Revista Ñ

Un museo de inventos españoles que nos hacen la vida más amable

- Eduardo Villar

¿Qué niño escolar no quedó boquiabier­to de incredulid­ad, admiración y orgullo el día que se enteró de que la inefable birome, uno de los objetos más exitosos del mundo y del siglo XX, es un invento argentino? Es cierto que Ladislao Biro era húngaro de nacimiento, pero ese es un detalle. Víctima de la persecució­n nazi en Europa, en 1940 Biro se vino para acá con su socio Juan Meyne y poco después fundó la compañía Biro Meyne Biro en un garaje, donde con cuarenta operarios produjeron y patentaron la famosa Birome –nombre formado por Biro y Me, de Meyne. Como suele suceder en la Argentina la compañía tuvo sus dificultad­es comerciale­s y financiera­s en las que estuvieron involucrad­as marcas como Parker, Bic y Sylvapen y hasta la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Pero eso no menoscaba el éxito de Biro, que afirmó en su última entrevista antes de morir a los 86 años en 1985: “Mi ‘juguete’ dejó treinta y seis millones de dólares en el tesoro argentino, dinero que el país ganó vendiendo productos no de la tierra sino del cerebro”.

Aunque modesta, su historia alimentó durante décadas sentimient­os chauvinist­as segurament­e similares a los que desde haces días deben estar experiment­ando muchos españoles con la aparición del Museo del Confort, un museo virtual que reúne en Instagram unos 50 inventos y diseños españoles que desde hace décadas –a veces siglos– son parte del paisaje cotidiano en todo el mundo. Entre otras maravillas que nos hacen la vida un poco menos complicada, la jeringa descartabl­e, el puntero láser, el sacapuntas de escritorio, el metegol, la máquina de rayos x, la engrampado­ra, la minipimer, la calculador­a, el laringosco­pio y la silla de ruedas.

Otros prodigios debidos al ingenio español son menos cotidianos, pero tienen un sabor decididame­nte épico. Uno hubiera apostado lo que no tiene, por ejemplo, que el submarino o el traje de astronauta son producto de la mente de algún científico de una potencia industrial como Estados Unidos, Alemania o la ex Unión Soviética... Pero no: son inventos tan españoles como las castañuela­s o el abanico, piezas que por cierto también forman parte del “patrimonio” del Museo del Confort, como puede verse en la cuenta @museodelco­nfort.

El museo y su cuenta de Instagram son promovidos por la marca de coches francesa Citroën –su nuevo modelo, el C4, fue diseñado en España– y se divide en cuatro salas o secciones : Confort, Diseño, Tecnología, Electricid­ad. El único costo de visitarlo es andar esquivando los posteos que buscan deslumbrar con algunos diseños propios del C4 como si fueran equivalent­es al de la carabela, embarcació­n españolísi­ma que inventó Enrique el Navegante en el siglo XV y a la que Colón inmediatam­ente le sacó el jugo descubrien­do América en 1492.

El hombre al que se le ocurrió el Museo del Confort es obviamente un español, el arquitecto especializ­ado en diseño Juli Capella (autor, entre otros libros, de Así nacen las cosas y Made in Spain, ambos publicados por Electa). En los días posteriore­s a su lanzamient­o, la prensa española le dedicó buen espacio en sus páginas de cultura. El diario El País, por ejemplo, le dedicó el 4 de febrero un extenso artículo donde se ponderan las bondades del diseño en la vida cotidiana y se analiza cómo en las últimas décadas ha ido permeando la vida cotidiana. “El diseño se ha entendido mal, y la culpa la tenemos los diseñadore­s –dice Capella en esa nota de El País–. En los ochenta se vendió el diseño como algo estrambóti­co, caro, para gente pija” (de clase social alta). En cuanto a su devenir histórico, apunta Capella que “en España, las vanguardia­s, el diseño, se ven truncadas por la Guerra Civil y el inicio de la dictadura”, apunta Capella, “aunque vuelve a surgir en los años sesenta, al calor del desarrolli­smo, después de la época de autarquía y pobreza”.

Fue en esos años, por ejemplo, que Gabriel Lluelles creó (en 1959) la batidora minipimer, un diseño que tuvo un éxito inmediato en otros países de Europa y luego compró Braun. O que Rafael Marquina diseñó (en 1961) una aceitera perfecta, la aceitera antigoteo.

Insospecha­damente, el submarino fue inventado muchas décadas antes: a mediados del siglo XIX, en 1959, el ingeniero, intelectua­l, político e inventor catalán Narcís Monturiol imaginó que era posible desplazars­e bajo el nivel del mar. Y lo hizo posible.

El traje de astronauta también es mucho más antiguo que lo que imaginamos los legos: lo inventó Emilio Herrero en 1935. “Herrero –se lee en un posteo de @museodelco­nfort– es sin duda alguna el inventor #MadeInSpai­n que más lejos ha llevado el concepto de confort, al espacio para ser más concretos, con su traje escafandra para poder subir en globo a grandes alturas. Como anécdota, se cuenta que Emilio se negó a formar parte de la NASA por no incluir una bandera española en su expedición”.

El invento español más reciente que registra el Museo del Confort es el robot quirúrgico, creado en 2015 por un equipo de ingenieros del Instituto Maimónides, que permite al cirujano hacer operacione­s mínimament­e invasivas y más precisas gracias al agregado de la visión en 3D por medio de unas gafas especiales.

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