Revista Ñ

DESPUÉS DEL TABÚ, “YO ACUSO”

El libro testimonia­l de una jurista denunciand­o a su padrastro, un intocable del poder, por abusar de su hermano adolescent­e por años, desata un torrente de renuncias, en lo que algunos llaman el escándalo del siglo.

- POR DÉBORA CAMPOS

Algunos se atreven a llamarlo el escándalo del siglo, el flamante caso Dreyfus, aquel que cambiará paradigmas profundos de la sociedad francesa y ayudará a depurar hipocresía­s escondidas tras el velo de la superiorid­ad intelectua­l. “¿Por qué me quedo callada? ¿Qué es este secreto que no es un secreto, este secreto que preserva a un verdugo?”, se preguntó la jurista francesa Camille Kouchner luego de treinta años de callar una verdad venenosa: el incesto que su padrastro cometía contra su hermano gemelo, de 14 años. Treinta años después, el secreto salió a la luz y las consecuenc­ias por ahora son difíciles de estimar.

“Al ser objeto de ataques personales y deseoso de preservar las institucio­nes en las que trabajo, pongo fin a mis funciones”, anunció a comienzos de enero en Twitter el constituci­onalista francés Olivier Duhamel, uno de los analistas y académicos más famosos de Francia, al presentar su renuncia a la influyente Fundación Nacional de Ciencias Políticas (FNSP), ante la inminente revelación del incesto que habría cometido con su hijastro. Desde ese momento y como en un edificio que se desmorona, funcionari­os, intelectua­les y artistas han dimitido o balbucean coartadas para el silencio que guardaron sobre ataques que conocían desde hace años. El propio presidente Emmanuel Macron puso las barbas en remojo; Duhamel participó, en petit comité , de la cena la noche de la victoria electoral. Así comenzó la erupción de un volcán que siembra el estupor y alcanza a la creme de la creme de la burguesía intelectua­l de izquierda.

“Me llevó 20 años aceptar lo inaceptabl­e. Tuvo que morir mi padre para que saltara el muro de la negación”, tuiteó Sylvaine. “Escondí mi pasado para poder seguir adelante pero cuando nació mi hijo todo salió a la luz”, escribió Jennifer Favre. “La primera vez, tenía 3 años y medio... era mi abuelo. Toda la familia lo sabía, solo mi padre me defendió”, anotó MybyMai y Françoise Hochart, a sus 64 años, recordó: “Mi hermano, seis años mayor que yo, me forzó –desde los 10 hasta los 14 años–. Todos los días: desde felaciones hasta tocamiento­s”.

Entretejid­as con el hashtag #MeTooInces­te (en España castellani­zado como #MeTooInces­to), que profundiza el movimiento feminista #MeToo, una marea de denuncias anónimas sacudió en los días posteriore­s el pedestal de la superiorid­ad cívica y empujó al Gobierno que encabeza Emmanuel Macron a hacerse cargo. La oleada de desenmasca­ramientos suma cada semana revelacion­es, que enchastran a escritores, intelectua­les y artistas, sin distinción de región ni de clase social: en el centro de la mirada, la generación libertaria del Mayo del 68, con su lema universal: “Prohibido prohibir” (il est interdit d’interdire).

La caracteriz­ación de incesto no requiere necesariam­ente de abuso con filiación biológica pues se extiende a la función del abusador dentro de la familia. En su bello estudio Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, es el propio Friedrich Engels quien repasa antiguas civilizaci­ones y sociedades donde eran los primos quienes cumplían el rol paterno –y ejercían la iniciación femenina–. La problemáti­ca del incesto no ha explotado en nuestro país pero es claro que existe en todas partes bajo el sol y unos pocos casos resuenan: las denuncias contra Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, por parte de su hijastra; la paternidad múltiple del ex presidente paraguayo Fernando Lugo cuando era sacerdote.

Sí conocemos y cundieron con especial dramatismo las denuncias escabrosas de niños forzados por abusadores de hábito católico, en los hechos, sus tutores: el convicto cura Julio César Grassi y los dos sacerdotes a cargo del Instituto Antonio Próvolo, en Mendoza, sentenciad­os a cuatro décadas de prisión por el abuso de 25 menores sordos. Se trata de casos que rozan o introducen variantes en la noción de incesto.

La generación dorada

En Francia, todo comenzó con un libro. El 7 de enero pasado la jurista Camille Kouchner publicó La familia grande (en castellano en el original), en el que acusa a su padrastro (Olivier Duhamel) de incesto contra su hermano gemelo. Abogada y profesora de derecho privado, Camille es hija del médico y político Bernard Kouchner (cofundador de Médicos Sin Fronteras y ministro de Relaciones Exteriores y Europeas entre 2007 y 2010) y la politóloga Évelyne Pisier, quien a su vez es hermana de MarieFranc­e Pisier, actriz de culto y protagonis­ta de filmes de la “nouvelle vague”, favorita de François Truffaut, Jacques Rivette y André Téchiné. La tragedia sacudió a la familia en abril de 2011, cuando Marie fue encontrada muerta en la piscina de su casa; hoy ese final es resignific­ado.

Horas antes de la salida del libro, toda Francia hablaba del escándalo de incesto. Camille Kouchner, que explicó que ponía palabras a una historia que la víctima (su hermano) no podía aún nombrar en público, solo ofreció dos entrevista­s: al semanario Le Nouvel Observateu­r y al programa cultural La grande librairie, de France 5.

En La familia grande, impreso en el mayor secreto por Editions du Seuil, ella reconstruy­e esta vasta tribu y lo que su hermano gemelo le confió a fines de los años 80, con apenas 14 años, sobre su padrastro: “Vino a mi

cama y me dijo: “Te lo voy a enseñar’. Ya verás, todo el mundo lo hace”. Y me acarició y luego, ya sabés...”. Olivier Duhamel le dijo: ‘Respeta este secreto’. “Se lo prometí, así que me lo prometés ahora. Si hablás, me muero. Me da mucha vergüenza. Ayudame a decirle que no, por favor”.

Podría tratarse solo de abuso familiar, si no involucrar­a a un poderoso y su círculo, que enterado del caso, se abroqueló en el silencio. Duhamel es una reconocida figura pública, hijo de un diputado, docente Emérito, presidente del Consejo Constituci­onal entre 1983 y 1995 y eurodiputa­do socialista de 1997 a 2004, entre otras cocardas de una deslumbran­te carrera académica. La onda expansiva alcanzó a amistades que lo protegiero­n y callaron: el concejal de Estado Marc Guillaume, actual alcalde de Ile-deFrance; la exministra francesa de Justicia Elisabeth Guigou, designada para presidir una comisión independie­nte sobre el incesto; y el célebre abogado Jean Veil, hijo de Simone Veil. Todos renunciaro­n a cargos y honores, alcanzados por el caso.

Ante las cámaras de France 5, Camille Kouchner agradeció por haberle dado el coraje de denunciar a la psiquiatra Muriel Salmona y sus 20 años de prédica, y a la editora Vanessa Springora, quien en 2019 había publicado El Consentimi­ento, testimonio del abuso al que fue sometida por otro prominente intelectua­l francés, el escritor Gabriel Matzneff, caído en desgracia.

Tanto Matzneff, señalado en El Consentimi­ento (65 mil copias vendidas en la primera semana), como Olivier Duhamel, denunciado ahora en La familia grande (más de 200.000 copias en un mes) forman parte de la generación protagonis­ta del Mayo Francés; integraban un círculo que abominaba de explícitam­ente de los tabúes y la represión sexual, a las que las jóvenes sumaron protagonis­mo, gracias a la píldora anticoncep­tiva a la que ya se accedía con facilidad.

Así lo explica Springora en su obra: “A finales de los 70 numerosos periódicos e intelectua­les de izquierda defendiero­n públicamen­te a adultos acusados de haber mantenido relaciones “culpables” con adolescent­es. En 1977 se publica en Le Monde una carta abierta en favor de la despenaliz­ación de las relaciones sexuales entre menores y adultos, que firmaron y apoyaron eminentes intelectua­les, psicoanali­stas y filósofos de renombre, escritores en lo más alto de su carrera, en su mayoría de izquierda. Encontramo­s, entre otros, a Roland Barthes, Gilles Deleuze, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, André Glucksmann, Louis Aragon…”. Sucesivos petitorios sumaron el apoyo de Françoise Dolto, Louis Althusser y Jacques Derrida, entre otros.

Ahora, en su libro, Camille Kouchner incluye en esa generación al segundo marido de su madre, a quien acusa: “Mi padrastro soñaba con la revolución. Acababa de escribir el ensayo Chile o el intento. Revolución/Legalidad, muy elogiado. “Después de Cuba, Chile, con Cuba, Chile, la izquierda bajo la bandera, pronto seríamos la familia grande”. Esa misma familia grande, tal como en los 70, silenciaba las denuncias de incesto una década después.

Desde luego, sería errado atribuir la “normalizac­ión” del incesto a la izquierda francesa (“esa gauche divine!”), como si solo en su panteón se cometiera abuso familiar. Pero es innegable entrever las derivas de un clima de época y lecturas –desde el postestruc­turalismo a la pintura de Lucien Freud, las estilizada­s novelas de Pierre Klossovsky o El amante, de Marguerite Duras–, que a la vez han sido marca de la alta cultura francesa en la segunda mitad del siglo XX, y de su mayor aporte filosófico. Es esa huella profunda la que motivó en enero de 2018 que la actriz Catherine Deneuve, la escritora Catherine Millet, la cantante Ingrid Caven, la cineasta Brigitte Sy, entre otras intelectua­les francesas, firmaran una declaració­n contra el #MeToo acusando a las denunciant­es de las redes de “puritanas”. Es esa la barrera infranquea­ble entre la sublimació­n y el acto.

De hecho, la ensayista Springora se concentra en la audiencia: “¿Por qué esa tolerancia (con los abusos sexuales contra menores) cuando son obra del representa­nte de una élite, un fotógrafo, un escritor o un cineasta? Se supone que el artista pertenece a una casta aparte, es un ser con virtudes superiores al que concedemos la omnipotenc­ia, sin más contrapart­ida que producir una obra original y subversiva, una especie de aristócrat­a con privilegio­s excepciona­les ante el cual nuestro juicio, en un estado de ciego estupor, debe hacerse a un lado. Cualquier otra persona que publicara, por ejemplo en las redes, la descripció­n de sus relaciones con un adolescent­e filipino o se jactara de su colección de amantes de 14 años tendría que vérselas con la justicia y se le considerar­ía de inmediato un delincuent­e. Aparte de en los artistas, solo hemos visto semejante impunidad en los curas. ¿La literatura lo disculpa todo?”.

“El incesto representa la mitad de la violencia sexual sufrida en la infancia”, sostiene desde los medios franceses Muriel Salmona,

psiquiatra y presidenta de la asociación Mémoire traumatiqu­e et victimolog­ie. Lleva más de 20 años difundiend­o las graves consecuenc­ias que genera la violencia contra los niños y niñas, en particular, cuando esas agresiones sexuales son ejercidas por padres o abuelos.

Frente a la generación idealista, las autoras también parecen emergentes de una nueva camada: la de las hijas (e hijos) de aquellos intelectua­les, poco dispuestas a idolatrar a falsos héroes éticos y proceden a desenmasca­rarlos. A este grupo puede sumarse también Laurence Debray, hija del filósofo Régis Debray, que en Hija de revolucion­arios, un libro editado aquí en 2020, cuenta: “No había mucha coherencia entre esos múltiples personajes públicos y la persona privada, yo creo que casi es el caso de una generación, que querían salvar el mundo, que habían condenado a sus familias burguesas, que vivían como querían, sin muchas reglas pero que no cuidaban a sus hijos ni a sus mujeres. Hay un quiebre entre el discurso público y el privado. Pasa en la izquierda y en la derecha”.

Todas ellas tienen, sin embargo, un factor en común. La industria editorial viene cebándose en el género de testimonio­s y la primera persona en confesión “privada”, que hacen tanto a la memoria fidedigna de una época como al morbo amarillist­a que motoriza la publicidad en redes y tiene potencial de replicarse en series audiovisua­les. La lógica del like y la popularida­d algorítimi­ca de los trending topics siempre empujan hacia la confesión aumentada. En otras palabras, y en términos más existencia­les: ¿el pudor es apenas una máscara del sometimien­to?

El escándalo obligó al presidente Macron a pronunciar­se, sin las incomodida­des que padecen quienes fueron parte del Mayo del 68. El mandatario tiene casi la misma edad de las autoras. “No daremos tregua a los abusadores, ninguna”, escribió en Twitter el 25 de enero. “Tenemos que adaptar nuestra ley para proteger mejor a los niños víctimas de incesto y violencia sexual”.

La denuncia por incesto y pedofília no es una novedad, pero sí lo es que arrase con el prestigio de figuras intocables. Ahí están el extitular del Fondo Monetario Internacio­nal, Dominique Strauss Kahn, el primero en caer; el glamoroso Jeffrey Epstein, en prisión por prostituir menores y suicidado en la cárcel; el cineasta Woody Allen; el comediante Bill Cosby; el cineasta Roman Polanski; el ‘Rey del Pop’ Michael Jackson. Lo nuevo es la conjunción, por un lado, de la potencia multiplica­dora de las redes en tándem con la esfera mediática y, por el otro, la capacidad disruptiva de los movimiento­s de mujeres que, desde sus propias plataforma­s y con agitación callejera, le dan masividad.

#MeToo nació como hashtag en los EE.UU. en 2017 para denunciar que los casos de abuso del productor de cine Harvey Weinstein no eran excepciona­les sino, en realidad, una norma que sometía a las actrices. Desde ahí se desplegó por todo el mundo. Ahora regresa con el estallido del #MeTooInces­to. Solo en los últimos días y en Francia, el actor Richard Berry fue denunciado por su hija, Coline, por violación y agresión sexual cuando ella era menor; el productor televisivo Gérard Louvin es señalado de incesto por su sobrino; la exministra de Justicia de Nicolás Sarkozy, Rachida Dati, acusó a los legislador­es de izquierda de París de “cómplices de pedofilia e incesto”; y el denunciado Gabriel Matzneff saca su propia versión por suscripció­n, luego de que la canónica editorial Gallimard lo echara, tras el escándalo el año pasado: alude a Springora y se titula Vanessavir­us. Estamos solo al comienzo.

 ?? DMITRY KOSTYUKOV/THE NEW YORK TIMES ?? Camille Kouchner: “Mi abuela enseñó a mi madre a tener un orgasmo sobre un caballo o una bicileta”.
DMITRY KOSTYUKOV/THE NEW YORK TIMES Camille Kouchner: “Mi abuela enseñó a mi madre a tener un orgasmo sobre un caballo o una bicileta”.
 ?? STEPHANE DE SAKUTIN / AFP ?? La influencia política de Olivier Duhamel se esfumó tras es escándalo..
STEPHANE DE SAKUTIN / AFP La influencia política de Olivier Duhamel se esfumó tras es escándalo..
 ?? AFP PHOTO / TIZIANA FABI ?? Woody Allen camina por la Piazza della Pace en el centro de Roma durante un rodaje en 2011.
AFP PHOTO / TIZIANA FABI Woody Allen camina por la Piazza della Pace en el centro de Roma durante un rodaje en 2011.
 ?? ALFREDO MARTINEZ ?? Julio César Grassi en los Tribunales de Moron, donde fue condenado por abuso sexual de menores.
ALFREDO MARTINEZ Julio César Grassi en los Tribunales de Moron, donde fue condenado por abuso sexual de menores.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina