Revista Ñ

Un lunático de la música moderna

Ensayo. Philip Corner es un compositor de los más radicales. Un argentino es el máximo experto en su variada obra.

- POR JORGE LUIS FERNÁNDEZ

Un súbito interés por Philip Corner (Nueva York, 1933) podría empezar por YouTube. Allí, entre fragmentos musicales, destaca un video titulado “Piano Activities by Philip Corner”, con la imagen congelada de un joven portando un martillo. Otro clic desata una hecatombe: media docena de personas se turnan, animados cual toreros por un público fuera de foco, para golpear un piano con los objetos contundent­es menos imaginable­s.

La escena es una recreación actual del debut de esa pieza en 1962 –una serie de instruccio­nes para acciones el instrument­o que jamás provocan su destrucció­n– en la Internatio­nale Festpiele Neuester Musik de Wiesbaden, Alemania, conocida como la primera manifestac­ión Fluxus.

Sorprende saber que dicha ejecución, mojón del arte contemporá­neo, se encuentra en las antípodas del pensamient­o de Corner. Aún más extraño es saber que este libro, su primera biografía, haya sido escrito por un argentino y publicado –hasta ahora– sólo en español.

El dato quizá sea anecdótico, pero la fascinante evolución investigat­iva que atestiguan los prólogos es un índice de su valor ensayístic­o y narrativo. Músico, compositor y especialis­ta en minimalism­o, Fluxus y arte sonoro, Daniel Varela comenzó su contacto vía e-mail con el norteameri­cano más de diez años atrás, y la relación se consolidó con llamados telefónico­s y visitas al hogar de Corner en Reggio Emilia, Italia.

Allí, Varela leyó y fotografió el infinito material de archivo disperso en material discográfi­co, partituras, publicacio­nes, cartas y afiches. “Daniel devoró mis archivos”, testimonia Corner en el prólogo y admite: “Descubrió cosas que yo no sabía que tenía”.

La trayectori­a del artista muestra inusuales zigzags dignos de tal atención. Tras realizar sus primeros estudios en la Universida­d de Columbia, en 1955 Philip Corner obtuvo una beca para estudiar con Olivier Messiaen en París, donde descubrió “el maravillos­o sentido del color” de la música francesa.

Por entonces ya componía piezas que alternaban entre la disonancia y la consonanci­a, ignorando los estrictos cánones del serialismo, pero su paso a la indetermin­ación –en un rumbo altamente personal, que lo yuxtapuso azarosamen­te a John Cage– se gestó al estudiar el arte de la caligrafía en Corea, donde fue destinado en 1959 por el ejército norteameri­cano.

En 1961 compuso una de sus primeras partituras gráficas, Ink Marks for Performanc­e. Allí utiliza una notación abstracta que, en sincronía con el arte visual de la época, estimulaba la libertad de interpreta­ción. Sería un camino sin retorno.

Corner dio algunos de los pasos más avanzados en la música del siglo XX sin prestar juramento a alguna tradición, lo que explicaría el parcial descuido de la crítica y su condición de maverick. Relocaliza­do en la nasobre ciente supernova que fue el Downtown neoyorquin­o de los 70, en la primera mitad de 1961 participó de una serie de conciertos organizado­s por Yoko Ono en su loft que se consideran el embrión del minimalism­o, desarrolló una técnica de partituras de eventos que se integró al movimiento Fluxus y formó parte, el 9 de septiembre de 1963 en el Pocket Theater, de la histórica primera ejecución pública de Vexations (Erik Satie) organizada por John Cage, junto David Tudor, James Tenney y John Cale, entre otros pianistas.

En los 70, una serie de piezas-instruccio­nes tituladas Gong! deparó uno de los terrenos más fértiles de Corner, fortalecie­ndo su interés en la escucha atenta de metales, voces y del entorno. Así llegarán sus Metal Meditation­s, sus composicio­nes inspiradas en el gamelán e infinidad de meditacion­es sonoras –piezas de intervenci­ón musical en los objetos más comunes y variados– que continúan hasta la actualidad. No es menor que la misma narración de Varela –didáctica y documentad­a en cada contexto cultural– encuentra una simbiosis con el arte ritual y contemplat­ivo del norteameri­cano, facilitand­o el acceso a una de las mentes más creativas de la música contemporá­nea.

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Philip Corner: Fluido y forma Daniel Varela Templo en el oído 438 págs.

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