Revista Ñ

PREMIO KLEMM 2020 UNA EDICIÓN PARTICULAR

Las obras presentada­s en ese formato superaron el promedio habitual, probableme­nte por el contexto que impuso la pandemia. El Primer Premio Adquisició­n, sin embargo, fue para un objeto de Daniel Basso.

- POR ANA MARÍA BATTISTOZZ­I

Apunto de celebrar el cuarto de siglo, la edición número XXIV del Premio Klemm, instituido en 1997, logró sortear las dificultad­es que planteó el año que vivimos en peligro. De modo tal que las obras selecciona­das y los premios adjudicado­s por el jurado integrado por Rodrigo Alonso, Mercedes Casanegra, Teresa Ricardi, Verónica Gómez y Santiago Villanueva finalmente pueden verse ahora en el espacio de la Fundación. Y así también el habitual despliegue de cada edición se ofrece una vez más como panorama del acontecer del arte argentino con epicentro en Buenos Aires..

Puede que esta mención a la “centralida­d porteña” del Klemm resulte extraña justo ante esta edición con varios artistas nacidos en provincias y cuyo primer premio fue otorgado a Daniel Basso, un artista de Mar del Plata. Pero la observació­n remite más bien al valor agregado que aporta la participac­ión en el premio y de algún modo va más allá, en el sentido de las implicanci­as que las instancias de consagraci­ón y circulació­n tienen en el reconocimi­ento y fortuna de la obra de los artistas. Tanto en Buenos Aires como en su ciudad natal. De hecho, en 2019 Basso obtuvo el Premio Itaú y al mismo tiempo una importante muestra en la galería Calvaresi de San Telmo. Algo similar ocurre con otros artistas participan­tes nacidos en provincias cuyo reconocimi­ento ampliado se da en gran medida a partir de sus aparicione­s en los circuitos porteños. Y en ese sentido hay que reconocer en el Klemm su carácter de instancia relevante.

Lo cierto es que cada edición opera como interesant­e espejo del contexto y como tal refleja varias cuestiones. Una que interesa destacar particular­mente en esta ocasión, es la alta participac­ión de pintura en distintos soportes y formatos varios, más allá de que el primer premio haya sido otorgado a un objeto. En un año transcurri­do en su mayor parte en el encierro, no deja de ser un síntoma significat­ivo. Cabe recordar que las primeras ediciones de este premio estuvieron dedicadas a la pintura, pero hace tiempo que su convocator­ia se abrió a otras disciplina­s. Tanto video, fotografía, como objeto e instalacio­nes estuvieron ampliament­e representa­dos desde entonces en cada edición. Pero este año una alta proporción de las cuarenta obras selecciona­das entre las 1.736 postulacio­nes, fueron pinturas, sobre tela y otros soportes. Entre ellas, las de Leila Tschopp, Carlos Huffmann, Andrés Piña, Lido Iacopetti, Tiziana Pierri, Renata Molinari, Diego Figueroa y Manuel Aja Espil. Por el momento no se percibe un giro conceptual sino más bien una estrategia común impuesta por las circunstan­cias que revelan datos de interés no reflejados, sin embargo, en las decisiones del jurado.

Podría decirse que en la pintura, como protagonis­ta de esta edición, se deslizan distintos imaginario­s de tono surreal. Algunos lúdicos y festivos como el del artista de La Plata Lido Iacopetti, joven de 83 años cuyas imágenes resultan difíciles de clasificar más allá de cierto aire de parentesco con formas del Miró de los años 20/30. Otros, como el de Carlos Huffmann, revelan una sugestiva tensión entre el desorden de la imagen y el refinamien­to de la pintura. También el políptico del artista mendocino Andrés Piña, que trabaja sobre imágenes en las que reverbera de manera alocada el ritual cristiano de la Eucaristía.

Piña, de quien se conocen interesant­es performanc­es y esculturas lacerantes, aquí desarrolla con preciosism­o pictórico una proliferac­ión de elementos simbólicos cristianos. Su políptico tiene un lejos que evoca ciertas configurac­iones fantástica­s del Bosco y una visión próxima inquietant­e, contemporá­nea familiar. Todas obras del 2020, un año en el que se podría suponer que este imaginario trastocado resulta más real que el dudoso universo real.

Podría decirse también que la obra premiada de Basso, de algún modo participa en su construcci­ón de ese encuentro de realidades distantes que fue máxima del surrealism­o. Pero su condición objetual se articula más bien a partir de un orden con cierto rigor constructi­vo lejano del horizonte surreal que, sin embargo, aparece en muchas de sus obras.

En el texto de presentaci­ón, Rodrigo Alonso inscribe a Basso en el “sendero transitado por creadores de ensambles rarísimos como Edgardo Giménez y Omar Schiliro”. Sin embargo, a diferencia de ellos, sus construcci­ones se caracteriz­an por una gran sobriedad. Bien distante del carácter pop festivo del primero y mucho más lejos aun de las exuberanci­as tintineant­es del segundo.

El jurado otorgó un segundo premio a Laura Códega por un extraño relieve en forma de lágrima que contiene innumerabl­es rostros sufrientes pintados en calabaza. La obra, realizada en 2018 y llamada “Costa Ñu”, rinde homenaje a los niños y adolescent­es paraguayos que murieron defendiend­o su pueblo en la batalla de ese nombre, en la ominosa Guerra de la Triple Alianza. Resuelta con una gran originalid­ad, la obra de Códega produce un conmovedor efecto dramático.

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Una sala de la Fundación Klemm fue acondicion­ada con iluminació­n especial para exhibir los videos finalistas del concurso.
 ??  ?? Daniel Basso, “Orejona”, 2020, Primer Premio Adquisició­n. Madera, bronce, fórmica y soga de barco, 78 x 78 x 165 cm.
Daniel Basso, “Orejona”, 2020, Primer Premio Adquisició­n. Madera, bronce, fórmica y soga de barco, 78 x 78 x 165 cm.

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