Revista Ñ

Debate sobre la carne sin vacas

Singapur aprobó la comerciali­zación de carne artificial a base de células de pollo cultivadas in vitro: nuevo frente de la polémica ambiental.

- POR JOSÉ ANTONIO MENDIZABAL AIZPURU

En la actualidad existe un intenso debate sobre los hábitos alimentari­os y su influencia en aspectos como la salud, la preservaci­ón del medio ambiente (biodiversi­dad, emisiones de gases de efecto invernader­o, calentamie­nto global…) o el bienestar animal. De entre los alimentos que el hombre ingiere, son los productos de origen animal los que actualment­e están siendo cuestionad­os por ciertos grupos de población.

Los huevos fueron los primeros. Su consumo se relacionó con tasas elevadas de colesterol y una mayor incidencia de enfermedad­es cardiovasc­ulares. En menor medida, también la leche y actualment­e, con gran virulencia, la carne, tanto en lo que respecta a su producción como a su consumo.

Haciendo un poco de historia, no viene mal recordar que la especie humana consume carne desde hace dos millones de años. Por último, recordamos que el proceso de domesticac­ión, que arranca hace aproximada­mente 10.000 años en el cercano oriente, supuso el comienzo de la ganadería. Desde entonces, ha proporcion­ado a más de 400 generacion­es, ininterrum­pidamente, carne y otros alimentos básicos para nuestra dieta.

Sin embargo, desde hace unos años, algunos sectores de la sociedad han comenzado a señalar al consumo de carne como uno de los mayores riesgos para la salud humana. También indican que la producción de carne es uno de los grandes causantes de los problemas medioambie­ntales que nos afectan.

Respecto a la primera cuestión, la salud humana, el informe que en 2015 emitió la Agencia Internacio­nal de Investigac­iones sobre el Cáncer (IARC), órgano de la OMS, sobre la carcinogen­icidad de la carne roja, supuso un punto de inflexión. El IARC clasificó la carne roja en el grupo 2A de la escala de agentes carcinógen­os para humanos (escala que va de 1 a 3).

Sin embargo, se basó en una evidencia limitada. Según la OMS, se observó una asociación positiva entre la carne roja y el cáncer, pero no se pueden descartar otras explicacio­nes para las observacio­nes. Es decir, otros factores como el sedentaris­mo y el tabaquismo podrían estar interaccio­nando. Pero, a pesar de todo, el mensaje que los medios, mayoritari­amente, trasladaro­n fue que el consumo de carne producía cáncer.

Respecto a la segunda cuestión, los problemas medioambie­ntales, la publicació­n del informe que en 2019 emitió el Panel Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), dependient­e de la ONU, atribuye a las actividade­s ganaderas unas emisiones directas de 2,3 gigatonela­das (Gt) de CO equivalent­e/año, un 5 % del total de emisiones. Si se suman a esta cifra las emisiones indirectas (fabricació­n de piensos, transporte, etc.), se alcanzaría un montante de 7,1 Gt de CO equivalent­e/año, un 14,5 % de todas la emisiones de origen antropogén­ico. Sin duda, esta es una cifra significat­iva pero muy inferior a la generada por otras actividade­s.

En este contexto, son cada vez más las iniciativa­s de los ganaderos para incorporar­se a la estrategia de la UE para combatir el cambio climático y la degradació­n del medio ambiente, el Pacto Verde Europeo.

El informe del IPCC también señalaba que una forma de mitigar las emisiones es adoptar dietas sostenible­s en las que predominen los alimentos de origen vegetal. Asimismo, se indicaba que la carne artificial, junto con los insectos, podrían favorecer dicho objetivo.

En este clima de adversidad hacia la producción y el consumo de carne, han ido surgiendo empresas que han conformado un nicho propio. Paralelame­nte, esas mismas empresas y otras nuevas se han encaminado hacia la producción de carne artificial. Sus primeros productos comienzan ahora a llegar al consumidor.

Recienteme­nte, en Israel, se ha abierto un sofisticad­o y singular restaurant­e donde se ofrece carne artificial procedente de células de pollo cultivadas in vitro. Asimismo, en Singapur ya ha sido autorizada la comerciali­zación de esta carne. Estas empresas dedicadas a la producción de carne artificial indican que se fundamenta­n en la producción ética, ecológica, el bienestar animal y el respeto al medio ambiente.

Pero ¿es más ético y ecológico un proceso productivo que se basa en extraer células vivas de un animal para que proliferen en un entorno de laboratori­o, en el que con frecuencia se utilizan factores de crecimient­o como el suero fetal bovino (FBS), que la ganadería tradiciona­l para producir carne?

En este contexto, la ganadería tradiciona­l continuará encargándo­se de preservar hábitats de alto valor ecológico, como la dehesa o las zonas de montaña. Se ocupará de conservar las razas autóctonas, de mantener limpias las zonas boscosas y de pastos para prevenir los incendios. Además, dará vida a los pueblos vacíos y, por supuesto, producirá alimentos sanos, ecológicos y de calidad nutritiva y sensorial contrastad­a.

Por ello, los ganaderos tendrán que demostrar y convencer al consumidor –que es quien tiene la última palabra– de las bondades de su producto natural, cercano, sostenible e integrado en la economía circular, respetuoso con el medio ambiente y con el bienestar animal. Ese es su reto.

José Antonio Mendizabal Aizpuru es catedrátic­o de Producción Animal, Universida­d Pública de Navarra © The Conversati­on

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DAVID PARRY/PA WIRE Esta carne se cultiva en un laboratori­o a partir de células madre de vaca.

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