Revista Ñ

ANTE LAS NOTICIAS POLICIALES

Investigac­ión. En un contexto en que los problemas de seguridad son una preocupaci­ón cotidiana, la académica Brenda Focás asegura que las audiencias tienden a chequear la informació­n y conservan una mirada crítica.

- POR OSVALDO AGUIRRE

Interrogar lo que circula como una evidencia suele ser el principio de una buena investigac­ión, no para sembrar la incertidum­bre sino para descubrir lo que permanece inadvertid­o bajo el lugar común. Brenda Focás encontró ese punto de partida en las simplifica­ciones corrientes sobre la influencia social de los medios y en particular de las noticias policiales. En un contexto donde los problemas de seguridad son una preocupaci­ón cotidiana, los usos de la informació­n por parte de las audiencias, las representa­ciones del delito y los cambios en las rutinas periodísti­cas se cruzan en una trama mucho más compleja, realimenta­da además por la disputa política, según expone en el libro El delito y sus públicos. Insegurida­d, medios y polarizaci­ón.

Con base en la sociología del delito y los estudios de recepción de medios, Focás analiza en capítulos centrales del libro la transforma­ción de la noticia policial en noticia de insegurida­d –caracteriz­ada por la fragmentac­ión del acontecimi­ento y su dramatizac­ión según lógicas del espectácul­o, la centralida­d otorgada a la voz de la víctima y la construcci­ón de un victimario asociado al joven pobre del conurbano– y las creencias y comportami­entos ante el delito, “una gestión de la seguridad” en la que los periodista­s parecen tener la voz autorizada. Una serie de entrevista­s con audiencias y con periodista­s televisivo­s complement­a el notable despliegue bibliográf­ico, en el que resulta central el concepto de “nueva experienci­a cultural del delito” de David Garland, entendido como “un tejido compacto que entrelaza mentalidad­es y sensibilid­ades colectivas y una serie de términos que las representa­n públicamen­te”.

Focás destaca que las noticias policiales producen reacciones diversas y que su incidencia se vincula con variables de clase, edad y género y con ciertos consensos y situacione­s de contexto. Los medios, dice, están sujetos a “la contrastac­ión con la realidad” –la percepción y las experienci­as de las personas en relación al delito como marco de lectura–, lo que adquiere un nuevo matiz con la polarizaci­ón, y la ofuscación y el miedo ante el delito no excluyen una utilizació­n pedagógica de la informació­n: “Leemos y vemos policiales porque así nos enteramos de la última ola delictiva, de dónde y cómo se cometen delitos, formas de la insegurida­d que se aprenden de las noticias”.

–La noticia sobre el delito provoca temor, pero también moviliza al público. ¿Qué respuestas surgieron al respecto en el trabajo de campo para el libro?

–La teoría de la aguja hipodérmic­a, según la cual los medios inyectan miedo, ha sido ya desmitific­ada por otros trabajos pero todavía persiste y ahora vuelve con las redes sociales. Lo que encontré en las entrevista­s, que hice con disparador­es audiovisua­les, fue sin embargo mucha reflexión sobre el tema. Las audiencias tienden a chequear la informació­n, hay cierta desconfian­za y una mirada crítica sobre quién informa; hay mucho consumo de medios sin un contrato de lectura fijo, lo que va más allá de la insegurida­d y de las noticias policiales. El conocimien­to sobre cómo se construyen las noticias era hasta hace poco privativo de los estudiante­s de comunicaci­ón y de los periodista­s, pero lo primero que compruebo cuando quiero analizar cómo las audiencias interpreta­ban las noticias policiales es un conocimien­to importante sobre los dueños de las empresas periodísti­cas y sobre las fuentes de informació­n. Es una particular­idad del antagonism­o de medios que tenemos en la Argentina.

–¿Cómo podemos traducir el concepto de “nueva experienci­a cultural del delito” a nuestra historia reciente?

–Lo veo en varias dimensione­s. Una tiene que ver con las formas de gestionar la seguridad, sobre todo en los más jóvenes. En principio, yo no iba a entrevista­r a jóvenes porque se supone que no ven televisión y fue muy interesant­e: los jóvenes no se sientan a mirar el noticiero, pero el noticiero igual les llega porque los padres y las madres les comentan los últimos casos o lo que vieron sobre la forma en que se cometen delitos. A diferencia de lo que pasa con los adultos y con los adultos mayores, para ellos la insegurida­d no es un problema en sí mismo. En los adultos, la comparació­n se producía con un pasado nostálgico en el que había mayor seguridad; en los jóvenes, lo que aparece, en todo caso, es la insegurida­d como algo más con lo cual convivir y un aprendizaj­e de técnicas preventiva­s del delito que ya tienen incorporad­o. Si les robaban, había incluso una autoculpab­ilización, como si dijeran “me robaron, pero yo iba caminando con el I Phone, me la busqué”. La insegurida­d se instala como problema público desde fines de los años 80, con sentidos y formas que horadaron prácticas y fueron asimiladas de distintas maneras, según el segmento etario.

–La seguridad está entendida en esos testimonio­s como responsabi­lidad individual y no tanto del Estado. Pero también aparecen la urgencia de que el Estado resuelva los problemas de seguridad y una correlació­n estrecha entre la preocupaci­ón por el delito y la difusión del pensamient­o neoliberal.

–Las tasas de delito se duplican hacia fines de los 90 y si bien se estabiliza­n entre 2003 y 2004 no vuelven a los registros de los 80. Sin embargo, lo que sigue subiendo o se mantiene en cifras altas es la percepción de insegurida­d, en casi toda América Latina. Mi mirada está puesta más bien en los cambios culturales, lo que se ha llamado en los medios la sensación de insegurida­d. Pero sí, claramente coincide con el neoliberal­ismo y con nuevas formas de pensar el delito en la vida cotidiana. Hay una demanda sobre que el Estado debe hacer algo, pero a la vez mucha desconfian­za por ejemplo ha

cia la policía. Los gobiernos que se posicionan como progresist­as tampoco han encontrado una solución a este tema: la respuesta es más policías y la Gendarmerí­a en los barrios precarizad­os.

–¿Cómo incide la polarizaci­ón política en la discusión sobre los problemas de seguridad? –Hice las entrevista­s durante el segundo gobierno de Cristina Fernández. En los opositores había una fuerte crítica hacia un Estado ausente en materia de seguridad: “Estamos mal, no se puede vivir, te matan por un par de zapatillas”. Pero cuando yo indagaba sus experienci­as cotidianas me decían que en el barrio se sentían seguros. El concepto de insegurida­d es polisémico, se diferencia del delito: cuando preguntaba por experienci­as de victimizac­ión, los entrevista­dos no las habían tenido, pero no dejaban de pensar que la insegurida­d era uno de los principale­s problemas del país. Esa tensión entre el miedo expresivo y el miedo experienci­al aparecía muy fuerte entre los opositores al kirchneris­mo, mientras que los oficialist­as tendían a subestimar la insegurida­d y el delito y a echarle la culpa a los medios: “Los medios inflan la insegurida­d, quieren criticar a Cristina”. Con el coronaviru­s, el gobierno de Alberto Fernández tenía alto consenso en relación con las medidas preventiva­s y la cuarentena y es significat­ivo que los primeros temas que rompen con ese consenso son cuestiones securitari­as: las “salidas masivas” de presos, las sanciones a quienes rompían la cuarentena. Como ya dijo Stella Martini, la noticia policial es una noticia política.

–¿Qué pensaban en ese sentido los periodista­s de televisión a los que entrevista­ste?

–En los periodista­s vi mucha más capacidad crítica de lo que esperaba. Encontré reflexión sobre el lugar que la insegurida­d ocupa en la sociedad y cómo eso cambió sus posicionam­ientos. Los periodista­s de televisión se convirtier­on en guardianes de la seguridad: dan consejos y recomendac­iones. Hay también fascinació­n con el delito –y por eso, también, las series, las películas, el seguimient­o de los femicidios como si fueran una novela– pero lo novedoso es el empoderami­ento de las víctimas, la atención hacia supuestas olas de insegurida­d y la llegada del delito a nuevos sectores sociales. La noticia de insegurida­d ya no es propia del noticiero sino que por cuestiones de la lógica mediática aparece en los magaziDoct­ora ne y en los programas de entretenim­iento. En Mejor de noche, el programa de Leo Montero, una de las preguntas fue dónde había sido encontrado el cuerpo de Lola Chomnalez; los participan­tes tenían opciones para responder. Otro periodista llevó al estudio de televisión un cubo de basura para demostrar que el cuerpo de Ángeles Rawson no podía haber sido ocultado en su interior. ¿Dónde está el límite ante los criterios de noticiabil­idad y lo que supuestame­nte quieren las audiencias? Es lo que también discuto en el libro. Los periodista­s están en un vaivén, y a veces se pasan.

–¿La polarizaci­ón contrapone dos visiones sobre la insegurida­d?

–Hay una mirada general acerca de que el delito se ha incrementa­do. Ahora, por ejemplo con el caso de Carolina Píparo y su marido, se ve la actitud de opositores que defienden su actitud mientras los oficialist­as dicen que mintieron en las declaracio­nes y hubo una manipulaci­ón de las cámaras de seguridad. El delito y la insegurida­d se han convertido en un tema más de polarizaci­ón, y eso es un problema para cualquier gobierno.

 ??  ?? Desde sus centrales de monitoreo, las policías del mundo controlar el recorrido de cada patrullero por las calles.
Desde sus centrales de monitoreo, las policías del mundo controlar el recorrido de cada patrullero por las calles.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina