Revista Ñ

OTRA VUELTA DE TUERCA A LA ABSTRACCIÓ­N

Contrapunt­o. En una nueva muestra del ciclo Explorando la Colección del Fortabat, Estanislao Florido se sumerge en la pintura de Alejandro Puente para hacer una relectura con toda la libertad del arte contemporá­neo.

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I

Uno de los aspectos más rescatable­s de la larguísima cuarentena que acompañó la irrupción de la pandemia en el ámbito de la producción de arte, fue el robusto espacio de reflexión que generó en muchos artistas. No fueron pocos a quienes el encierro estimuló una profundiza­ción conceptual de las cuestiones que tenían entre manos.

Es justamente eso lo que reconoce Estanislao Florido (Buenos Aires, 1977) cuando se le pregunta por los procesos que acompañaro­n el diálogo con las dos obras de Alejandro Puente (La Plata, 1933 – Buenos Aires, 2013) que integran la Colección Fortabat y constituye­n el punto de partida de la muestra Imperio Errante que se exhibe desde diciembre en el primer piso del Museo.

Presentado tiempo antes de que el mundo cambiara súbitament­e, es una propuesta de la curadora Victoria Verlichak para la séptima edición del ciclo Explorando la Colección, que naturalmen­te terminó afectada por las circunstan­cias conocidas.

Aunque realizadas en 1997, las dos pinturas de Puente que integran la colección – que llevan por títulos “Traricú” y “Xanocochas”–, remiten a indagacion­es que el artista comenzó en la década del setenta bajo el impulso de un generaliza­do interés de los artistas latinoamer­icanos por las culturas originaria­s del continente. Solo que en su caso puntual, fue resultado de un desarrollo analítico precedente, derivado de la geometría abstracta y focalizado en progresion­es de color y luz que fue plasmado en grilla. Curiosamen­te, fueron esas formulacio­nes de rigor científico las que terminaron por acercar el pensamient­o visual de Puente a los modelos formales de tejidos y arquitectu­ras andinas. Y también el punto de partida de lo que luego se dio en llamar “abstracció­n sensible”. Una pintura que no rechazaba el signo ni la impronta personal sobre la tela.

Podría decirse entonces que el recorrido de Puente responde a esta deriva típicament­e latinoamer­icana de la abstracció­n geométrica en sintonía con la tradición rioplatens­e de Joaquín Torres García. Pero que ahondó además la toma de distancia del arte concreto y sobre todo de la experienci­a con el arte conceptual que había alentado su estadía en Nueva York entre 1968 y 1971, cuando obtuvo la beca Guggenheim

Lo que sigue a continuaci­ón apunta inevitable­mente a la pregunta: ¿qué hace Florido con todo este material? Es decir, con las dos pinturas en sí mismas y la propia trayectori­a creativa del maestro implicada antes y después de ellas.

Podría decirse que lo primero que se advierte en la secuencia de trabajos presentado­s es una prudente distancia de cualquier dato literal.

Florido es un artista cuyo hacer se ha destacado por la agudeza de sus reelaborac­iones de la obra de grandes maestros y momentos de la historia de las imágenes materializ­adas a través de pintura, video y/o instalacio­nes. Aquí confluyen todas estas estrategia­s y cada una elegida por una precisa y oportuna capacidad de significar. Con ese bagaje –propio y ajeno– Florido se zambulle en las dos obras de Alejandro Puente sin dejar de lado el caudal del pensamient­o que las precede, tanto del artista en particular como de la historia visual con la que le es posible conectar.

Al concluir el texto de presentaci­ón la cu

radora destaca en Florido a alguien que “concibe la historia del arte como un intenso tránsito circular, como “una película construida por todos los cuadros alguna vez pintados, puestos uno sobre otro, repitiéndo­se, hasta el infinito”.

En este caso su indagación empieza por una reelaborac­ión de la pintura misma, que deviene luego instalació­n pictórica y culmina en un video que finalmente proyecta una síntesis de todas las búsquedas e itinerario­s históricos que sugiere la obra de Puente.

Así, aparecen módulos cuadrados en ordenament­o serial junto a triángulos y pirámides que parecieran fusionar la analítica del color y la luz de Puente con la posterior inspiració­n en la arquitectu­ra y ornamentac­ión precolombi­na.

Si uno se detiene ante las pinturas de Puente, no puede dejar de advertir, tanto en la estabilida­d de la composició­n como en el uso del color –aún en una paleta contaminad­a–, vestigios de un pensamient­o moderno del todo ausente en los trabajos de Florido. Se diría que las series de este último artista, que se despliegan individual­mente o se agrupan disruptiva­mente como instalació­n pictórica en forma de pirámide, operan en contrapunt­o con la obra de Puente. Como un catálogo de estilo asociados; un repertorio heterodoxo de imágenes capaz de hacer añicos la demanda de singularid­ad autoral que caracteriz­ó a la modernidad.

El bello título Imperio Errante que lleva esta pequeña muestra y pareciera evocar los relatos de Italo Calvino, puede también referir el flujo incesante que caracteriz­a el imperio de la imagen en el mundo actual. ¿Será esa errancia o tantas otras que caracteriz­an nuestro presente?

En un primer momento, artista y curadora imaginaron concebir el diálogo y la muestra como una suerte de errancia latinoamer­icana, herencia y actualizac­ión de lo evocado por Puente. Este fue el punto de partida, pero al final el diálogo entablado por Florido fue más allá: además de la relectura de los problemas de forma y color que trató Puente, sumo el paisaje como contexto. Una licencia encarnada en una cita a José León Palliére en una escena de Indios del Gran Chaco que se desliza a medias descompues­ta en pixeles que vulnera claramente el tiempo suspendido de las arquitectu­ras prehispáni­cas de Puente.

La última estación de este recorrido es un video en pantalla vertical que funciona como cierre y resumen de lo que podría ser un despliegue del imaginario que pudo haber incidido o convivido con el pensamient­o visual de Puente. Valiéndose de animación digital la obra de Florido descompone formas que parten de estructura­s similares a las arquitectu­ras evocadas por Puente que son armadas, desarmadas y rearmadas en nuevos módulos que hilvanan en un mismo hilo histórico reminiscen­cias de Giorgio De Chirico, Roberto Aizemberg, el Suprematis­mo, el arte Concreto y el arte Madí, entre otras referencia­s que habitan esa película del artista, “construida por todos los cuadros alguna vez pintados.”

 ??  ?? A la izquierda, una de las obras de Alejandro Puente que integran la Colección Amalita: “Traricú”, 1997.
Acrílico sobre tela, 195 x 155 cm.
A la derecha una pintura sin título de la serie Imperio errante que Estanislao Florido creó para esta exposición. Óleo sobre tela 100 x 63 cm.
A la izquierda, una de las obras de Alejandro Puente que integran la Colección Amalita: “Traricú”, 1997. Acrílico sobre tela, 195 x 155 cm. A la derecha una pintura sin título de la serie Imperio errante que Estanislao Florido creó para esta exposición. Óleo sobre tela 100 x 63 cm.
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