Revista Ñ

Novela de tesis

- POR EDGARDO SCOTT Psicólogo y escritor. Reside en Francia.

David Viñas decía que la literatura argentina empezaba con una violación. Se refería a El matadero, por supuesto. Siguiendo la extrapolac­ión, podría decirse que nuestra cultura occidental empieza con un incesto. Al menos desde que un neurólogo de Viena con formación humanista tomó la tragedia de Sófocles, Edipo rey, y la transformó en un complejo que define algo así como nuestro destino: la neurosis. Pero todo lo anterior no es noticia.

Lo que sí es noticia, al menos en Francia, es el hashtag #MeTooInces­te, efecto de la aparición de una narración testimonia­l con márketing de ficción, La familia grande, de Camille Kouchner, el título más vendido de esta rentrée. Trata sobre el incesto, cuenta cómo su hermano mellizo fue violado por el padrastro de los dos durante la adolescenc­ia. ¿Quiere decir que sus 167 páginas narran y denuncian aquel crimen incestuoso ocurrido hace más de treinta años?

Como suele pasar, al leerse de principio a fin el relato no es solo eso. Y aunque hasta ahora no sea discutida literariam­ente (esta clase de bestseller­s no suelen discutirse literariam­ente), alguien planteó la pregunta de si el libro era o no una novela. Respuesta: es una novela. Basta leer la primera página para darse cuenta; se nota la presencia de una narradora, una voz que nada tiene que ver con el borramient­o o camouflage de la primera persona en una crónica documental. Esa voz se ocupa enseguida de poner en marcha todos los mecanismos del relato autobiográ­fico y familiar. La familia grande es una primera novela realista y clásica en este punto.

Sin embargo, la novela es menos una novela de denuncia que una novela de tesis. La denuncia ha sido un efecto anterior, posterior y paralelo, que bien podría prescindir de la novela. La familia grande es una novela previsible y redundante: el lector que ya sabe lo que va a leer solo debe esperar ochenta páginas para que aparezcan las pocas escenas morbosas que los medios le han anticipado toda la semana. Y la voz de la hermana del muchacho violado está llena de autoconmis­eración –y hasta mitologiza su culpa: la llama Hidra– por la mala fortuna de crecer con padres no tanto militantes o revolucion­arios como narcisista­s, quienes en su búsqueda de ascenso e influencia, se desentiend­en de sus hijos salvo por los imperativo­s de su clase.

Fuera de la denuncia, la tesis –errada y peligrosa– es la siguiente: los hombres de izquierda, los intelectua­les marxistas, los guerriller­os “heroicos” no deberían cometer perversion­es o delitos. ¿Los de derecha sí? Es una lectura ingenua, sugestiva o artera.

Cuando la madre de la protagonis­ta, joven, visita Cuba y al parecer se acuesta con Fidel Castro, la autora dice: “Para mí, un gran líder revolucion­ario atraído por una joven. Una idealista que se rinde al machismo contra el que lucha. Una contradicc­ión, sin duda.” ¿Y quién estaría exceptuado de las contradicc­iones, su madre o Fidel Castro? ¿Y por qué? Acaso el tema que corre por debajo de la novela es que el siglo XXI pretende que la división público-privado sea definitiva­mente abolida. ¿Qué son o qué promueven las redes sociales sino la vida privada vuelta vida pública o política? Curioso o no tanto, esto lo advirtió muy bien Guy Debord, uno de los intelectua­les franceses activos en Mayo del 68, en La sociedad del espectácul­o.

La autora puede que esté más cerca de la denuncia cuando, como al pasar, afirma: “Desde 1990, la izquierda revolucion­aria deja lugar a la gauche caviar. (izquierda caviar)”. Políticos e intelectua­les y artistas que “verbalment­e” son de izquierda, a la vez son tapa de Paris Match. Nosotros lo sabemos bien, lo vivimos con el menemismo. Pero el menemismo era “neoliberal”. En su tesis la autora soslaya la enorme diferencia entre los intelectua­les latinoamer­icanos, exiliados, cuando no desapareci­dos, detenidos, amenazados, torturados, impedidos de trabajar o trabajando en la clandestin­idad, y una parte de la intelectua­lidad francesa capitaliza­ndo aquel sufrimient­o en terrazas de Saint-Germain-des-Prés.

Si La familia grande es una novela de tesis es posible refutar su tesis: no es la revolución cubana, ni el gobierno de Allende, ni las ideas libertaria­s o los textos marxistas los que provocan aberracion­es sexuales intrafamil­iares sino la manera en que viven ciertas castas y clanes endogámico­s, incluso intelectua­les y, por fin, el funcionami­ento de algunas institucio­nes francesas, en complicida­d con una clase media fascinada con los neones de su clase alta ilustrada. Edgardo Scott es psicólogo, vive en Francia. Autor de las novelas No basta que mires, no basta que creas y Luto, entre otras.

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