Un mercadeo de las almas
La primera novela de Ingrid Sarchman aborda a una mujer que busca caminos para superar una crisis.
En una época en la que el amor se confunde con el amor propio, Respiración ovárica o el fin de los intentos, primera novela de Ingrid Sarchman, es un planteo fuerte contra los programas de producción de la femineidad, a la vez que indaga en la topografía de ese subsuelo corporal ante el cual la voluntad no siempre tiene poder y las retóricas sociales tienen poco que decir. De lo que se trata, para la protagonista, es de entender si está bajo la dependencia de un amor terminado pero adictivo –que no estaría bien sentir–, o si esa relación trunca corresponde a lo que falta para tapar orfandades, dentro de las cuales tener más de 40, no tener pareja pesí dos hijos y ser infeliz son estados colaterales al hecho de ser mujer.
En un escenario sin género –una relación rota– tenemos a una mujer que intenta pero no consigue y que busca aire para salir del medio líquido que la ahoga: las lágrimas, el agua, la bebida, la sangre. Primer intento: la iglesia evangélica. Segundo: la astróloga. Tercero: el psicólogo constelador. Cuarto: la tarotista. Quinto: un hombre. Sexto y último intento: el curso de respiración ovárica, todos ellos jalonados por intentos introspectivos de diario íntimo. Si el curso de respiración ovárica es el que da título al libro, no es por azar: sacar la cabeza del pantano anímico que la asfixia a la protagonista a un laberinto de confusiones.
El clima se va tejiendo agudo y aplastante. Su último intento es respirar en un espacio donde la atmósfera oprime pero donde se da algo de intoxicación voluntaria; un curso que insta a tocarse, a explorarse, a “hacerse el amor”, un espacio tan cerrado como ese local donde se compra la copa menstrual, que “se pensó para que las mujeres podamos sentirnos cómodas entre nosotras, sin la mirada machista puesta todo el tiempo en nosotras. Un lugar reservado para que nadie nos agreda ni nos diga qué tenemos que hacer ni qué tenemos que comprar, prohibido para hombres. ¿No vio el cartel de la puerta?”.
La paradoja que Sarchman levanta muy bien del aire de los tiempos es que, en este vía crucis de la autoayuda narrado con humor e ironía, la protagonista se da de frente con una serie de verbos en imperativo: “nosotras, las mujeres, tenemos que…”; “abran la boca, griten, griten por todos los agujeros”; “debemos luchar, tomar toda esa energía que tenemos dentro de nosotras y transformarla en fuerza”. Recolecta los dictum que, en nombre de una pretendida liberación, reafirman todos los lugares comunes que se arrogan a lo femenino, porque “somos un canal de luz por el que damos vida” y porque “los monstruos son ellos, tero nemos que resistir su embate y ante la violencia masculina formar un cordón de amor y sororidad”. En el curso se escucha: “cierren los ojos y agárrense las lolas, siéntanlas”. Pero, ¿qué pensaríamos si un montón de hombres se reunieran para hacer “respiración peneana”? ¿Qué ocurriría si esos hombres fueran instados a tocarse, explorarse juntos, si se les dijera visualicemos el pene, ahora?
No es solo que Respiración ovárica pase revista a prácticas que son un mercadeo de las almas y deje en evidencia el paso en falso según el cual quererse es un paso que consiste en pagar para que nos digan que debemos querernos; también cuestiona las condiciones del tipo de apertura al mundo que puede haber cuando se parte del autocentramiento o de refutar que, ante el propio deseo, es el mundo el que puede decir “no es no”. Respiración ovárica demuestra que, más poderoso que el discurso de la autoconmiseración, más potente que el tono grave, es la interrogación inteligente sobre cualquier discurso programático. Respiración ovárica –el libro, no el curso- es en ese sentido el intento que da en el blanco de la época o, mejor, en su punto ciego.