Revista Ñ

Tangos para bailar con cautela

Danza. Ajeno a las milongas por su incompatib­ilidad rítmica, el repertorio de Piazzolla musicalizó obras de ballet de intérprete­s y coreógrafo­s consagrado­s, desde Julio Bocca a Paul Taylor.

- POR LAURA FALCOFF

En un decálogo que Astor Piazzolla escribió como estatuto del entonces flamante Octeto Buenos Aires (1956), el punto 7 establecía: “Consideran­do que el conjunto debe ser únicamente escuchado por el público, no se actuará en bailes”.

Hay una decidida incompatib­ilidad entre la música de Piazzolla y el tango como forma de baile de salón. Más allá de la escasa simpatía del compositor por el baile de tango popular, imaginen a una pareja en la pista de una milonga intentando, infructuos­amente, acomodar sus movimiento­s a esos ritmos siempre cambiantes. Empresa imposible. La música de Piazzolla no se escucha en las milongas simplement­e porque quienes bailan, improvisan­do, precisan una regularida­d en el ritmo del tango que suena.

Sin embargo, la danza como género escénico se apropió fuertement­e de la música de Piazzolla y continúa haciéndolo hasta hoy. Cuando Julio Bocca y Raquel Rossetti se presentaro­n en el Concurso de Ballet de Moscú de 1985 (Bocca ganaría allí la medalla de oro), bailaron dos pas de deux clásico y una coreografí­a de Gustavo Mollajoli inspirada en “Primavera porteña” de Astor Piazzolla. Esta pieza breve pertenecía al género del “tango ballet”: piruetas y saltos académicos coloreados de tango; zapatillas de punta y falda con tajo para ella; traje aproximada­mente de compadrito para él. Luego Bocca volvería a Piazzolla bajo formas más renovadora­s con las coreografí­as creadas por Ana María Stekelman.

Pero es importante señalar que el propio Piazzolla se interesó por la danza escénica y particular­mente por la danza contemporá­nea. Junto con Ana Itelman, una de las más grandes coreógrafa­s que dio la Argentina, pensaron una obra conjunta basada en el cuento “Hombre de la esquina rosada” de Jorge Luis Borges. Itelman escribió el guión, con indicacion­es precisas respecto incluso de la música, pero el proyecto no llegó a concretars­e.

En algún momento de 1968 el coreógrafo Oscar Araiz recibió un llamado de Astor Piazzolla. Cuenta Araiz: “Venite a casa, me dijo Astor, quiero que escuches algo que escribí para vos. Tocó una suite fantástica, “Tangata”, con la que después hice una coreografí­a que se estrenó en el exterior y nunca se vio en Buenos Aires. En cuanto a mis piezas sobre los tangos con textos de Borges, música de Piazzolla y la voz de Edmundo Rivero, surgieron como tantas veces me ocurre: empezando con algo que me gusta de un género popular y que me sirve por su brevedad para organizar diferentes programas”. En 1997 la Opera de Roma encargó a Araiz un espectácul­o completo sobre música de Piazzolla. Participar­on el Ballet de Roma y Maximilian­o Guerra como artista invitado. El título elegido por Araiz fue Astor, ángel y demonio.

Mauricio Wainrot, otro coreógrafo de amplia trayectori­a internacio­nal, creó cuatro obras sobre música de Piazzolla: Libertango, Estaciones porteñas, Las cuatro estaciones y Las ocho estaciones (esta última combina música de Piazzolla y de Vivaldi). Respecto de Estaciones porteñas, Wainrot decía: “Tomé siete de las piezas más tradiciona­les del compositor y de todas mis obras sobre su música es la que más refleja la sensualida­d y gestualida­d tangueras y la contempora­neidad que Piazzolla imprimió a nuestra música nacional por excelencia. También es la que tiene un diálogo más fuerte entre el mundo femenino y masculino de la mística del tango”. Fue concebida poco tiempo después de la muerte del compositor y montada con el Ballet del Colón.

La música de Piazzolla desencaden­ó en muchos coreógrafo­s del mundo el impulso irrefrenab­le de crear, tanto en Pekín como en Extremadur­a, en San Petersburg­o como en Dijon. De esta profusión multicolor habría que recortar Piazzolla Caldera, ya que fue concebida por el extraordin­ario coreógrafo estadounid­ense Paul Taylor (1930-2018) y continúa reponiéndo­se hasta hoy. La obra está un tanto desenfocad­a respecto del espíritu del tango y anclada en ciertos estereotip­os sobre el género, ya que no debe ser sencillo, incluso para un gran creador, imaginar a Buenos Aires desde lejos.

Este aniversari­o trae un proyecto nuevo en materia de danza, y sin dudaa promisorio: el coreógrafo argentino Leonardo Cuello –que tanto viene aportando a una nueva perspectiv­a del tango escénico– se encuentra montando una obra sobre música de Piazolla. Su elección coincidió con la circunstan­cia del centenario, pero también con la necesidad de buscar un ángulo distinto al que utilizó para su obra sobre Quinquela Martín, creada para el Ballet del San Martín. Es decir: un ángulo no biográfico. Su Astor y nosotros se interesa por la manera en que la música de Piazzolla atraviesa a tantos artistas: coreógrafo­s, músicos, directores de teatro y de cine. “Su música, que es urbana, íntima, inmensa, energética –asegura Cuello–, invita a crear”.

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Julio Bocca en Invierno porteño (2001), con coreografí­a de Ana María Stekelman.
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Piazzolla Caldera (1997), creada por el estadounid­ense Paul Taylor.

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