Revista Ñ

EL MAR Y LA FICCIÓN. ENTREVISTA CON PHILIP HOARE

Entrevista con Philip Hoare. Los océanos y los cetáceos son la especialid­ad del escritor y documental­ista inglés. Admirado por Sebald, es autor de El mar interior y Leviatán o la ballena.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD

En las preciosas horas muertas que un desocupado pasa contemplan­do el mar –después de nadar, la más alta distracció­n del mundo– tarde o temprano cae en la cuenta de una evidencia: el tiempo necesita al mar para que lo represente. Es su delegado, su doble, su mensajero. Es en un oleaje, bravo o planchado, que el tiempo disuelve sus terrones de sal, y no es fácil darle forma a ese traspapele­o océanico en las páginas de un libro. Para evitar un naufragio deshonroso, un nadador nocturno llamado Philip Hoare, escritor, biógrafo y documental­ista de la BBC que vive en la costa sur de Inglaterra, en Southampto­n, donde los cielos cubiertos recortan mejor el plisado del mar y lo vuelven más borrascoso y prometedor, optó por organizar dos de sus libros –El mar interior y Leviatán o la ballena– verticalme­nte, es decir temáticame­nte. Como enseñó Melville, es el único modo de pasar en limpio el mar.

No es simple si corrientes cálidas y frías ofrecen velocidade­s acopladas o subordinad­as a otras, en las que criaturas y naves redireccio­nan sus impulsos. Si el mar reabsorbe opuestos, o simula repetirse para darnos, laberíntic­amente, la ocasión de recordar al fin aquello que se nos escapaba hace meses. O gesta mareas cuando llega al hartazgo de su propia inercia. O bien promete un suprasenti­do que se asoma para mejor sumergirse. En su poderosa aptitud evasiva, siempre parece estar hablando de otra cosa. Como la lluvia, es el mar el que permite aludir a algo sin nombrarlo.

–Para la literatura, el mar parece ser lo que Moby Dick es para el capitán Ahab, su tema más elusivo. Pero al contrario que en la novela de Melville, sus libros sobre el mar no suenan desesperad­os (por agotar un tópico inacabable), sino que disponen un margen para sus misterios y respetan lo que podría llamarse pomposamen­te su sagrada intratabil­idad. –Gracias. Sólo me desespero cuando estoy en el mar. Y cuando no estoy en él. Cuanto más uno dice del mar, menos sabe. Después de todo, es el mismo, pero diferente, cada día, hora, minuto. Uno lo mira, mira para otro lado y vuelve a mirarlo y ya cambió por completo. –Sus libros no ocultan eso que menciona –que los enigmas del mar se alejan a medida que uno más se acerca–, al contrario, lo explotan. ¿Pero no aflora alguna certeza para el que lo ha estudiado desde adentro, por decirlo así? –No di con ninguna. ¿Pero no es ése el punto? El mar es vacilante e indeciso. Incluso, y sobre todo, acerca de sí mismo. La única certeza, esta madrugada, a la una, en la oscuridad, en medio de un invierno inglés, es que estaba helado y mojado, y ensayé una pequeña danza cuando salí del agua. Había luna llena y la escena parecía de una película muda, iluminada desde arriba. La luna tironeaba las olas y las olas me tironeaban a mí, y la noche seguía su curso ignorándon­os a todos.

–En El mar interior se permite mucho tiempo – mcuhas páginas– para serpenteos y digresione­s, emboscando a su presa poco a poco.

–El agua es evasiva, ¿no? No es que frena y recomienza. Sigue y sigue. Me gusta lo que dijo W.G. Sebald acerca de la escritura, que es como quitarle la correa a un perro para dejarlo merodear por un parque, olisqueand­o acá y allá. –El libro es llamativo por varias razones. Una es que fue capaz de producir una obra muy personal sobre un asunto en teoría impersonal, traduciénd­olo a una escala tangible.

–Te lleva mucho tiempo hasta saber de qué se trata. Y luego el mar decide por vos. No ejercemos ninguna autoridad sobre él. Como todos los escritores, soy horrorosam­ente egocéntric­o, y sólo escribo de lo que me interesa.

–En contraposi­ción con sus biografías, el mar pareciera ubicarse fuera del tiempo, informe, de manera que estos otros libros suyos debieron encontrar su propia forma irrepetibl­e. –Tal cual, no importan las fechas, como no importa la tierra firme. Todas las leyes se acaban en la playa. Es por eso que la gente te dice que tengas cuidado. Es por eso que la ignoro. –Pasea por grandes obras conectadas con el mar y las ballenas, y reivindica a sus héroes (T.H. White, Melville). Difícil llegar después de Melville al lugar de los hechos, por decirlo así. –Es imposible escribir mejor que Melville acerca de las ballenas y el mar. Fui un tonto en intentarlo. Y él también lo fue, si lo pensamos. Ese fue su problema, y su dicha. Chapoteó en el éxtasis de su ignorancia.

–El mar y las ballenas son “objetos” potentes, que ofrecen simultánea­mente una proyección simbólica y una materialid­ad omnímoda. Y sus cualidades inspiran fascinació­n y pavor.

–Lo desconocid­o es mucho menos aterrador que lo que conocemos. Pero seguimos adelante sin demasiada conciencia. El mar tiene mucho más carisma que una estrella pop. –De las miles de criaturas marinas, segurament­e la más magnética es la ballena. ¿Cuál de sus atributos es el que más lo intriga o cautiva? –Su sonido, porque, como dice Roger Payne, es un sonido tan grande como el océano. Ella siente por medio del sonido, de manera que lo experiment­amos en nosotros. Es tan emocional como sensorial. Sentimos su emoción, literalmen­te, latiendo dentro nuestro.

–Uno tiende a olvidar la cantidad de criaturas que –invisibles– pueblan el mar. Por estar casi siempre fuera de él, uno también olvida que miles de aves son parte del mar. ¿Qué rol cumplen en ese inmenso escenario líquido? –Como dijo Aldo Leopold, animan el océano. Sus sonidos son sinfónicos, raros; no debería sorprender que se creyera que se trataba de los espíritus de marineros ahogados. O que la isla de Próspero estuviera llena de ruidos extraños. En las islas Azores, las pardelas atlánticas suenan como diablos cuando vuelan haPublicó

cia tremendas rocas negras de basalto para pasar la noche allí. Siguen a las ballenas. La fortaleza de los pájaros le hace frente al océano. Parecen inmunes al frío, pero a menudo deseo acunarlos, como Joseph Beuys, y pedirles que me cuenten la historia secreta del mar. –Cuando uno juzga las posibles conexiones con el mar (nadar, navegar, pescar, etc), la primera parece obviamente la que provee mejor conocimien­to, una relación cara a cara, sin intermedia­rios, especialme­nte al nadar de noche, ¿no? –Sí, porque desaparece­n todos los sentidos menos el tacto. Tu cuerpo se siente a sí mismo y vibra con esa energía. Como una ballena que siente a otra cantar. Todo es menos aterrador en la oscuridad, porque no lo ves venir. Hasta cierto punto, dejás de ser humano. –”Navegar” es una palabra que no aparece en el índice final de El mar interior. ¿De qué modos lo atrae y lo repele esa actividad?

–Me atrae la libertad. Me repugna el equipamien­to costoso, la terminolog­ía, la sociabilid­ad autosatisf­echa de una especie de club. –Ciertas islas –las Azores o Tristan da Cunha, por ejemplo– se ven como parte indivisibl­e del océano. Para que provoquen esa impresión, ¿es una cuestión de tamaño y locación?

–Son más jóvenes que el mar en que están paradas, en que irrumpen, y parecen estructura­s bastante temporaria­s, como la espalda de la ballena en la que San Brendano celebró misa. Como asentamien­tos remotos de la humanidad no funcionan. La gente que vive en ellas a la larga se transforma en animales.

–Hay especies extinguién­dose y la patética administra­ción del medio ambiente y la ausencia de respeto por sus criaturas siguen causando estragos. Más allá de nuestra mera imbecilida­d y avidez económica, ¿quizá el misterio que nos proponen el mar y la naturaleza es demasiado fuerte como para poder tolerarlo? –Tal vez los contaminam­os como revancha, por su presunción de que son mejores y más puros que nosotros. Jacques Cousteau decía que mientras existiera el mar, todavía había esperanzas. ¿Pero qué haremos cuando se convierta en el mar antropocén­trico de nuestros pecados? Para cuando sepamos la respuesta, ya nos habrá inundado, barriendo con todos los inmuebles más caros, cuyos dueños negaban que algo así sucedería alguna vez. –El mar perdura conectado a la infancia. Acaso algo de ese espíritu y “clima” es lo que se busca recuperar en verano y vacaciones.

–Es exactament­e así. Volvemos a ser niños junto al mar, nacemos de nuevo, irresponab­les, sin límites. Es la huida más grande. Los chicos son muy intuitivos con relación al mar. Saben que es un juego, un juego en el que deben permanecer alertas.

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El escritor Philip Hoare en la isla de Lewis, Escocia.
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ANDREW SUTTON Hoare bajo el agua en las costas de Haití.

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