Revista Ñ

LOS BIRABENT LE CANTAN AL FIN DEL MUNDO

Una década después de su primera colaboraci­ón musical, padre e hijo unen fuerzas en medio de la pandemia y editan el álbum La última montaña, un retrato urbano de sonidos crepuscula­res.

- POR LUCIANO LAHITEAU

Un disco registra un sentimient­o. Y un tiempo, aunque no sea un tiempo contemporá­neo. De hecho, creo que este disco registra un tiempo que se está yendo”. Al otro lado de la línea, Antonio Birabent (52) suena como el hombre que ve apagarse la ciudad de “Ya se fue la luz”, uno de los tantos trazos que relucen en La última montaña, el álbum que acaba de editar junto a su padre, Moris (78).

Como sucedió en Familia canción (2011), Birabent y Moris trabajaron a cuatro manos en nueve canciones que hallaron cauce durante la pandemia, y que captan el crepúsculo de una época en la observació­n citadina y en las sombras de las montañas de la cubierta, obra de Inés González Fraga, la matriarca de la familia. Replicando el método teléfonico con el que se construyó el disco, Birabent y Moris reflexiona­ron, cada uno desde su casa, sobre La última montaña.

–Da la impresión que el disco adelantó la desintegra­ción de la ciudad que produjo la pandemia. ¿Es así?

–Antonio Birabent: Estas canciones tienen algo de premonició­n pero también de despedida. Mi padre y yo somos dos seres urbanos. No es casual que hablemos de la naturaleza como una forma de compensar nuestra urbanidad. Las ciudades grandes son cada vez menos amables con los románticos. Hay más lugar para el ruido y para el salvajismo, y menos para la poesía.

–”Ya se fue la luz” es una de las canciones que retratan esa ciudad que se va.

–A.B.: Es una letra de Moris con música mía, una canción de un sentimenta­lismo tan grande que me lleva al borde de la emoción. En el disco somos dos “Blade Runners”: tipos que están en una ciudad que dejó de ser lo que era, que son melancólic­os pero tienen que convivir con la tecnología. Hay algo muy atrapante dentro de la tristeza.

–¿Cómo es para vos ser editor de tu padre?

–A.B.: Pienso que es una prerrogati­va del hijo. Creo que si mañana hiciera algo así con mi propio hijo, tomaría el lugar que hoy toma mi padre y dejaría que él, con su juventud y energía, sea el que dirige.

–Hay una grabación anterior de ustedes, Hijos del rock, donde ambos están en el lugar de hijos. ¿Cómo se acercan las generacion­es?

–A.B.: Esa letra es de León Gieco, y yo le pedí pasarla al plural. La canción dice que todos pertenecem­os a ese movimiento que armó el rock en la Argentina, le debemos mucho. Y por otro lado, cuando pasa el tiempo las generacion­es se confunden. La edad produce una afinidad mayor entre las personas.

–¿Eso te ayudó a entender mejor a Moris?

–A.B.: El tiempo, como dicen los Stones, estuvo de nuestro lado. Intuyo que en casi todas las relaciones entre padres e hijos el tiempo ayuda. En nuestro caso no es casual que hayamos hecho estos discos en colaboraci­ón siendo ya grandes. Revisando papeles descubrí que ya en el 2000 estaba entre mis planes hacer un disco junto a mi padre. Pero pasaron diez años hasta que pude hacerlo. Segurament­e en el 2000 ese disco no se podía hacer. Otros diez años debieron pasar para hacer La última montaña.

–El disco es una confirmaci­ón de tu crecimient­o como cantante. ¿Cómo desarrolla­ste tu voz?

–A.B.: He ido cantando cada vez menos grave, y mucho mejor. Ni siquiera puedo compararme con cómo cantaba hace treinta años, porque lo hacía con un registro muy corto, como en la versión de “El oso” de Tango Feroz, y de ahí no me movía por una mezcla de inexperien­cia y timidez. Y luego fui intuitivam­ente abriendo muchísimo el rango. Hablaba de eso con mi padre hace poco: de un profesor de canto que nos decía que era un error la idea de que las personas cantan peor con la edad. Decía que cada vez había que cantar mejor. Ojalá sea así. Yo veo a mi padre, con casi 80 años, y de alguna manera canta mejor que hace cincuenta. Y eso que canta poco.

–Es como escuchar a Bob Dylan.

–A.B.: Claro. Y Dylan nunca fue un gran cantante. Hoy, como no tiene voz, es todo expresión. Pero estoy contento con esa progresión. Y siento que canto mejor cuando hago canciones que no son solo mías.

–Muchas canciones de Moris fueron escritas hace mucho, pero sin embargo no pierden actualidad. ¿Por qué creés que sucede eso?

–A.B.: Mi padre logró retratar un sentimient­o humano más allá de cualquier tiempo y espacio. Por eso la gente le sigue hablando de esa primera época: hay artistas que de entrada hacen algo que los marca. Los hace partícipes de la vida de muchas personas que, al recordarlo, lo anclan. Logró condensar algo en sus primeros años.

–¿Pensás que eso le ha pesado?

–A.B.: Puede que lo haya condiciona­do. Pero, bueno, Juan Rulfo escribió dos libros y ahí está su obra. Yo sigo escribiend­o y grabando porque soy muy inquieto y porque siento que hay cosas que todavía puedo contar de otra manera. Si no, no hubiera sacado 22 discos. Yo escucho a Bob Dylan y es como si me cantara un amigo: nunca más me va a sorprender. Pero tal vez la sorpresa no es la virtud. Yo tengo una manera más heterogéne­a: canto de maneras muy distintas, me siento más cerca de la camaleónic­o que del estilo. –¿Moris, cómo ha intervenid­o Antonio en tus canciones? –M: Yo he puesto algunas letras y él algunas músicas, y ha sido al revés también. Ha sido una combinació­n, pero le he dejado a él algunas cosas como la mezcla del disco, que es algo que antes hacía yo. Siempre me ha gustado estar en esa instancia, pero me he dado cuenta que los músicos están muy duchos, y hemos trabajado en un ambiente de mucha amistad y mucha confianza. –La última frase que se te oye decir en el disco es “No vuelvo más”. ¿Creés que ya dijiste todo lo que tenías que decir? –M: He dicho mucho. Bastante más de lo que imaginé que podía decir. Pienso que tengo algunas cosas más. Pero los temas van rondando en torno a uno como una calesita. Cuando me preguntan qué pienso de algunos temas les digo que vayan a las letras.

–Hay una canción en el disco, “Mil hombres y mil mujeres”, que es muy descriptiv­a y también muy política en esa descripció­n.

–M: Claro. Dice muchas cosas de la relación del obrero con el capital y con el progreso, de la división de clases. Es una pelea que no durará mucho más, porque los robots están tomando el lugar del obrero desde hace mucho tiempo. La canción dice “Hay un pájaro sirena en los techos de Dios”. La sirena es la técnica que ordena la vida de los seres humanos. Todos somos mortales, pero la técnica no: es capaz de seguir por sí sola.

–¿Cómo construist­e tu estilo?

–M: Uf, empezando por Al Jolson (tararea “Mammy”, su participac­ión en el filme The Jazz Singer) más los boleristas, más la bossa nova, más el trío Bill Haley, Buddy Holly y Little Richard: ya con eso me alcanzó para inconscien­temente armar la voz. Cuando era joven tenía la voz muy finita, después se revirtió con el tiempo (risas). También cantantes como Eddie Pequenino fueron importante­s, pero hubo muchos: todo lo que pasaba por mis oídos y me daba emoción pasaba al inventario. –Supongo que es una instancia en la que es importante saber escuchar. –M: Si yo hubiera nacido en Irán estaría cantando rezos mahometano­s. De folclore, por ejemplo, no sé nada: nunca lo he cantado porque no he nacido en la provincia, entonces la influencia han sido el tango, el rock, el jazz. Y mucho bolero. Aprendí a cantarlo con Los Fernandos: me iba a Villa Gesell y los escuchaba durante horas, que no es lo mismo que escuchar un disco. Pero he escuchado a muchos: desde Lucho Gatica hasta Luis Miguel, que es de los últimos cantantes de bolero. Para cantar así hay que tener un sentimient­o importante, y buena dicción. Como dijo Sinatra: un buen cantante necesita un buen micrófono y un buen dentista. Yo agregaría un buen sonido. Porque cuando estamos escuchando música lo estamos haciendo a través de un pedazo de cartón y un imán. La magia es haber metido una orquesta sinfónica ahí adentro, o a Sinatra, o a Soulé. O sea que estamos trabajando con la emoción y la electricid­ad: es una emoción eléctrica.

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CONSTANZA NISCOVOLOS Moris y Antonio hicieron su nuevo disco en pandemia con el teléfono como medio de contacto.
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Disponible en plataforma­s digitales
La última montaña Moris y Antonio Birabent TIPICA Disponible en plataforma­s digitales

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