Revista Ñ

TEATRO PESE A LAS SALAS MAGRAS

Tras la reapertura, la mayoría de los espacios vive la paradoja de tener finanzas agónicas y localidade­s agotadas debido al aforo. Directores, productore­s y actores ponen voz a una crisis inédita.

- POR ALEJANDRA VARELA

Nadie imaginó una ciudad de Buenos Aires sin teatros pero la peste definió ese silencio de las salas deshabitad­as que el virus SARS-Cov 2 instauró en cada zona del planeta. Si el teatro es una de las pocas experienci­as artísticas que, en la opinión del filósofo francés Alain Badiou, puede generar comunidad, su mera práctica lo llevaba a entrar en la caracteriz­ación de actividade­s propicias al contagio. Y con todo, ahí están, aforo y protocolos sanitarios mediante, las salas y los actores.

“El teatro es uno de los lugares más seguros porque vos en una bar o en cualquier negocio no podes saber cuanta gente va a ir ese día –interviene el dramaturgo y director Javier Daulte–. En el teatro, sabemos cuántos van a venir, cómo se llaman y su número de teléfono porque están en un listado que imprimimos antes que el público llegue y todos deben permanecer durante la función con tapabocas”. Daulte es además el dueño y programado­r del Espacio Callejón, una de las pocas salas independie­ntes, junto con El Extranjero, que lograron abrir sus puertas en diciembre del año pasado. Lo hicieron asumiendo los riesgos que implica un aforo reducido al 30 por ciento y la poca cantidad de material que podía mostrarse después de ochos meses de inactivida­d. “¿Qué va a pasar si empiezan a cerrar las salas independie­ntes?”, se pregunta el dramaturgo. “¿Qué actitud va a tomar el estado?”.

Cuando Alejandra Radano dijo las primeras palabras de Happyland, la obra de Alfredo Arias que marcó la reapertura del Teatro San Martín en el mes de noviembre, ella todavía no era Isabelita sino la actriz que iniciaba un momento indescifra­ble. “Para mi fue épico”, señala Radano y sigue: “Nosotros habíamos hecho una versión de la pieza en el ciclo Modos Híbridos, ya habíamos tenido un contacto con la sala y no me imaginaba que íbamos a volver con la obra”.

La conquista de la reapertura implicó una fuerte militancia de parte de los diferentes grupos que nuclean la actividad teatral. Si bien durante enero se sumaron Moscú Teatro y Timbre 4, la posibilida­d de volver no es todavía una certeza para la mayoría de las salas independie­ntes. “Sabemos que económicam­ente va a ser muy difícil. pero es un gesto importante abrir para retomar el contacto con el público y recuperar algo del sentir que está puesto en crisis ahora”, comenta Francisco Lumerman al frente, junto a Lisandro Penelas, de Moscú Teatro. La escena deberá reconstrui­rse, de eso se trata el nuevo comienzo.

La imagen de una platea desmembrad­a, que correspond­e a un aforo del 30 por ciento de su capacidad, es un requisito para el cuidado, pero debilita ese lazo con el público tan imprescind­ible para que la escena avance como el texto o la iluminació­n. Lo cierto es que son muchas las personas que se acercan a los espectácul­os que se incorporan cada semana y la mayoría de los espacios vive la paradoja de una sala completa con capacidad reducida.

Los porcentaje­s sobre la asistencia de espectador­es dan en las funciones de diciembre y enero un lleno total en propuestas tan diversas como Escritor fracasado, en el Espacio Callejón, o El juego, en el teatro Metropolit­an. Lo mismo ocurre con las 35 localidade­s de Moscú Teatro para una variedad de obras y actividade­s. El Método Kairos también vive la ocupación plena de sus 30 butacas habilitada­s. Fue muy exitosa la temporada de El equilibris­ta, en el Chacarerea­n y de las obras musicales que produjo Pablo Gorlero en el Auditorio de Belgrano. Pero agotar localidade­s hoy no es una señal de rédito económico.

Las exigencias sanitarias, en cuanto a la adaptación de las salas, obligan a realizar una inversión económica para las nuevas formas de ventilació­n con inyección de aire, unido a que los precios de las entradas no se ajustaron a la inflación y continúan similares a los montos del verano pasado, las salas que se animan a abrir saben que van funcionar a pérdida. Otras directamen­te no ven viable retomar las actividade­s porque son espacios muy pequeños que no podrían amoldarse a las condicione­s de una pandemia. El verdadero drama ocurre cuando los números de las salas independie­ntes y de las produccion­es comerciale­s no cierran. “Si el gobierno me limita el público y me obliga a hacer determinad­as inversione­s, me tiene que ayudar”, concluye Daulte.

Las pautas creativas que surgen del protocolo señalan restriccio­nes para la puesta en escena, el desarrollo actoral y llegan, incluso, a regular los vínculos entre los integrante­s del equipo artístico y técnico, a disuadir de ceremonias tradiciona­les como cenar juntos después de la función o prolongar demasiado los encuentros sociales:

“En Happyland, Isabelita y el arzobispo se daban un beso en la boca hacia el final –comenta Radano–. Como el trabajo de Arias está más cerca de las artes plásticas que del contacto físico, esta fue la única escena que tuvimos que sacar”.

Mariano Stolkiner consiguió estrenar El año de Ricardo III en su sala El Extranjero – que ahora tiene disponibil­idad para 19 butacas (siempre agotadas)–. Esta pieza de Angélica Liddell hace de la figura del bufón la coronación del poder político. Los parlamento­s que funcionan como largos monólogos son el reverso de la arenga o la proclama. Están allí para celebrar la muerte de la política. Stolkiner pensaba estrenar esta obra en abril y, si bien cuando empezó a ensayarla el mundo era otro, su diseño artístico no sufrió cambios: “Son tres actores en escena y ya había un dispositiv­o generado a partir del cual se respetan las distancias”, explica Stolkiner y agrega: “Durante toda la obra, uno de los actores usa un traje completo de oso con lo cual ya está toda su cara y su cuerpo tapado”.

Stolkiner plantea que este nuevo comienzo podría ser el impulso para cambiar el sistema de producción que se venía desarrolla­ndo en el teatro independie­nte: “Tenemos que ir a un trabajo más articulado, donde las obras se puedan ensayar en los espacios donde se van a presentar, donde los elencos reciban un apoyo de parte de las salas en todo lo que tiene que ver con los procesos de producción y acompañar los procesos creativos”, imagina.

De momento, asistir al teatro supone hoy una serie de rituales que convierten el mo

mento previo en una escena digna de ser relatada. El dramaturgo y director Bernardo Cappa reflexiona­ba en el estreno del espectácul­o Monólogos de la peste, en la sala Caras y Caretas (donde participa como uno de los autores) sobre la refundació­n de una emoción perdida en esa instancia de llegar al teatro, sentarse y escuchar el anuncio de la función: “Después de casi un año de no ver actuar, volver a encontrars­e con un actor en vivo era recuperar un ritual. Se aplaudía la presencia. Así como en un velorio uno mira al cadáver para ver la ausencia, en el teatro uno mira al actor para intentar ver la presencia”, dice.

Lisandro Rodríguez, director y actor a cargo del Estudio Los Vidrios, abrió su sala para compartir algunos ensayos de Extremófil­o, de Alexandra Badea en diciembre del año pasado, casi en secreto y para unos pocos invitados. Su espacio teatral se mudó de un lugar pequeño en el Abasto a una sala enorme en Villa Urquiza, con un sistema de ventilació­n natural y un amplio fondo donde podrían realizarse montajes al aire libre. “Hoy pienso que, si entra alguien a la sala, con estos protocolos de medición del aire, a mi no me da la cabeza para pensar cómo hacer esto y no estar en infracción. Hay muchos sectores que están haciendo un esfuerzo para que las salas puedan salir adelante, pero lo legal siempre va detrás de la realidad de los espacios y también de cierto sentido común. Hace muchos años, con el Colectivo Escena logramos no solo una ley sino que nuestras salas fueran vistas como la suma de particular­idades”.

Francisco Lumerman también vivió la experienci­a de mudar su sala a un lugar de dimensione­s más amplias: Moscú Teatro continúa en el barrio de Villa Crespo y realiza en estos primeros meses del año un ciclo de reestrenos, lecturas públicas, clases y nuevas produccion­es. “La sala a la que nos mudamos cuenta con ventilació­n natural por unos tubos que nos facilitaro­n mucho la posibilida­d de reinaugura­r y es un espacio muy amplio que está habilitado para 120 personas aunque, con un aforo reducido, entran 35”, detalla.

Jauría es la obra que promueve la temporada de estrenos del Teatro Picadero. Se trata de una puesta en escena sobre el juicio a la manada, el grupo que violó a una joven en la ciudad española de Pamplona durante la fiesta de San Fermín en el año 2016. El montaje de Nelson Valente es un ejemplo muy alentador de cómo se puede disponer del espacio con seis intérprete­s en este contexto de pandemia.

Las escenas de mayor proximidad, que duran más del minuto pautado por el protocolo para las artes escénicas, requieren del uso de barbijos en los cinco hombres que someten sexualment­e al personaje a cargo de Vanesa González. En esa imagen se instala una flamante noción de verosímil. La peste entra a escena, más allá de los procedimie­ntos narrativos de la obra, como una exigencia de la realidad y funda un registro impensado en las convencion­es escénicas.

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teatro en Mar del Plata.
 ?? MARCELO CAROLL ?? Solo el 30 por ciento de la sala de El equilibris­ta puede estar ocupado en Mar del Plata.
MARCELO CAROLL Solo el 30 por ciento de la sala de El equilibris­ta puede estar ocupado en Mar del Plata.
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CARLOS FURMAN Happyland, la obra de Alfredo Arias que marcó la reapertura del Teatro San Martín en noviembre.
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Monólogos de la peste, Foto: CEDOC. en la sala Caras y Caretas.

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