Del otro lado del espejo familiar
Novela. El menor, el nuevo libro de Alicia Plante, es un relato perturbador sobre dos hermanos y un misterio.
El hombre que pierde su sombra, la imagen propia en el espejo, un desconocido idéntico al sujeto, son figuraciones clásicas del tema del doble en la literatura. Tiene que haber un punto mínimo de diferencia para producir el efecto inquietante, como el doble de William Wilson que solo se distinguía por hablar en susurros, en el cuento de Edgar Allan Poe. En El menor, su octava novela, Alicia Plante pone en escena a otro personaje que suele integrar esa constelación: el hermano, un agente todavía más desestabilizador desde el momento en que proviene de lo familiar.
Martín Figueroa, el protagonista de la novela, es un ingeniero que ocupa un cargo ejecutivo en una empresa metalúrgica. Su perfil y su historia de vida se recortan en contraste con las características de Nicolás, su hermano menor, alguien que no supo abrirse paso en el mundo según los criterios convencionales. Esa diferencia patente carga de extrañeza el vínculo familiar a partir de la misteriosa desaparición del menor.
En sus gestiones para ubicar al hermano, el protagonista se investiga a sí mismo. Lo que primero averigua, lo que le muestra una y otra vez la mirada de los demás, es que esa persona tan íntima es la que menos conoció. La novela comienza a partir de un episodio de la infancia que introduce la ruptura y que en adelante entreteje el lazo familiar alrededor de un enfrentamiento solapado, no tanto porque cada uno representa valores opuestos sino porque ese recuerdo contiene también una anticipación, justamente el deseo larvado de que el otro desaparezca.
En ese recorrido aparecen a la vez datos para despejar el misterio de la ausencia. Martín no es un detective ni quiere serlo y por eso recurre a Leo Resnik, el juez penal que interviene en otras novelas de Plante, “uno de esos jueces raros que no vendían su alma al mejor postor” y que parece también un psicólogo, capaz de interpretar el verdadero problema que se le presenta al protagonista, entre la desaparición del hermano y los manejos de la empresa en la que trabaja, un orden de apariencias donde las maneras amables encubren los métodos sucios con que se hacen los negocios y la racionalidad es un recurso para escalar en la competencia individual.
No es que el hermano se pierda en el vacío al faltar de pronto de los lugares que frecuentaba, como diría un parte policial. El menor persiste como una especie de fantasma, una presencia que atemoriza en razón de ser diferente a lo que se pensaba y, sobre todo, al mostrar que el propio yo es distinto del modo en que se representa a sí mismo. Desde el lugar que asume como primogénito, y el imaginario presuntamente natural que carga esa figura, para empezar.
En términos estrictamente policiales, el caso resulta un rompecabezas accesible. Resnik necesita poco más que unos llamados para tener un relato de que lo sucedió. Lo complejo es lo que moviliza el hermano y por eso la novela continúa: el protagonista no solo descubre quién era el menor sino quién es él mismo, y cómo aquello que creyó sólido y asentado en bases firmes comienza a vacilar. “La imagen de sí mismo que le devolvía la oscuridad de la noche le parecía llena de manchas y sombras”, escribe Plante.
En la tradición literaria, el doble introduce una presencia hostil y amenazante, pero cuando el yo lo elimina comprende que en el mismo acto también se da muerte a sí mismo. En El menor, el proceso completa un recorrido sinuoso: si en principio parece que el protagonista accediera a una reconciliación, a un rescate del hermano contra las imposturas de la vida en sociedad, en definitiva se vuelve otro, y un otro de signo desconocido, porque el precio de la liberación es perder lo que se tiene y quedar reducido a la nada. Alicia Plante escribe así una novela perturbadora, que no pretende tranquilizar al lector sino colocarlo de frente ante lo más incierto.