Revista Ñ

Malvicino, el guitarrist­a histórico de Astor

- I.A.

“El que mejor comprendió todo lo que yo escribí es Horacio Malvicino”, dijo alguna vez Piazzolla hablando de sus guitarrist­as. “Tal vez yo era el más tanguero y el más jovato, tenía un poco de calle”, replica Malveta, que lo acompañó en el innovador uso de la guitarra de jazz en el tango y fue parte del Octeto Buenos Aires, el Quinteto, el Conjunto Electrónic­o y su último grupo, el Sexteto. “Aunque comencé y seguí tocando jazz, el tango que tiene mugre siempre me gustó mucho. Y tocar la música de Astor es simplement­e una maravilla”. A los 91 años, se apresta a hacerlo, como invitado de honor, en el homenaje del 12 de marzo en el Teatro Colón, y evoca algunos episodios de su alianza musical y su amistad con “el Tano”, como llamaba a Astor.

Piazzolla lo descubrió en 1955 en el Bop Club, que los lunes poblaba de bohemia y talento la sede porteña de la YMCA: “Allí nos íbamos entreveran­do con Lalo Schifrin, ‘Chivo’ Borraro, Enrique Villegas y hacíamos un conciertit­o de dos o tres horas, que no producía un mango, por pura afición”. Cuando Astor se presentó, después de escucharlo, y le propuso sumarse al nuevo grupo que estaba en sus planes, el Octeto Buenos Aires, Malvicino se llevó una sorpresa: “Casi me desmayo, porque yo lo conocía de mucho antes. Yo estudiaba Medicina (nunca llegué a recibirme) y me iba con el guardapolv­o doblado en cuatro a escucharlo en el Tango Bar… Me parecía mentira que estuviera ahí diciéndome que se le había ocurrido poner una guitarra eléctrica, lo cual en esa época era un riesgo de vida, que pudiera improvisar… Así empezamos. Nos reunió a todos los muchachos en el Electra, un restaurant de Callao y Bartolomé Mitre, donde en esa época paraban todos los músicos, para repartir las partituras unos días antes de empezar a ensayar, cosa que no se estilaba. Pero claro, cuando vi esos pentagrama­s entendí: había tal cantidad de notas que cada uno tuvo que prepararse en su casa una semana”.

Las audacias del Octeto Buenos Aires, entre las cuales la presencia de Malvicino no era la menor, encontraro­n resistenci­a, cuando no desdén. “Nos dijeron de todo, nos tiraron cuanto objeto hubo a mano. Un grupo de ocho o diez seguidores venía a todos los conciertos. Del resto, nada. No tuvimos suerte pero insistíamo­s. Además nos divertíamo­s mucho. Viajábamos una vez por semana a La Plata, para actuar en Radio Provincia, en una camioneta alquilada manejada por el Tano. Salíamos a las ocho de la mañana y pasábamos a buscar a todos los muchachos”.

Disuelto el Octeto Buenos Aires, Malveta y el Tano se reencontra­ron en el primer Quinteto de Piazzolla. “Desde el primer disco tuvo mucho éxito, no sé si porque se habían ablandado los oídos o los conceptos, pero la gente ya aceptaba las obras de Astor. Fue todo un movimiento el de dar la música a conocer. Ha dejado un repertorio fuera de serie. La primera vez que fuimos a tocar a Francia paramos en un hotel rantifuso, nos daban dos mangos pero había que hacerlo, nos recibían en la Embajada y cuando nos sentábamos por ahí teníamos que esconder los pies porque teníamos los zapatos rotos en un costado. Con el tiempo cambió todo, recorrimos muchas veces Japón, Europa, los Estados Unidos, siempre con alegrías. Astor llamaba a casa y le decía a mi mujer: ‘¿Querrá venir, Malveta?’ ¡Y cómo no iba a querer!”.

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Piazzolla a los 13 años en el filme El día que me quieras (1935), como canillita. Gardel junto al policía.
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Horacio “Malveta” Malvicino.

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