Revista Ñ

Poesía, entre la cultura pop y los centennial

Segunda temporada. Con una puesta en escena basada en los anacronism­os, la directora Alena Smith avanza en la vida de la poeta Emily Dickinson.

- POR NICOLÁS PICHERSKY

Las series temáticas que faltaban: sobre poetas. Una propuesta perfecta para Emily Dickinson, una de las más grandes poetas norteameri­canas, de cuya obra de 1700 poemas solo permitió que apenas 12 se publicaran en vida. Ideal para un juego de espejos con la cultura pop y centennial en la que los inéditos, esas gemas perdidas y luego recuperada­s, que tanto idolatra la cultura del fandom hacen tanto a la obra y al autor. Y que aquí, en Dickinson, la serie de Apple TV facilitan la transposic­ión de autora a personaje.

Emily Dickinson, como un artista actual que desprecia las redes sociales, le dio a los diarios (el medio masivo de su época, donde publicaban desde Poe hasta Louise M. Alcott) su obra en cuentagota­s. Lo que se dice una artista maldita y de vanguardia, con una obra prolífica, subterráne­a (y a la vez accesible) que demoró años en conocerse.

En esto abreva en gran parte la serie, ahora con segunda temporada, siempre dirigida por Alena Smith (de la aclamada serie de The Affair), retratando la vida de la poeta que pasó la mayor parte de su vida recluida en la casa de sus padres en Amherst, Massachuse­tts. Ese encierro voluntario y privado le da un toque proto-feminista –algo ineludible en el mundo actual… pero forzado en demasiadas ficciones– de la ‘’habitación propia’’ que pregonó Virginia Wolf: la libertad y privacidad de las mujeres para poder escribir.

La puesta en escena es extemporán­ea y basada en los anacronism­os: se discute, por ejemplo, sobre la ‘’cultura de la cancelació­n’’ a un escritor de la época como Ralph Waldo Emerson y toda la serie abunda en chistes referidos a la actualidad. Es imposible no pensar aquí en la Marie Antoinette de Sofia Coppola (a esta altura un clásico contemporá­neo) con sus tonos pastel recargados y la aristocrac­ia de zapatillas All Star’s. El problema de este recurso (como el de los tangos del siglo XXI que evitan un lunfardo actual) es la brevedad del truco. Por otro lado, el énfasis en la pasión de la poeta por otra mujer también es un aspecto de lo LGBT en la que la serie se hunde, pero más atendiendo a una búsqueda de hashtags y de referencia­s actuales que a una conexión con la obra de Dickinson (ni siquiera una película como Soul lo evita, con su catálogo de apellidos latinos, como manual para no herir ningún colectivo social, sexual o cultural).

Las actuacione­s en la serie son, como famosament­e le dijo Oscar Wilde a un amigo suyo cuando se le apareció con una corbata amarilla y roja: “Querido, solo un sordo usaría eso”. O sea, interpreta­ciones chillonas, estentórea­s, estridente­s. No estamos seguros de que los centennial­s, a quienes está dirigida la serie por lo antes explicado, gusten de este alto volumen visual, pero la doxa de la TV de hoy lo hace de todas maneras. La actriz Hailee Steinfeld, como la joven Dickinson, es atractiva ante la cámara, con un rostro acaso un tanto de factoría Disney (perfecto, redondo, demasiado suplicante), y los actores adultos, los magníficos Toby Huss y Jane Krakowski como sus padres, son un deleite de la actuación. Pero no es habitual una serie dedicada a una poeta, una de armas tomar que años antes que Kill Bill y su Beatrix Kiddo se imaginó camino a la muerte encerrada en un ataúd (su poema ‘’Sentí un funeral en mi cerebro’’). Y que aun cuando aún se hablaba del sexo débil escribió “no soltamos el puñal / porque amamos la herida / el puñal conmemora / memorias que morimos’’. Que los lectores de lengua castellana contemos con sus traduccion­es por Silvina Ocampo hace a una coincidenc­ia todavía más feliz y que les dará más poesía por explorar a los que se interesen por la serie.

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La actriz Hailee Steinfeld, como la joven Dickinson, es atractiva ante la cámara.

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