A la pesca del ausente John Lurie
Painting With John devuelve al músico y pintor a la vida pública. En seis capítulos y desde una isla del Caribe, reflexiona sobre la existencia.
A fines del siglo XX todavía era difícil imaginar lo que costaría, mucho tiempo después, precisar sin demasiado esfuerzo lo que se entiende como “artista de culto”. Hoy, entre especulaciones y prejuicios, puede involucrar muchas cosas, sobre todo una etiqueta calculada. Por aquella época, en los años 80 y parte de los 90, era más fácil: decías “John Lurie, por ejemplo” y las cosas estaban claras. Actor de los primeros filmes de Jim Jarmusch, con apariciones en títulos de Wim Wenders, Martin Scorsese y David Lynch, y, sobre todo, una carrera musical al margen de las luces altas con su banda The Lounge Lizards lo colocaban en un lugar específico para aquellos a los que, con ingenua vanidad, nos gustaba creer que Lurie era “un secreto de pocos”. Era “nuestro”.
Mayor placer nos provocaba esperar –con la videocasetera lista para grabar- las emisiones en Film & Arts de Fishing With John, la serie en la que el propio Lurie redoblaba su categoría del hombre más cool del planeta invitando a otros como él –Dennis Hopper, Willem Dafoe, Tom Waits, Matt Dillon y Jim Jarmusch– con quienes se embarcaban en hilarantes excursiones de pesca. Todos queríamos ser como John Lurie. Ninguno hubiera podido sospechar que apenas unos años después estaríamos preguntando dónde está John Lurie.
A comienzos del nuevo siglo, le fue diagnosticada la enfermedad de Lyme, provocada por la infección transmitida por una garrapata, cuyos síntomas son similares a los de la malaria, y que lo dejó casi totalmente fuera de juego a lo largo de la década de 2000. No podía actuar, no podía tocar. Y volvió a las artes plásticas, su primera actividad artística de juventud. Le fue bien: sus pinturas –que se pueden ver en www.johnlurieart.com– fueron exhibidas en el MoMA y en galerías de Amsterdam, Tokio, Munich, Zurich y Los Ángeles. También publicó dos libros, Learn To Draw y A Fine Example of Art. Alejado de los escenarios, ese obligado cambio de rubro lo dirigió a una situación límite, impensada, cuando una extraña situación con su (ex) amigo John Perry –también pintor– lo llevó a esfumarse de las apariciones públicas durante mucho tiempo. De un momento a otro (el origen del conflicto es complejo y las fuentes se contradicen), Perry se obsesionó con Lurie, stalkeándolo a límites insoportables, provocando el temor de Lurie a un ataque físico, que lo llevó a abandonar su casa y huir por distintas partes del mundo, para no ser encontrado. De la casa de su amigo Flea hasta un refugio en Turquía, para recalar finalmente en una isla del Caribe, de la que no quiere dar demasiados datos. Desde allí dio vida a Painting With John, la serie de seis capítulos que HBO emite desde fines de enero.
Como ocurría en Fishing With John (que este año festeja su trigésimo aniversario: se emitió en los EE.UU. en 1991 y unos años después en la Argentina), el eje del show es el propio Lurie, que pivotea la estructura de cada capítulo con algún relato, devolviéndole a la televisión el placer por la palabra y escuchar una buena historia (desde un encuentro con Barry White que le hizo vibrar los testículos hasta una jornada épica durante la búsqueda de una anguila viva en Manhattan o las ventajas y desventajas de ser una persona famosa). Esos pasajes reposados están condimentados con momentos de humor (“quien no se ríe tiene algo bloqueado en el alma”, afirma en uno de los capítulos), entre improvisado y anárquico, mientras le da forma a una pintura por cada emisión. Esa estructura, con todo, exhibe una libertad al borde de la experimentación formal (separadores, sketches, falsos videoclips, animaciones), no lineal, que se asemeja a las formas que tiene la música que Lurie supo componer e interpretar en sus años más movidos. Ciertos pasajes didácticos y el tono infantil de su humor podrían suscribir a la idea remanida de que, cuando uno se hace adulto, tiene que buscar s su niño interior. A sus 68 años, Lurie redobla la apuesta cambiándole el sentido: “Yo, en cambio, vivo buscando mi adulto interior”.