminosos, que se oye lo que nos recorre y nos cobija, que el afuera fue pacto momentáneo para un adentro falso.

Lo más cerca es sonido impregnado de quietud que semeja la muerte y expulsa la memoria.

Las aguas dulces

Volviendo a soñar crucé las aguas dulces que avanzaban sobre orillas arenosas. –aguas turbias apenas hamacadas, apenas tibias.

Volviendo a soñar crucé las aguas y el límite de horizonte gris que se alejaba. Busqué mi cuerpo partido: los brazos movían objetos extraños, amorfos objetos marinos

–aparición de semejanzas al otro lado de la premonició­n.

Y regresé del sueño hasta los portales de la vigilia y el plenilunio.

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