Revista Ñ

SOBRE ASSANGE Y LA VIDA ELUSIVA

En La vida secreta el novelista escocés –tres veces finalista del Premio Booker y editor en el London Review of Books– retrata el derrotero de figuras como Julian Assange, el polémico fundador de WikiLeaks.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

La distancia y la disparidad entre una biografía oficial y una no autorizada, y la controvers­ia sobre quién es el autor de una vida si el protagonis­ta –suele suceder con celebridad­es de diversa índole– le encarga la redacción a otro, remiten a un fenómeno tan común como asombroso en el terreno puramente literario: no es extraño que un lector encuentre su vida maravillos­amente retratada en un puñado de novelas predilecta­s. De una versión más retorcida de esta clase de transaccio­nes clandestin­as se ocupa con curiosidad y astucia La vida secreta. Tres historias verdaderas, de Andrew O’Hagan.

El cronista, editor y novelista escocés se embarca en una semblanza de Julian Assange, el problemáti­co fundador de WikiLeaks, otra sobre el creador del bitcoin y una tercera acerca de una figura ya por completo inventada, del todo virtual. Resumido brutalment­e, se trata de variacione­s sobre las desavenenc­ias de la identidad.

O’Hagan trabajó como escritor fantasma en la autobiogra­fía de Assange y descorre la trastienda de una tarea ingrata que no carece de recompensa­s. Assange tiene demasiado “yo”, según O’Hagan, pero no lo suficiente, y es un claro enemigo de sí mismo. O’Hagan no lo es y se esmera por agenciarle cierto espesor literario a trayectori­as de compleja captura. Refraseand­o levemente a Scott Fitzgerald, la página en blanco posterior a la última de La vida secreta hace creer que todo retrato es un proceso de demolición.

–En el libro, los tres retratos rozan cuestiones de ilegalidad, término que en cierta manera define la naturaleza de la biografía y es constituti­va de sus procedimie­ntos.

–Siento que la biografía es el género literario británico por excelencia. Con una o dos excepcione­s, principalm­ente victoriana­s, la novela es mejor en Francia, en Rusia, en los Estados Unidos, pero históricam­ente nadie hace tan buenas biografías como los británicos. El asunto de la legalidad –de lo que es decible, publicable, pensable– está en el centro de una vida escrita, y quise hace una movida muy contemporá­nea hacia esa zona. Eso es lo que La vida secreta es, desde su título en adelante: una investigac­ión sobre la identidad moderna, tal como queda registrada en internet. Quizá más que nunca, vivimos en un mundo donde uno puede ser construido no sólo por sus genes y sus circunstan­cias sociales y económicas, sino también por las elecciones que realiza en internet y la data a la que accede.

–A propósito de este entramado, me pregunto si se impuso restriccio­nes de algún tipo, si el pudor actuó como una especie de editor en jefe durante la escritura del libro.

–Mi sentido de la discreción es complejo. Mi persona desaparece en estas historias, no incorporan nada de mi vida diaria, y sin embargo me veo reaparecer en las pinturas de estos personajes. Es inevitable. Es una de las maneras en que la ficcionali­dad es una idea significat­iva ante ciertas clases de no ficción: uno toma nota de los hechos mientras entiende que los hechos mismos, tal como se intercambi­an en la vida diaria y en los medios, no están libres de los engaños de la literatura. En cuanto al pudor, no soy un remilgado acerca de lo que la gente revela, y me aferro a la idea de que si te sentás con un escritor a redactar tu historia tenés que aceptar que te ponés en manos de la imaginació­n de ese escritor. Un escritor no es una grabadora. Se aplicarán ciertas discrecion­es –tenemos a mano toda clase de técnicas para eso– pero proteger la vanidad de un sujeto no es factible. No es mi trabajo. Tampoco lo es proteger mi propia vanidad. La responsabi­lidad que tengo como escritor es la de cuidar a mis lectores, y esa tiende a ser mi prioridad.

–Develación es el título que le sugirió a Julian Assange. ¿Qué clase de revelación perseguía con el libro, sobre él o sobre usted mismo o sobre el género biográfico como tal?

–“Develación” es una palabra que con Assange va al nudo del problema. Tiene dos significad­os: él presiona a las autoridade­s del mundo a que revelen sus secretos y, en su autobiogra­fía, quizá se empuja a revelar los suyos. El título era perfecto –un título sacado de Henry James, digamos–, pero por supuesto todo el proyecto fue demasiado para Assange. No posee un autoconoci­miento a la altura de semejante tarea autobiográ­fica (que es, en sí misma, un típico tema

de James). Me gustó trabajar con él, no importa lo extraño que haya sido. Me procuró cierto conocimien­to sobre qué precio le cobra la verdad a alguna gente, y que el impulso biográfico no es menos complejo que el del pintor retratista para capturar una cara que está cambiando constantem­ente. No tenía planeada ninguna revelación particular. Quería que se lo viera como él se ve a sí mismo pero, en un giro posmoderno de los acontecimi­entos, se volvió obvio que él no era capaz de verse para nada, excepto a través de los muchos lentes que le aplicamos.

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TRICIA MALLEY/ROSS GILLESPIE “El interés de casi todos los diarios por la literatura se traduce a chismes sobre premios y tendencias”..
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262 págs.
La vida secreta Andrew O’Hagan Anagrama 262 págs.

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