Cinco aproximaciones al tema del encierro
En esta meditación sobre la era del Covid, parte de su charla en la Noche de las Ideas, el ensayista pondera los efectos del imperativo sanitario.
1. El tiempo
Postular la suspensión del tiempo en días de pandemia es un abuso: el tiempo fluye, “pasan los días y pasan las semanas”, como escribió el poeta. Pero si la suspensión del tiempo es improbable, su ritmo sin duda ha cambiado: todo es más lento. Lo es porque no llega el final deseado, un final tan improbable como nuestro deseo si este toma la forma de un regreso a “la normalidad”. Todavía aflora, a veces, la ilusión de que esta experiencia se parece a una “interrupción transitoria de la realidad”, como si hubiéramos entrado al cine y al salir pudiéramos encontrar allí todo lo anterior intacto. El tiempo es más lento, también, porque ocurren menos cosas cada día: a pesar de los zooms, de los contactos digitales, de las tareas domésticas y de las tareas profesionales realizadas desde la domesticidad, a pesar de nuestros intentos, a veces exitosos, de dar cierta continuidad a nuestras vidas, nuestra idea del tiempo se mide en hechos, y los hechos se ubican en paisajes, en escenas, en desplazamientos, en interacciones, en ruidos y olores. Y todo ello ha menguado. En algunos sitios, de Buenos Aires a Medellín, de Zaragoza a París, nunca habíamos pasado tanto tiempo en el mismo entorno, ni habíamos utilizado tan escasamente el transporte público o privado, o habíamos dejado de oír los murmullos de las hablas ajenas; nunca nos habíamos privado por tanto tiempo de la diversidad de los paisajes urbanos, con sus barrios infrecuentes. El tiempo es más lento, finalmente, porque a pesar de todo lo que hacemos, que en general es mucho, durante la cuarentena ocurre una sola y misma cosa: la espera como experiencia central, espera como la del enfermo, aquel al que llamamos paciente, que espera su cura Aunque consuma información por internet, la única conversación que le importa es la de los médicos y la única noticia que le interesa es la de su sanación.
2. Lo común
Aun si el tiempo es una experiencia individual, lo que más afecta su duración es, hoy, la supresión de lo común: no es nuestra vida íntima, una vida, si se quiere, amplificada, convertida casi en una sucesión de redundancias, la que se ha detenido, sino nuestra dimensión pública. (¿Pero existe lo íntimo cuando no existe lo público?) No se trata solo de trabajar, sino de trabajar cerca de otros; ni de ver películas sino de ir al cine; no de tomar un café, o de comer sino de hacerlo en sitios compartidos, donde existan los extraños. Porque es justamente lo común lo que se ha interrumpido, y por cuyo regreso aguardamos con la paciencia -o la impaciencia- del enfermo. La espera, la cura, la sanación como metáfora: lo que nos devolverá al estado al que querríamos llegar después de esto. El espacio público es por definición el lugar de la contaminación y el contagio: de las ideas, las formas culturales y la hibridación de las lenguas. Se adopta lo que se aprecia pero uno se contagia de lo que amenaza. ¿Cómo se podrá reponer un lugar común en el que el contagio pueda ser no solo no temido sino también deseado, en el que el otro sea deseo y no solo de amenaza?
3. Moverse
Un rasgo que distingue a la modernidad es el desplazamiento. A diferencia de las sociedades tradicionales, la ambición que guía a los modernos es el movimiento. Moverse: del terruño familiar y el oficio paterno, de las creencias de la infancia y de los mayores, ascender (aunque cada vez más frecuentemente sea descender) socialmente. Movimiento del cuerpo, las ideas y creencias, de las identidades sexuales, políticas, culturales… Irse es a la vez dejar y buscar, abandonar y encontrar. La modernidad se diseñó para hacer esa experiencia posible: del tren al barco de vapor, al auto, al avión; de la escuela primaria al posdoctorado; del balneario burgués al turismo exótico. Sea para descubrir y compartir o bien para depredar y destruir, la palabra de orden fue, durante dos siglos, moverse. Traducción hiperbólica de ese impulso, los viajes en avión: de 310 millones de pasajeros transportados en 1970 se pasó a 4200 millones en 2018 (mientras la población creció poco más del doble, los pasajeros transportados lo hicieron 13,5 veces). Pero en 2020 todos nos quedamos en casa. Por primera vez, nuestra principal experiencia compartida es la inmovilidad. No solo dejamos de viajar grandes distancias, sino incluso -sobre todo- de realizar pequeños desplazamientos cotidianos al trabajo o a la escuela, los breves paseos, los esporádicos de largas travesías. Perdimos la diversidad de olores, colores y sonidos de los traslados: nuestros sentidos se habituaron a la escasez de estímulos. Descubrimos el sentimiento de la concentración.
4. Distancia
Globalización: un concepto. Algo abstracto. Información, no experiencia. Para la gran mayoría, significaba saber: que el teléfono que utilizábamos en Buenos Aires había sido diseñado en California y ensamblado en China; y la camisa imaginada en Italia fue fabricada por niños pakistaníes. Que, eventualmente, el precio de los billetes aéreos bajaba, y podíamos pasar vacaciones exóticas -de un exotismo domado. Utilizábamos ese teléfono y viajábamos en avión, y sabíamos que eso era resultado de la globalización. Pero un almuerzo en Wuhan provocó que miles de millones de personas en todo el mundo debieran encerrarse. La globalización dejó de indicar procesos que producían determinados resultados y se convirtió en un modo de designar un mundo devenido en punto: todos, al mismo tiempo, en todos lados, sometidos a la misma tormenta e iguales conductas, bajo un mismo miedo, tomando las mismas decisiones. Nuestra experiencia del espacio cambió radicalmente: estamos tan juntos que el único modo de mantenernos separados es mediante los muros de nuestras viviendas.
5. Morir
Donde la racionalidad técnica mostraba su rostro más feliz era en lo que llaman “el cuidado de la salud”, ese conjunto de dispositivos que, de la alimentación al estilo de vida, de la farmacología a los recursos diagnósticos, garantizaba, para quienes tuvieran la fortuna de acceder a ellos, no solo la prolongación de la vida biológica sino también su calidad. La ilusión técnica del autocontrol y la limitación del riesgo: si uno se alimenta adecuadamente, hace el ejercicio necesario, recurre a los controles clínicos y se medica consecuentemente la muerte estará siempre más allá, casi al día siguiente de haber deseado que llegue. Ahí estaban las poblaciones de las sociedades prósperas decidiendo cómo morirse, porque la muerte ya no parecía estar al acecho, sino en retirada. El éxito de nuestra civilización mide en la cantidad de tiempo que se la hace retroceder, los años en los que es posible mantenerla a raya. Pero la muerte reapareció por sorpresa caminando junto a la vida, haciéndose con ella mutuamente zancadillas a ver quién resiste de pie. No la muerte prematura individual, la que se atribuye a los genes o la mala suerte. La muerte arbitraria, indiferente a nuestras creencias respecto de ella y a nuestras acciones para domeñarla, eligiendo a unos sí y a otros no, generalmente viejos, a aquellos que se sentían triunfadores.
La velocidad del tiempo, la existencia en común, la movilidad, el tamaño del mundo, la irrupción repentina de la muerte… La lista, por cierto, no se agota en estas cinco aproximaciones. En estos meses nos hemos preguntado -poco- si debíamos entregar nuestros datos a los Estados para ser controlados por ellos; hemos liberado -si aun la teníamos- nuestra resistencia a la ubicuidad de las pantallas; vimos la destrucción de empleos, empresas y comercios, de relaciones, de proyectos vitales; fuimos testigos una vez más del modo en que los daños de las malas épocas se distribuyen tan inequitativamente como los beneficios de las buenas. Veremos la reterritorialización de muchas prácticas y formas de poder, y la deslocalización aun más radical de muchas otras: en los próximos años. la divergencia entre lo local y lo global se abismará. Pero lo local será el lugar de la pobreza, no solo financiera y material -¡también de esta, claro!sino simbólica y social, en tanto lo global será el sitio de la indiferencia respecto del destino común. Los rigores del encierro fueron menores en unos sitios que en otros, su duración también, las dificultades sociales, económicas, políticas, laborales que derivarán de lo que está ocurriendo tampoco serán igualmente distribuidas, Introduciendo declinaciones particulares para distintas regiones, países y ciudades-, grupos humanos -viejos y jóvenes, ricos y pobres, hombres y mujeres.Como escribió el poeta: “Cae la noche, suena la hora”.
A-cercar la palabra, conferencia.
Sábado 30 de enero a las 20.15.
Todas las actividades en la dirección: https//lanochedelasideas.ifargentine.com.ar