Debate sobre la carne sin vacas
Singapur aprobó la comercialización de carne artificial a base de células de pollo cultivadas in vitro: nuevo frente de la polémica ambiental.
En la actualidad existe un intenso debate sobre los hábitos alimentarios y su influencia en aspectos como la salud, la preservación del medio ambiente (biodiversidad, emisiones de gases de efecto invernadero, calentamiento global…) o el bienestar animal. De entre los alimentos que el hombre ingiere, son los productos de origen animal los que actualmente están siendo cuestionados por ciertos grupos de población.
Los huevos fueron los primeros. Su consumo se relacionó con tasas elevadas de colesterol y una mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares. En menor medida, también la leche y actualmente, con gran virulencia, la carne, tanto en lo que respecta a su producción como a su consumo.
Haciendo un poco de historia, no viene mal recordar que la especie humana consume carne desde hace dos millones de años. Por último, recordamos que el proceso de domesticación, que arranca hace aproximadamente 10.000 años en el cercano oriente, supuso el comienzo de la ganadería. Desde entonces, ha proporcionado a más de 400 generaciones, ininterrumpidamente, carne y otros alimentos básicos para nuestra dieta.
Sin embargo, desde hace unos años, algunos sectores de la sociedad han comenzado a señalar al consumo de carne como uno de los mayores riesgos para la salud humana. También indican que la producción de carne es uno de los grandes causantes de los problemas medioambientales que nos afectan.
Respecto a la primera cuestión, la salud humana, el informe que en 2015 emitió la Agencia Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC), órgano de la OMS, sobre la carcinogenicidad de la carne roja, supuso un punto de inflexión. El IARC clasificó la carne roja en el grupo 2A de la escala de agentes carcinógenos para humanos (escala que va de 1 a 3).
Sin embargo, se basó en una evidencia limitada. Según la OMS, se observó una asociación positiva entre la carne roja y el cáncer, pero no se pueden descartar otras explicaciones para las observaciones. Es decir, otros factores como el sedentarismo y el tabaquismo podrían estar interaccionando. Pero, a pesar de todo, el mensaje que los medios, mayoritariamente, trasladaron fue que el consumo de carne producía cáncer.
Respecto a la segunda cuestión, los problemas medioambientales, la publicación del informe que en 2019 emitió el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), dependiente de la ONU, atribuye a las actividades ganaderas unas emisiones directas de 2,3 gigatoneladas (Gt) de CO equivalente/año, un 5 % del total de emisiones. Si se suman a esta cifra las emisiones indirectas (fabricación de piensos, transporte, etc.), se alcanzaría un montante de 7,1 Gt de CO equivalente/año, un 14,5 % de todas la emisiones de origen antropogénico. Sin duda, esta es una cifra significativa pero muy inferior a la generada por otras actividades.
En este contexto, son cada vez más las iniciativas de los ganaderos para incorporarse a la estrategia de la UE para combatir el cambio climático y la degradación del medio ambiente, el Pacto Verde Europeo.
El informe del IPCC también señalaba que una forma de mitigar las emisiones es adoptar dietas sostenibles en las que predominen los alimentos de origen vegetal. Asimismo, se indicaba que la carne artificial, junto con los insectos, podrían favorecer dicho objetivo.
En este clima de adversidad hacia la producción y el consumo de carne, han ido surgiendo empresas que han conformado un nicho propio. Paralelamente, esas mismas empresas y otras nuevas se han encaminado hacia la producción de carne artificial. Sus primeros productos comienzan ahora a llegar al consumidor.
Recientemente, en Israel, se ha abierto un sofisticado y singular restaurante donde se ofrece carne artificial procedente de células de pollo cultivadas in vitro. Asimismo, en Singapur ya ha sido autorizada la comercialización de esta carne. Estas empresas dedicadas a la producción de carne artificial indican que se fundamentan en la producción ética, ecológica, el bienestar animal y el respeto al medio ambiente.
Pero ¿es más ético y ecológico un proceso productivo que se basa en extraer células vivas de un animal para que proliferen en un entorno de laboratorio, en el que con frecuencia se utilizan factores de crecimiento como el suero fetal bovino (FBS), que la ganadería tradicional para producir carne?
En este contexto, la ganadería tradicional continuará encargándose de preservar hábitats de alto valor ecológico, como la dehesa o las zonas de montaña. Se ocupará de conservar las razas autóctonas, de mantener limpias las zonas boscosas y de pastos para prevenir los incendios. Además, dará vida a los pueblos vacíos y, por supuesto, producirá alimentos sanos, ecológicos y de calidad nutritiva y sensorial contrastada.
Por ello, los ganaderos tendrán que demostrar y convencer al consumidor –que es quien tiene la última palabra– de las bondades de su producto natural, cercano, sostenible e integrado en la economía circular, respetuoso con el medio ambiente y con el bienestar animal. Ese es su reto.
José Antonio Mendizabal Aizpuru es catedrático de Producción Animal, Universidad Pública de Navarra © The Conversation