VELOCIDADES DE LO RADIANTE Y LO PÚTRIDO
La coreógrafa Agustina Sario, pareja en la vida y en la creación del francés Matthieu Perpoint, relata el proceso de Vanitas, su videoinstalación sobre la finitud.
Hace poco más de 15 años, la bailarina argentina Agustina Sario se encontró con un colega francés, Matthieu Perpoint, en el marco de un seminario de danza del que participaban. En aquel momento comenzó una relación personal, que incluye a esta altura dos hijos y que se continuó en varios proyectos artísticos una vez que la pareja se instaló en Buenos Aires.
Ahora estrenan Vanitas, video performance elaborada durante el mes de octubre pasado mientras estaban temporariamente en Francia. El viaje, motivado por cuestiones personales, dio este fruto inesperado pero que nació de una idea previamente imaginada. Cuenta Agustina: “Estábamos pasando el mes en la casa de fin de semana de la familia de Mathieu, cercana a un bosque que hemos recorrido mucho a lo largo del tiempo. A comienzos de 2020, cuando yo había cumplido 45 años, pensé en una suerte de video performance relacionada con la idea de “ciclo”. Una obra que reflejara la decadencia, lo podrido y lo decrépito pero que a la vez permitiera ver, un poco más lejos, la belleza. Eros y Tánatos entrelazados, una visión más profunda y otra más aparente. Esa fue la propuesta original”.
Con la pandemia todo se detuvo, pero ya estando en Francia, Sario le propuso a Matthieu salir cada día a filmar al bosque, una hora por día. “Lo habíamos hecho en otros años y solíamos preguntarnos cómo transmitir a otros la energía propia de ese lugar magnífico. Pero no lográbamos llegar a un punto que nos gustara: porque había demasiados movimientos míos o porque el paisaje aparecía demasiado decorativo. En este viaje, quizás por el encierro que veníamos sufriendo, todo cambió, todo adquirió otro valor”, cuenta.
–¿Y cómo comenzó a organizarse el trabajo? –Resolvimos que Matthieu manejara la cámara y que mi cuerpo estuviera más en la periferia de ese espacio para poder captar el diálogo entre nosotros transformando el lugar y el lugar transformándonos a nosotros. Por otra parte, había una comunicación permanente con el equipo que estaba en Buenos Aires, decisiones en cuanto al encuadre y el uso del color como materialidad esencial de la obra. Para mí, el bosque se había transformado en la sala de ensayo, tomando una línea de trabajo que también utilizamos en nuestras clases: información, percepción, sensación y acción.
–¿Cómo estaba formado ese equipo que colaboraba desde Buenos Aires?
–Leandro Ejido, en la dirección de arte, y Joaquín Wall, videasta que se ocupó del montaje. Con ellos trabajamos la idea del color, que terminó siendo un eje de la obra. Nos preguntábamos cómo transmitir la idea de destrucción si en el bosque todo era bello. Entonces dejamos, durante los 25 días, algunas frutas y verduras para que se pudrieran, después las colocamos bajo una luz artificial y encontramos que también tenían su propia belleza.
–Por lo que contás, Vanitas parece una pieza más bien simbólica, que remite a otras cosas que no son necesariamente lo que se ve. ¿Qué ocurre con el público que no conoce todo esto? Por ejemplo, al ver el video, me preguntaba qué significaban esas frutas y verduras podridas recortadas de todo lo demás. –Hicimos un testeo del material en diciembre de 2020. Se proyectó desde el estudio de Ejido para gente ubicada en la calle. Creo que los espectadores percibieron esa potencia que tiene la Vanitas, porque el contraste entre el lugar más vital y el más putrefacto narraba ya de por sí. La pregunta acerca de “por qué la fruta” no apareció por parte de la gente; me imagino que captaron aquello que portaba la simbología.
–¿Podrías hablar de qué significa la vanitas? –Es un género pictórico del Barroco que retrataba la naturaleza muerta y los bodegones. De allí surge la idea del memento mori –lo que nos recuerda que el tiempo de todos en algún momento va a terminar– y la del carpe diem: “Disfruta el día”. Toda su representación recurre a imágenes que luego forman una composición: las plumas con las que se escribe, la vela que se consume, la fruta en descomposición, el cráneo. Como coreógrafa, sé qué es componer: elegir materiales y ordenarlos en el tiempo y en el espacio. Por eso la simbología que usamos en la obra, al menos eso pensamos, lleva en sí una información sensible.
–¿Por qué elegiste el desnudo como vestuario? –Probamos muchos vestuarios distintos – una campesina, botas y jean, ropa más abstracta–, pero cada uno introducía otros mundos que alteraban el sentido de la obra y su eje hombre-naturaleza.
–Matthieu y vos comparten, desde hace muchos años, la vida y también la creación, ¿cómo les resulta?
–Hermoso. Creo que no nos divorciamos por ese motivo (se ríe). Todo se recrea y permite entender lugares inentendibles. Estar en pareja no significa acuerdos absolutos y al crear, esto aparece constantemente y es muy transformador. Cuando empezamos nuestra relación Matthieu y yo nos hablábamos en inglés, después pasamos al español y luego al francés. Pero cuando más nos comunicamos es en los momentos en los que estamos creando.