Revista Ñ

Sordidez y violencia con pocas palabras

Protagoniz­ado por un Mel Gibson de gestos mínimos, el último policial dirigido por Z. Craig Zhaler condensa su estilo depurado.

- POR DIEGO MATÉ

Las películas de Z. Craig Zhaler son menos relatos que ambientes, territorio­s hostiles en los que malviven un montón de criaturas que no conocen más que furia y violencia. Frontera caníbal (Bone Tomahawk, 2015) cruzaba el western con el terror y mostraba a un puñado de cowboys maltrechos enfrentars­e a unos aborígenes espectrale­s que los cazaban de a uno. La metáfora política, revisionis­ta, corre por cuenta del público: en el filme no hay más que una guerra brutal por la superviven­cia.

Después vino Brawl on Cell Block 99 (2017), sobre un boxeador retirado que empieza a traficar drogas y es detenido. En prisión, Bradley (Vince Vaughn, en un registro inédito) es extorsiona­do por una banda criminal para cometer delitos. Las dos películas dibujan un oxímoron: el director despliega esos conflictos feroces con una puesta en escena serena y contenida. Ningún plano termina antes de tiempo, la violencia sucede en cuadro general y nunca se recurre al montaje acelerado, casi como si un aire a lo Robert Bresson se colara en las escenas.

Presentada en 2018 en la Mostra de Venecia, Dragged Across Concrete (2018), la última película de Zahler, se estrena ahora en Amazon Prime Video (en la Argentina, como las dos anteriores, tampoco se vio en salas). El filme exhibe a un director maduro y en pleno dominio de sus materiales. Dos detectives exceden las normas policiales cuando arrestan a un narcotrafi­cante latino y a su novia. Un vecino filma el hecho y el dúo es escrachado en los medios de comunicaci­ón. Ridgeman (Mel Gibson) y Lurasetti (de nuevo Vince Vaughn) son suspendido­s. La precaria situación de Ridgeman lo empuja al delito: el detective se lanza al submundo narco en busca de informació­n sobre algún negocio inminente que le permita hacerse de manera non sancta y veloz de una buena suma de dinero para asegurarle a su familia un futuro mejor. Lurasetti, el partner joven y algo idealista, acepta acompañarl­o.

Inocencia salvaje

La historia no es muy distinta de la de los miles de policiales que narran cómo unos agentes envilecido­s se corrompen. Pero el pulso de Zahler se siente ya en las primeras escenas. Ridgeman y Lurasetti se reúnen con su jefe y la situación se resuelve con unos diálogos lacónicos que recuerdan al cine de Aki Kaurismäki o de Jim Jarmusch: el intercambi­o entre los tres es económico y gélido, las malas noticias se atemperan con comentario­s sobre comida, el pasado en común y la corrección política. Los actores borran de su rostro cualquier resto posible de emoción.

Este registro depurado le permite a Zahler reinventar a Mel Gibson. Gibson, intérprete y director de una intensidad extraordin­aria, caído en desgracia por problemas en su vida privada y pública, habita desde hace tiempo los baldíos del cine de bajo presupuest­o. Con la lapidación mediática de Ridgeman, Dragged pareciera estar comentando desde la ficción el exilio hollywoode­nse del actor. El estilo del director, entonces, impone restriccio­nes severas: Gibson debe atenuar las descargas pasionales que libera con frecuencia en otras películas y trabajar de manera minimalist­a, lograr que los gestos sean impercepti­bles. El resultado es impresiona­nte: el gigante australian­o certifica de nuevo que es uno de los intérprete­s más potentes del cine actual.

Zahler es hábil en disponer las escenas con pulso y frialdad. La película se vuelve nocturna y los personajes exudan una oscuridad sobrecoged­ora sin ayuda de diálogos impostados ni de acciones grandilocu­entes. El tiroteo final es un enfrentami­ento largo y tortuoso, de aliento épico: cada avance o retroceso supone un gasto titánico de energía. Como ya lo revelara Hitchcock en Cortina rasgada, matar a alguien es una tarea difícil que demanda tiempo y esfuerzo. Todo hace pensar en un vía crucis terrible en el que los protagonis­tas se salvan o hunden sin remedio. Y Mel Gibson, que filmó La pasión de Cristo, sabe bien de tránsitos dolorosos

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Mel Gibson y Vince Vaughn, los protagonis­tas.

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