NO TODO ES ORIGINARIO EN EL VALLE CALCHAQUÍ
Crónica. Dos periodistas exploran las comarcas en disputa, en esa zona tan productiva de Salta, donde sus pobladores, afincados allí por siglos, sufren el hostigamiento de improbables “diaguitas calchaquíes” con apoyo estatal.
Bajar de La Cuesta del Obispo y entrar en los Valles Calchaquíes es un espectáculo único. Los colores y el paisaje cambian a cada curva del sinuoso camino que desemboca en la ruta 40. Cuando el árido terreno se acerca a las orillas del río Calchaquí, aparecen los inconfundibles álamos que indican alguna pequeña finca. Las acequias distribuyen el agua en los surcos: vides, campos de pimiento, porotos pallares, las cebollas, la alfalfa, el comino. Montecitos de nogales interrumpen los cultivos de quinoa y romero.
Lo que parece bendición de la naturaleza es, en rigor, producto de siglos de esfuerzo de pequeños productores y “medieros”, que con su empeño pintaron de verde los húmedos márgenes de roca gris por donde corre el río. Los “vallistos”, como les gusta llamar con orgullo a esa mezcla de etnias y culturas, son los verdaderos artistas de los mil tonos de verde. Y el trabajo es la única forma de subsistencia. Este es un viaje a esta comarca asombrosa pero también a una impostura.
Este orden armónico hoy se ve amenazado por la política. La causa del conflicto que corroe el tejido social y hace peligrar la paz, ellos la atribuyen a la irresponsabilidad de un organismo estatal, el INAI. Hoy denuncian los reclamos disparatados de los “autopercibidos Diaguitas Calchaquíes”, una etnia creada desde las oficinas de la ciudad de Buenos Aires y que despliega una violencia inusual. Es que esta precisión étnica oficial contradice los estudios arqueológicos e históricos más sólidos, los cuales han estudiado las raíces de una población vallista auténtica. El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, fundado en 1985 durante la presidencia de Alfonsín, hoy tiene varios frentes de pugna y hace pocos días fue públicamente interpelado por Félix Díaz, líder de la comunidad La Primavera, de Formosa. Hoy la toma de tierras es alentada desde el Estado y pone en riesgo no solo la propiedad, la producción y las cosechas en la zona, sino que también la vida de muchos.
Durante décadas, la currícula educativa de los argentinos inculcó la noción del grupo étnico diaguita sin mencionar su vínculo con el Incario, el vasto reino que aglutinaba a pobladores desde Ecuador hasta Cuyo. De hecho, diaguita era el mote despectivo con el que los incas designaban a los habitantes de las montañas del otro lado de Los Andes. Algunos arqueólogos ubican a los diaguitas en el sur de Catamarca, suroeste de Tucuman y norte de La Rioja, pero no en esta parte del valle salteño. La denominación calchaquí, surge de Juan Calchaqui, un nativo nombrado así por los incas, quien se alzó contra la opresión de los españoles en la segunda mitad del siglo XVI.
Los pulares, los verdaderos habitantes de la región por esa época, ya habían sido obligados por los incas a renunciar a su idioma, el cacán. Fueron perseguidos y expulsados por los conquistadores en el siglo XVI hasta las puertas de la quebrada de Escoipe.
Toda la zona de Tacuil, Molinos y Colomé fue repoblada, como con la venida de Atacamas desde Chile en 1791. Están hasta los padrones de quienes vinieron del otro lado de la cordillera a trabajar aquí. La realidad es que no solo en estas zonas específicas no habitaban ya comunidades de pueblos originarios, sino que hay casos donde el INAI atribuye pertenencia en territorios históricamente despoblados, como la propiedad de la zona de San Carlos, cercana a Cafayate, donde un productor compró una parcela de tierra cuyas escrituras figuran en el catastro desde 1912 y que por la falta de agua jamás fueron habitadas. Como las tierras eran aptas para plantar vides, Eduardo Serrano las compró a fines de 2010 y realizó excavaciones para obtener agua y arrancar con sus viñedos. Al tanto de algunos reclamos en otras propiedades, Serrano revisó todo el terreno y por supuesto no encontró un alma. Tampoco se encontraron restos, cementerios, ni vestigio alguno que avale
la opinión posterior del INAI.
Cuando Serrano consiguió sacar el agua a más de 200 metros de profundidad, un grupo de “diaguitas calchaquíes” se introdujo por la fuerza para reclamar la “propiedad ancestral”. Plantaron banderas y carteles, y con el apoyo de funcionarios estatales, cortaron las alambradas y reclamaron la propiedad. La Justicia ya resolvió desalojarlos, pero los jueces y las autoridades esperan “tiempos políticos” para ejecutar la orden. Mientras tanto, su legítimo propietario no puede usarlas para producir.
Panorama en Cachi
La situación en Cachi es aún más absurda y violenta. El cacique es un funcionario nacional y provincial al mismo tiempo (cobra dos sueldos estatales superpuestos, algo no expresamente no permitido). Se trata del Dr. (médico) Miguel Plaza Schaefer. Los Plaza son antiguos terratenientes de la zona de San José, cerca de Cachi, y su madre es de ascendencia alemana. Tiene varias propiedades a su nombre y a pesar de que algunos de sus “ancestros” fueron grandes terratenientes, hoy se auto-asumió diaguita y es su cacique. De hecho, desde que volvió a su ciudad natal, integra la Unión de Pueblos de la Nación Diaguita, de la Comunidad Diaguita Kalchaki. Fue electo en 2019, por el Frente de Todos. En varias ocasiones, cuando la policía provincial intentó evitar tomas o hacer desalojos, apareció el líder de origen teutón para impedir los procedimientos diciendo que era funcionario de Nación y así frenó el accionar.
En ocasiones, los seguidores de Plaza Schaefer atacaron e hirieron a la policía. Algunos de los supuestos diaguitas en verdad integran un grupo patotero de Cafayate, que es trasladado de un lado a otro del valle como fuerza de choque y respaldo a las tomas ilegales.
Pero el cacique Plaza al menos es salteño... En cambio, Romualdo Mamani, nacido en Yavi, en Jujuy y en la frontera con Bolivia, criado en Bolivia e hijo de madre boliviana, es el cacique y jefe de los diaguitas de la zona de Tacuil y responsable de las tomas ilegales de tierras en la zona. También tiene un salario estatal como enfermero.
Memoria de un párroco
Antes de llegar a San Pedro Nolasco, Molinos es un antiguo pueblo desde donde el Gobernador español Nicolás Severo de Isasmendi y Echalar manejaba los Valles Calchaquíes. Era el último gobernador colonial de la Intendencia de Salta del Tucumán. En Colomé fundó en 1831 una de las bodegas más antiguas de la Argentina. Su descendiente, Ascensión Isasmendi de Dávalos, viajó a Francia en 1879 a la Feria Internacional; sus vinos fueron premiados y, auténtico visionario, trajo cepas de otros varietales desde Francia que están en el ADN de la producción vitivinícola argentina.
El intendente de Molinos, Walter Chocobar, apoya las tomas y en más de una oportunidad puso maquinarias, personal y vehículos para colaborar con las apropiaciones ilegales. Hace pocos días, un productor de la zona impidió que el intendente sacara piedras del río para ayudar a construir viviendas cerca de Tacuil destinadas a estos autopercibidos diaguitas, ya que el funcionario no pudo mostrar el permiso de la Secretaría de Minería, requerido para sacar minerales del río. Fuimos a verlo a la intendencia pero se escapó por la puerta de atrás.
El cura párroco de Cachi y La Poma, Enrique Domínguez, hace memoria sin esfuerzo: “Yo llegué antes de que se iniciaran estos conflictos. Nadie se decía aborigen, había una síntesis notable de lo antiguo y lo nuevo. Existía una alegría de ser vallistos. Después del año 2000, empezaron las reuniones con este reclamo indigenista y empezó a deteriorarse esa síntesis. Uno de los que se llama cacique, lo primero que hizo al llegar a Cachi fue comprar una gran finca”.
De acuerdo al cura, son muy pocos los que llevan adelante esta iniciativa, pero les ofrecen tierras a quienes los sigan. Solo que todas esas tierras tienen dueño y sus papeles en orden.
“De la gente he escuchado mucho dolor – cuenta el cura rural–. Gente que viene llorando a la iglesia, mucha indignación y bronca, tentación de violencia, lo cual es lógico cuando te roban tu fuente de trabajo”. Domínguez concluye que percibe una gran impotencia porque las autoridades no ponen las cosas en su lugar: “Sembraron resentimiento para cosechar poder”.
¿De dónde surge el error del que se aprovechan estos falsos caciques? Ante la interpretación mal intencionada, no solo de algunos grupos de originarios sino también de funcionarios y jueces, durante el gobierno de Mauricio Macri el INAI incluyó un explicativo en las carpetas con relevamientos con el siguiente texto: “Esta Carpeta Técnica es una herramienta que, en conjunto con otros elementos y con una futura Ley de Propiedad Comunitaria, posibilitaría encaminar la regularización de las tierras. El Relevamiento Territorial NO entrega título de propiedad y NO es una mensura. Es un primer paso, en los casos que corresponde, en el reconocimiento del Estado sobre las tierras que ocupan las comunidades indígenas de manera actual, tradicional y pública”.
Sin embargo la nueva presidente del INAI, Magdalena Odarda, retiró esa hoja de las carpetas, acaso para confundir a los grupos indígenas, a quienes caciques y punteros les hacen creer que se trata de un título de propiedad. De esta forma, consiguen votos hoy a cambio de un conflicto mañana.
Al regresar, volvemos a subir la Cuesta del Obispo. Dejamos atrás la majestuosidad de los Valles Calchaquies, el paisaje, el calor de la gente. La creciente violencia en poblaciones tan pequeñas y la impotencia le agregan a nuestro viaje un sabor amargo.