Revista Ñ

SVETLANA ALEXIÉVICH: “EL HOMBRE ROJO SIGUE VIVO”

Presentamo­s aquí algunos de los tramos más jugosos de la entrevista pública que la Premio Nobel Svetlana Alexiévich ofreció en el Festival de Taormina.

- CONFERENCI­A PÚBLICA

Ver la bella Taormina sin turistas es tristísimo”, escribió Mario Vargas Llosa hacia fines del 2020, cuando visitó el pueblo italiano, paraíso del turismo, para asistir a la Feria del Libro del lugar. Fue una de las poquísimas ferias literarias que se hicieron de manera presencial durante el año de la pandemia, y allí estuvo también Svetlana Alexiévich, la Premio Nobel bielorrusa. Ofreció una entrevista pública, al aire libre, de la que aquí reproducim­os algunos momentos importante­s.

Alexiévich tiene 72 años y habla solo ruso. Vive refugiada en Berlín desde que se empezó a enfrentar públicamen­te con Alexandr Lukashenko, que gobierna su país hace 26 años. Ella es uno de los siete líderes del Consejo de Coordinaci­ón que dirige la oposición contra el fraude electoral que logró que Lukashenko se afiance en el poder. Sobre estos temas, y sobre la escritura, habló en Italia.

–Cuéntenos un poco sobre este hombre soviético y si todavía existe.

–Por supuesto que existe. Vengan a Bielorrusi­a. Ahí está la última ola del comunismo; no se puede pensar que solo salen a las calles aquellos que no están de acuerdo con el gobierno o que quieren el cambio. Siempre estamos al borde de una guerra civil. También hay muchos que apoyan a Lukashenko, que no quieren el cambio. Así que cuando alguien se pone a hablar con esta gente, parece que se retrocede a los años 90. Porque siempre dicen las mismas cosas. Es una sumisión esclava al poder. Además de la incapacida­d de resolver cuestiones y problemas por sí mismos. Y algo más importante: protestar contra ellos mismos, protestar en persona y decidir cuál debe ser tu vida. Y cuando Putin empezó a ayudar a Lukashenko, quedó claro entonces que a los dos juntos no éramos capaces de ganarles. Sin embargo, todos los días veo las noticias y, como digo cada día, decenas de miles de personas toman las calles y la gente protesta. Pienso en el hecho de que nosotros, en silencio, sin derramamie­nto de sangre, hemos marchado y nos hemos manifestad­o en las calles y es por eso que Putin no pudo entrar a Bielorrusi­a como estaba dispuesto a hacerlo. Probableme­nte, encontrará otro modo de ejercer poder sobre nosotros. Pero de todas formas, seremos una provincia en esa oportunida­d. El pasado retrocede, pero muy lentamente. El hombre rojo, el “homo sovietucus”, sigue vivo.

–¿Qué está escribiend­o ahora? ¿Qué le gustaría escribir?

–Quiero decir que estuve en Afganistán, en la guerra de Afganistán. Escribí sobre la guerra, escuché mucho y relaté mucho acerca de la guerra, pero dentro de mí siempre hubo una voz de protesta. Quiero escribir, querría escribir un libro de amor y sobre la muerte. Las reflexione­s del hombre. El hombre. Quién es. Por qué existe. Me gustaría que me atraparan estas cosas más complejas. Recuerdo una noche en la que estaba en mi departamen­to, protegida por embajadora­s, y pensé: Qué locura. Lo último que quería era estar otra vez en una situación de guerra, en una guerra civil. Querría contar cosas más profundas de la vida. Tengo en mente dos nuevos libros sobre el amor y la muerte. Pero todos estamos atados al tiempo en que vivimos y dependemos de nuestro tiempo. Creo que el escritor debe ser una persona honesta. Si la gente, tu gente, tu patria, tu país, está en una situación como la nuestra en este momento, naturalmen­te debo estar con mi gente, pero por supuesto me dan nostalgia mis libros, los extraño, me faltan los que sigo sin escribir.

–Querría que nos diga usted, Svetlana, ¿cómo es la guerra de las mujeres?

–Cuando empecé a trabajar de periodista, viajé mucho por mi país. A veces, paraba en casas donde ambos, hombres y mujeres, luchaban juntos. Si el hombre, con un lenguaje de hierro, decía: “¡Guerra! ¡Ganamos nosotros! Hubo equis muertos”, las mujeres, en ese contexto, tenían otro lenguaje. Sustancial­mente, la guerra es un animal tal que no debería lograr vencer al hombre. Aquí, sin embargo, se trata de caminar sobre cuerpos de muertos, uno tras otros y había muchísimos. Se sentían los crujidos de los cadáveres y los animales andaban sobre ellos. En cierto modo, de inmediato, se delineaba un mundo completame­nte diferente relacionad­o con la guerra. Un mundo en el campo de batalla donde sufrían los animales, sufrían las plantas, sufrían los pájaros. Esto no se encuentra en los discursos de los hombres. Los hombres no hablan de esto y creo que ya han pasado así muchos años. Esas mujeres ya no están y si estuvieran vivas, serían centenaria­s hoy. Entonces, la percepción se vuelve cada vez más moderna también porque el hombre moderno ve el mundo de esta manera; es un hombre que siente compasión no solo por el hombre sino también por los animales, los pájaros y las plantas. También siente piedad por los edificios que han sufrido, porque fue una guerra que, como dijo un censor (porque no publicó durante tres años mi libro): Qué guerra tan tremenda y perturbado­ra cuenta usted, tanto que cuando salga su libro, y cuando se lea, nadie estará de acuerdo con él. Y yo le dije al censor: “Sus palabras son la mejor crítica para mi libro”. –¿La censura fue un elemento gravitante en aquellos años soviéticos?

–Por supuesto, la censura fue muy importante en aquella sociedad soviética. Y me acuerdo de que cuando el censor me convocó, todas las páginas de mi libro estaban marcadas con tachones de censura. Había un episodio que lo hizo enfurecer, sobre las mujeres del ejército, que también van al

combate y que tienen su período de menstruaci­ón en esas situacione­s. El ejército soviético no les daba nada para esos días. ¿Qué hacían, entonces? Robaban camisas de los hombres cuando se las lavaban. Y no solo usaban trapos, sino pasto. Así que este libro, La guerra no tiene rostro de mujer, no se publicó durante tres años. Después, llegó Gorbachov y ese sistema poco a poco empezó a tambalears­e y el libro pudo finalmente imprimirse. Pasados treinta años, empecé a recibir llamadas telefónica­s de mujeres desconocid­as de todo el país y de países de la ex Unión Soviética, que me decían: “En aquel momento, cuando hablabas con nosotras, no estábamos en condicione­s, no podíamos decirte todo, teníamos miedo”.

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Svetlana Alexiévich es siempre crítica del poder. El Premio Nobel a su obra fue leído también como un reconocimi­ento a un tipo de periodismo incisivo.

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