BAILAR PEGADOS (YA NO) ES BAILAR
Buenos Aires Ballet iba a encontrarse con su público, pero la función se pospuso por la situación sanitaria. El director de la compañía reflexiona sobre los repertorios sin contacto.
El bailarín profesional circula siempre por ámbitos conocidos y amados: el salón de clases donde hace su rutina diaria, la sala de ensayos, el escenario. Y también está el pequeño espacio entre bambalinas (”entre patas” es el término en la jerga teatral), ese lugar fuera del tiempo cronológico donde espera el momento de entrar en la obra. Después de este 2020 tan trastocado que acaba de dejarnos, un grupo de doce bailarines volverán a ese ritual sagrado: ensayar en un escenario verdadero y bailar frente a un público real. El Buenos Aires Ballet, cuyo director es el primer bailarín del Colón Federico Fernández, iba a ser la primera compañía de danza que después de largos meses de encierro se lanzara a esta complicada aventura. Esa era la noticia que Ñ se había propuesto anunciar, pero en el momento del cierre de la revista, la función en Buenos Aires y las tres programadas en Morón, Mar del Plata y Lomas de Zamora debieron posponerse a causa del empeoramiento de la situación sanitaria.
–¿Por qué tomaron la decisión de posponer las cuatro funciones?
–Es una reprogramación. En breve, estarán las fechas que estamos definiendo y que serán entre marzo y abril. La decisión la tomamos en conjunto con los diferentes teatros y productores involucrados, evaluando el crecimiento de los contagios. Preservar a cada bailarín y bailarina era el objetivo principal, así como al público presente en la sala, que sale de su casa a vernos.
El BAB fue creado en 2014 como una propuesta de Federico Fernández hacia distintos compañeros, principalmente del Ballet del Colón y del Ballet del Teatro Argentino de La Plata, para bailar más, para poder estar más en el escenario, aquello que las escasas funciones en los teatros oficiales no les permiten.
–Federico, a mediados de noviembre el BAB hizo una presentación a mitad de camino de esta; la función fue filmada en un escenario pero transmitida por streaming. ¿Es el mismo programa el que van a ofrecer, ahora, en marzo o abril?
–Para nada. En las obras que elegimos para la función de noviembre no había ningún contacto entre los bailarines. Ahora lo hay aunque mínimo.
–¿Cuál es ese contacto mínimo?
–Camila Bocca y yo bailamos “Don Quijote” y para eso armamos nuestra propia “burbuja”: primero hisopado y hasta el momento de la función lo más aislados posibles. El programa incluye varios pas de deux: de “La Sylphide”, de “Llamas de París” y un pas de deux de Bournonville, “El carnaval de Brujas”; también varias escenas grupales de “Don Quijote” y una coreografía actual de Jorge Amarante con Sofía Mendetiaga y Facundo Luqui. En ninguna de estas obras los bailarines se tocan.
–La mayor parte de los integrantes del BAB pertenece al Ballet del Colón. ¿Cómo mantuvieron su entrenamiento durante 2020?
–En nuestras casas. Algunos contamos, por suerte, con una fortaleza psíquica que nos permitió ser constantes. Para muchos otros, aunque no justamente en este grupo, fue difícil conectarse a través del zoom y seguir las clases diarias. Desde el Teatro Colón no se creó un plan de ejercicios especiales para este momento: eran las mismas clases que hubiéramos hecho en el Colón, y que retomamos presenciales en noviembre para grupos de diez bailarines. Si esta situación se prolonga, los maestros tendrán que aprender cómo dar clases virtuales.
–Para alguien que no conozca la rutina de una clase de ballet, ¿podrías explicar qué tipo de cosas faltaron?
–No se trata solo de que los pisos duros de nuestras casas no son como los del salón de clase. O que tenemos que tomarnos de una silla en lugar de una barra, sino de pensar ejercicios para fortalecer más nuestras piernas. En el living de cada uno no se pueden hacer grandes saltos o cierto tipo de piruetas; así partes de nuestro cuerpo se van atrofiando. Cuando volvamos a saltar o a girar, si hemos hecho ejercicios pensados en ese sentido, no nos resultará tan difícil. –¿Qué te imaginás para este 2021 en el Colón? –La directora general, María Victoria Alcaraz, dijo que no puede anunciarse una temporada sino una programación alternativa que se ajustará a medida que las circunstancias cambien. Es lógico y esta vez (se ríe) puedo comprenderlo. Pero sería bueno comenzar un diálogo entre artistas y autoridades: qué podemos hacer y que nos permitan proponer; es decir, que haya un vínculo fluido y que nos sirva a todos; quiero decir, a las autoridades también.
–Si pensamos en compañías oficiales de danza de Buenos Aires, como el Ballet del San Martín y el Ballet Folklórico Nacional, desarrollaron muchas actividades virtuales, incluidos estrenos de obras. ¿Qué ocurrió en el Colón? –Nada. Podríamos haber hecho muchas cosas en forma virtual; solo hubo emisiones de obras grabadas en años anteriores, a veces repetidas con el mismo reparto. No creo que falte imaginación, solo que se decidió hacer lo menos posible. Recién en agosto se armó algo por zoom, a partir de “La Traviata”; y en noviembre se filmó en el escenario una obra de Maximiliano Iglesias con diez bailarines. Pero no se sabe cuándo se darán. –En una entrevista de hace tiempo dijiste que te gustaría en el futuro ser director del Ballet del Colón, ¿Seguís pensándolo?
–Sigo pensándolo para algún momento de mi vida. El Colón tiene su propia identidad y ha sido un ejemplo para todo el continente y más allá. Cuántos de sus bailarines fueron o son figuras estelares en grandes compañías del mundo. Y no solo bailarines. Enrique Bordolini o José Fiorruccio, artistas también y en distintos momentos jefes de Escenotecnia y Luminotecnia del Teatro, son contratados desde hace mucho tiempo por grandes salas de ópera del mundo. El Teatro Colón es como una fábrica artística y humana y ese valor debería ser más cuidado. En los últi