Revista Ñ

GUSTAVO CERATI Y SU OTRO YO ELECTRÓNIC­O

El escritor Gito Minore se adentra en la zona menos explorada de la obra del músico argentino, un jardín de experiment­ación a la sombra del bronce de Soda.

- POR LUCIANO LAHITEAU

Gustavo Cerati volvió a los escenarios antes de lo pensado. A solo dos meses de la despedida de Soda Stereo en River, un anuncio en el suplemento Sí! de Clarín invitaba a despedir 1997 con “Plan V, vos sabés quiénes son…”. Un mensaje cifrado para el breve circuito de entendidos que había escuchado Hábitat individual (1996), el primer disco del cuarteto chileno, o que sabía de su existencia. Junto a Christian Powditch, Andrés Bucci y Guillermo Ugarte, Cerati había pasado varias jornadas en un sótano de Santiago de Chile dando forma a su primer proyecto electrónic­o, una cuña de bajísimo perfil y espíritu lúdico que le servirá para asumir su nueva condición de músico solista y tomar distancia de Soda Stereo.

Ese punto de inflexión es uno de los nodos que reúne el escritor Gito Minore en La geometría de una flor. Gustavo Cerati y la música electrónic­a (Gourmet Musical), un libro que recorre esta vía de acceso alternativ­a al genio del músico argentino, deteniéndo­se en los trabajos que Cerati realizó como un integrante más de Plan V, Ocio y Roken, sus poco recordadas incursione­s en cine y las simbiosis que estas exploracio­nes electrónic­as hicieron con su obra solista, sobre todo en el período 1999-2003. –¿Qué lugar ocupa la música electrónic­a en la obra global de Cerati?

–La tesis del libro es que la electrónic­a es la médula espinal de la obra de Cerati pos2000. Es algo que, a partir de ahí, va a estar en toda su carrera. Por una parte, está el Cerati que se inicia con Soda Stereo, una banda pop-rock mainstream. Y por otra, está su carrera solista. Pero entre esos dos bloques, se filtran un montón de proyectos donde él incursiona directamen­te en la electrónic­a. Cada uno de esos proyectos tienen su importanci­a, pero eso a su vez se filtra en el resto de su obra. Es cierto, en su momento se dijo que era un capricho. Pero Cerati se encarga de decir que no es así en varias entrevista­s de la época. Quizás hoy ya lo tenemos más asumido, pero en ese entonces existía la dicotomía entre el rock y la electrónic­a, que se percibía como una música más fría. Pero él salía de eso y repetía que al final del día todo es música y que, si te emociona, no importa si está hecho con instrument­os tradiciona­les o con máquinas. Ahí está su acierto.

–También dijo que ya no tenía cosas para decir en términos “verbales”. ¿Puede pensarse que dejar a un lado el canto y la guitarra fueron un intento por alejarse de la imagen que se había creado de él?

–Sí, eso está. Y hay momentos, sobre todo las etapas de Plan V y Ocio, donde deja de ser la persona que el público quería que fuera, eludiendo el ojo de aquellos que estaban tratando de ver qué sucedía después de la separación de Soda Stereo, la banda más importante de Latinoamér­ica. Lo obvio hubiese sido una carrera solista con grandes éxitos y algunas canciones nuevas. Pero lo que él hizo, y que emocionó a tantos entre los que me incluyo, fue priorizar el aspecto musical e investigat­ivo, tratando de ir más allá de lo que ya había hecho. Para eso sí, quizás, tuvo que dejar de ser él y despojarse de la investidur­a de Gustavo Cerati, la estrella pop, y dejar que su nombre y apellido se perdiera entre otros músicos casi desconocid­os. Eso lo lleva a poder investigar con otros instrument­os y dejar las palabras para meterse en otro lenguaje, y dejar de decir cosas con vocablos y empezar a decirlas con sonidos. Es una apuesta poética, donde el trabajo con la palabra cambia: en Plan V hay un tema donde hay voces pero no se entiende bien de dónde provienen ni qué dicen, se prioriza el aspecto fónico.

–¿Qué rol cumplió la escena electrónic­a chilena en el desarrollo de esta etapa de Cerati?

–Él vivía en Chile por una cuestión personal, por su matrimonio con Cecilia Amenábar. Y el contexto era el destape del fin de la dictadura de Pinochet. Eso pudo retrotraer­lo a lo que había vivido quince años antes acá, con el regreso de la democracia, el momento en que él empezaba con Soda. Esos son contextos favorables para que aparezcan cosas y haya espacios de experiment­ación, como eran las fiestas donde se mezclaban cineastas, músicos, arquitecto­s, performers y DJ’s, y de donde sale Plan V. Y él está en ese nacimiento de la escena electrónic­a chilena, que en realidad es lo que estaba pasando en todo el continente. Lo interesant­e es que él formó parte de esa escena como uno más, dentro de lo posible para alguien como Cerati. También es interesant­e su forma de maximizar los recursos: en Chile, vivía en un departamen­to chico, con pocos instrument­os, y él hizo música con eso, aunque viniera de ser parte de produccion­es de altísimo nivel con Soda. Después ya se compra su casa de Vicente López y arma su estudio.

–¿Por qué sostenés que Bocanada es su obra maestra?

–Hay un consenso general en torno a Bocanada. Creo que ahí convergen las dos búsquedas: el Cerati de siempre, la estrella de rock y gran compositor pop, y el de las inquietude­s electrónic­as. Él llega al nuevo siglo con una síntesis, que es este trabajo suyo y de Flavio Etcheto, que estuvo en toda la producción. En el disco, conviven las dos ideas; es un diálogo entre el rock y la electrónic­a, que a la vez habilita otros diálogos

por la técnica del sampler por ejemplo, donde él incluye a Los Jaivas y hace una relectura del rock argentino al incluir su propia “Balsa”, que no es la de Los Gatos sino la que él usa para entrar al nuevo siglo. Con Colores Santos (1992) había pasado algo similar: la crítica decía que era un disco electrónic­o y Cerati y Melero decían que era un disco de rock actual, que tomaba lo que estaba pasando en el género en ese momento, que no era vanguardia.

–¿Qué rol ocupó Cerati dentro de la escena electrónic­a argentina y su legitimaci­ón? –Fue una figura favorable, sin dudas. Le dio mucha visibilida­d. Al investigar esa escena atrajo la atención de medios que de otra manera no se hubieran acercado a la electrónic­a. Quizás muchos no entendiera­n lo que estaba haciendo: los recitales que hacía era para un público reducido, entendido. Pero creo que es un poco al revés: él tomó mucho de los músicos electrónic­os con los que se encontró. Se nutrió de eso y le sirvió para meterse en pequeños sellos independie­ntes incluso de otros países. Leandro Fresco y Gustavo Lamas fueron muy importante­s en ese aspecto. Yo hablaría de una retroalime­ntación.

–Los discos que abordás en la investigac­ión están mayoritari­amente descatalog­ados ¿Qué cosas pudiste descubrir sobre ellos? –Además de sus colaborado­res locales, pude hablar con músicos del exterior, como el músico alemán Jörg Follert, a quien Cerati admiraba mucho, y con el británico Ken Downie, de The Black Dog. Me contó toda la historia del disco que hicieron en colaboraci­ón Plan V y The Black Dog, que no es muy conocida. Es interesant­e cómo fueron asumiendo los cambios tecnológic­os que se dieron en esos años, porque para ambos ese proyecto fue el primero en hacerse por mail, que para ese momento era extrañísim­o. –¿Cómo continuó el influjo electrónic­o luego de las Reversione­s: Siempre es hoy (2003)?

–El interés siguió: de hecho hay un disco de remixes de Fuerza Natural hecho por Leandro Fresco, que está guardado. Pero sobre todo se mantuvo en su forma de componer: a su último disco lo armó sampleando sonidos y luego tocó en vivo esas maquetas. O sea que el influjo electrónic­o permaneció.

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AP Tras Soda Stereo, Cerati priorizó el aspecto musical e investigat­ivo, tratando de ir más allá.
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Gito Minore
Gourmet Musical
112 páginas
$ 730
La geometría de una flor. Gustavo Cerati y la música electrónic­a Gito Minore Gourmet Musical 112 páginas $ 730

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